lunes, 24 de diciembre de 2012

En este día tan especial, y en los venideros, os deseo Feliz Navidad y Próspero Año 2013 a todos los pedrocheños. Aunque es un tópico, de mi boca sale con la mayor sinceridad este deseo que es tan universal. Espero que podamos hacer entre todos un mundo mejor; que seamos capaces de entender un mundo más justo; que soñemos un mundo diferente con más valores. Seguro que desde lo más próximo seremos capaces de cambiralo; seguro que seremos capaces de soñarlo; seguro que podremos conseguirlo.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Majadeando

Desde lo alto del cerro miro con tristeza la desolación de un paisaje añejo, de resquicios humanos asolados por el tiempo. Nadie que no venga informado, y bien derecho, diría que a este lado de la tierra hubo antaño cositas de importancia. Y tal vez no fuera poca cosa, sino más bien porte de grandeza y con postín. El esqueleto amorfo y desaliñado de un emporio, dice Vero, que acaso fuera en otros tiempos trajín de cientos de personas; parece mentira. Ahora ya no queda más que el silencio y la soledad entre estos ripios de piedras y oquedades, mudas y casquivanas, que parecen soluciones mezquinas de una vida; vestigios incongruentes que apenas si nos hablan ni nos dicen lo que saben. Viejas reliquias rescatadas al tiempo –sin mucho miramiento ni empeño– de paredes y canaletas, pilones y túneles que seguro que esconden secretos bien guardados; oficios burdos (no tanto) de otros tiempos y esbozos de otras culturas, que entre la maleza desbordante dejar entrever las osamentas desmembradas, que tal vez sean las de un gigante adormilado. Tan grande puede ser su corpachón, escondido entre el repecho y la tierra en desazón, que acaso no despierte fácilmente de su sueño, si no se descubre el corazón: que ya hace tiempo que está muerto. Absorta en mi soledad, con la tibia caricia del sol allá en lo alto, apenas si escucho la amena cantinela de mi hermana, que se afana en explicarme todo aquello que se oculta entre las ramas. Zarandal corretea de un lado para otro y husmea por arriba y por abajo; y le da miedo mirar en las entrañas de estos túneles cargados de misterio. Y es que el animal intuye en sus adentros que la cosa tiene miga, que se trata de otra vida sumergida bajo el halo de otros vientos. Meditabunda y callada me despido correteando hacia abajo, hacia esa ermita de encendida devoción que, también sola, vigila de reojo con mirada recelosa los vestigios de la Majada

jueves, 6 de diciembre de 2012

La abuelita

Toda ella desprende ternura, a sus noventa años. Cuando la vida te ha dejado andar un trecho largo, y has calado bien a fondo el sabor de la existencia humana, ya solamente queda la conciencia dulce de la nada (o del todo). Sentada atrás en el parral, durante horas sempiternas, mira la abuela la quietud del aire y el susurro de las hojas; no sé qué devanea en sus adentros, callada y circunspecta, que serán resquicios de la vida que van y vienen..., Porque ha vivido mucho y ya le queda muy poco; porque tiene ya abultada parentela y ha perdido aún más de la que vive...; y conoce y olvida, y escucha y habla sin que la cabeza ni la lengua le autoricen ya a decir verdades. Que ya las ha dicho todas. Su cuerpecillo enjuto y su pellejo aterciopelado me parecen atributos infantiles, a los que ha vuelto después de muchos años: pues es curiosa la vida, que la vejez nos regresa a la infancia en cuerpo y alma (dice madre, con mucha razón). Durante las largas jornadas, teñidas de silencio y soledad, mi anciana abuela mira al infinito de las cosas con quietud inquebrantable; se atusa con cierta coquetería el pelo y sonríe con aquiescencia guasona cuando la llamo ¡guapa! A ratos la veo buscando y cogiendo cosas en el aire, que ya no son realidades de este mundo..., y los sentidos la tientan con la engañifa de un niño. Lo que más me duele es verla limitada en esa lengua tarda, y renqueante, sin que le vengan las palabras, que contradice un mundo la oralidad clara y diáfana de siempre tuvo; aquélla lengua ágil de conversación suelta, cargada de ironía y una socarronería y gracejo que era virtud en su lenguaje. Hoy solamente quedan resquicios de una capacidad muerta y cansina..., de un burdo remedo que se ha ensañado en lo más fino. De cuando en cuando, con asiduidad cansina, revive la vida con sus padres y hermanos desaparecidos (hace ya décadas), y los llama y los espera, y hasta vive la casa de su infancia y sufre el desdén de aquella infancia..., que hace ya mucho tiempo quedó sellada en el libro de la Historia. Sumida en sus diatrabas y vaivenes, de realidades dispares, mira este otoño frío que antecede al invierno crudo de la vida. Porque muy pronto caerán del cielo lágrimas de dolor y se nos teñirá el corazón de sangre. Más que nunca.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Los Yelos

En estas últimas madrugadas, cuando el sol apunta aún a lo lejos, y el manto blanquecino del rocío y la escarcha de los pilones de la vaqueriza me amenazan, es cuando más libre y decidida me siento en el oficio. En esta dureza del tajo, que muy pocos conocen, es donde se quebrantan voluntades y salen a flote los verdaderos amores; y sentimientos ciertos. Porque hay que amar este oficio y agarrarlo bien de cerca en lo más tremendo de la jera (¡como el abuelo!), que es donde te tienta la carne y el espíritu. Con la luz tenue en el horizonte, y la soledad de la noche aquilatada, hay que ser gigantes decididos en lo nuestro y tener bien templado el corazón. Haces las cosas con firmeza y buen tesón porque te gustan; porque amas la tierra y al ganado; porque la naturaleza cumple como debe, y debe llover y helar cuando es el tiempo; y nevar y solear por la mañana cuando el sol, allá en alto ya desperezado, quiere sentar su mandamiento aunque sea débil. Los días fríos de mucho rigor marcan muy bien las diferencias entre unos y otros convecinos de mi pueblo: para algunos simplemente les sirve para hablar del tiempo, y poco más; a otros para romper la monótona comodidad de su existencia en ese pequeño lapsus de desplazamientos apresurados, bien tildados de guantes y bufandas; y hay quienes simplemente lo ven en el telediario (¡uf, como está el tiempo!). Una servidora no se queja de nada en absoluto, porque el tempero (bueno o malo) viene incluido en la tarjeta de presentación desde el principio; más bien me ocurre lo contrario, pues me alegro –a pesar de las dificultades e inconvenientes, claro– y satisfago de poder sortear con suficiencia, y buen humor en lo posible, estos pequeños obstáculos teñidos de normalidad. Ves cómo cambia la naturaleza y sigue su ciclo como debe, alterando pastos y caminos, nublándose la atmósfera de noche como un paredón que oculta intrigas y senderos de misterio. Y es un lujo apreciar con aquiescencia la naturalidad del ciclo estacional. La secuencia del día es admirable cuando se coge la jornada por la punta..., ¡y ves rotar hasta la tierra en sus desmanes!; sin perder el ripio de la vida, volviendo al tenor de su destino. Hoy tocan yelos, ¡y sean bienvenidos!, porque hielos y nieves arrastrarán año de bienes (dicen). Que falta nos hace.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Dorada escorrentía (micro)

Aquella vorágine de hermanas y hermanastras, casi gemelas todas, se divertían con fruición al tenor de tiempo. Ataviadas de lo lindo con doradas vestimentas, y movimientos trepidantes, avanzaban la calle abajo con extraordinarias piruetas. Los arranques repentinos y aceleraciones inerciales se contraponían con las paradas cargadas de agostamiento y cansancio, en una suerte de contrapuntos mareantes. La mayor parte de las veces ignorando su destino, recalando en los rincones más insólitos y en los recovecos más inmundos. Las alegrías y tristezas de esta pléyade ingente de joviales temperamentos, maduradas con las prisas, siempre sorprendían al viandante de la calle mayor del poblacho, arropado con gruesa bufanda y chubasquero de colores chillones al tenor de la moda. Pero solitario y taciturno. Ellas, sin embargo, festejan la estación más triste pavoneándose con Eolo, a quien ríen las gracias aplaudiendo sus fortalezas; a quien de verdad aman y ante quien de verdad se rinden, escuchan con anhelo y esperan con ansiedad, pues su gracia y galanura está en seguirle con sus danzas envolventes, al son de los suspiros de un amante intransigente. Lástima que son cientos de hermosas damiselas que esperan los favores de ese Dios, invisible y traicionero, que silva y enamora a las atusadas danzarinas; que por millones esperan el son y la bravura de su amante. Toda la glorieta, a estas alturas, está plagada de esa efímera belleza, y por todas las calles corretean en alocados dislates bajo la sinrazón del destino. Todas..., todas son hermosas, dispuestas en procesión sin par engalanando la bellísima calzada. Entre esta corte infinitesimal de rubias cambiantes las hay divertidas y tristonas, pizpiretas y pusilánimes, voluntariosas y recatadas. Juanillo habla con ellas todas las mañanas y las conoce de maravilla, y hasta se enfada y enfurruña sin motivo ni razón, defenestrándolas luego a ese limbo oscuro del olvido que hasta les quita la vida. Aunque sabe bien, por experiencia, que son la alegría de su vida..., y volverán uno y otro día al arrimo de la calle; y le susurrarán dimes y diretes..., y le escucharan sus tristezas, y hasta conocerán sus miedos como nadie. Y le alegrarán la mañana con sus tildadas figuras de bermellón y canela, dulces como la miel sabiéndose hermosas y dicharacheras. Las hojas del otoño saben muy que durante unos días son las reinas de la calle.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Violencia machista

Hace unos meses escribí un artículo sobre el machismo. Y sigo pensando lo mismo. decía así:
Suma y sigue, que la cosa no tiene fin. Los acontecimientos de los últimos días no hacen más que acumular tragedias a una larga nómina de eventos de violencia machista, que es interminable. Y fatalmente incomprensible, sin el mínimo atisbo de vislumbrarse el fin por ninguna parte. Los asesinatos de mujeres prosiguen por sus fueros sin solución de continuidad. Hasta pasan desapercibidos entre la vorágine de informaciones económicas y políticas que invaden nuestra cotidianidad. Desgraciadamente no se ha producido aún una auténtica concienciación de un problema tan cercano y tan nuestro, tan doméstico e incrustado en nuestros principios de moralidad. Denostamos la violencia de género en la distancia, nos ruborizamos, y hasta nos rasgamos las vestiduras si hace falta en fuegos de artificio (manifestaciones...), pero creo sinceramente que no tenemos asimilada la gravedad del problema y sus orígenes. Ni individualmente, ni como colectivo en términos de globalidad social. Los programas de pandereta (institucionales) que se ponen en marcha para subsanar la problemática no son más que una entelequia, un pobrísimo quitatelarañas que apenas si corrige algunos filamentos de la gigantesca malla social en que nos encontramos las mujeres; y mucho menos alcanza a entender la verdadera problemática, que supone ni más ni menos que matar la araña. Hace años que se vienen realizando análisis sobre la violencia de género y sus parámetros, perfiles de víctimas y asesinos, entornos, clases sociales, edades..., etcétera, pero no parece que sirva de mucho afinar con los presumibles sujetos proclives a la violencia. Las razones más profundas de esta indefinición están en la ausencia de análisis morales sobre la sociedad española; sobre las desigualdades económicas y los principios consentidos sobre desigualdades y discriminaciones hacia la mujer que se viven con naturalidad. No niego que la cuestión sea compleja, que lo es y mucho, pero con letras gruesas se percibe que el machismo tiene pilares de sustentación en el rol tradicional de la mujer, su falta de autonomía económica y la consecuente inferioridad social, política y de otras naturalezas. En nuestro mundo están impregnadas las diferencias hasta la médula, y vemos con buenos ojos la dominancia del hombre en los cargos de mayor relieve social, el tamiz envenenado de esa mujer objeto que se promueve en la publicidad con esa belleza desorbitante, y esa femineidad edulcorante cargada de veneno; esa dominancia reprochable de deportes machistas que día y noche asimilamos como eventos cargados de normalidad, corridas de toros, carreras de coches de varones..., etc. etc. Se nos olvida que el machismo y su posición dominante responden a cuestiones de desigualdad y discriminación entre el hombre y la mujer..., y haberlas hailas y muchas. Convendría hacernos un buen repasito en todos y cada uno de los sectores, desde lo alto hasta lo bajo, en lo corto y en lo ancho. Ha pasado ya mucho tiempo desde que dejamos atrás la rancia sociedad tradicional de nuestros abuelos (que entendían el machismo en sus parámetros morales), pero en los jóvenes una servidora sigue viendo buenas dosis de machismo: en las parejas, en los recovecos domésticos, en el colegio (deportes, actividades...). A veces la progresía de escaparate de chicas jóvenes esconde una trastienda que deja mucho que desear; y en lo más recogido de nuestras casas se esconden cosas detestables. El flujo continuo y constante de violencia deja bien a las claras la presencia de uno de los mayores problemas de nuestra sociedad. La cuestión merece una reflexión profunda por parte de todos, sobre todo para alcanzar a distinguir los auténticos valores del ser humano, por encima de las adjetivaciones tan groseras entre hombres y mujeres, en las que sin duda se encuentra el caldo de cultivo de la desigualdad y la discriminación, que a la larga viene a desembocar en la violencia.

martes, 20 de noviembre de 2012

Sangre..., y mala leche (nos quieren poner)

Hace tiempo que venimos gritando al infinito. Hace tiempo se nos viene desoyendo. Hace tiempo que no vemos ni escuchamos un consuelo. El silencio aterrador de la mañana y de la noche nos envuelven con desgana. Nadie parece preocuparse por la leche, y en desazón cubrimos las espaldas. Tal vez algunos soñamos con mentiras, con brumas y telarañas, que el tiempo y la luz nos muestra crudas, bien colgadas de la cuadra. Nadie piensa que la leche es la sangre en la comarca; y callan porque ignoran, o silencian y no hablan, que es más perversa balada. Ahora es delito callar, cuando la vida esta parca. Quienes vivimos de ésto tenemos la lengua bana (al parecer), porque decimos y hablamos, y hasta se nos saltan las lágrimas; pero ni el eco se alarga ni de ello se comenta nada. El entripado de adentro, de toda esta gente sana, me recuerda el acostamiento añejo de la comarca.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Los rostros de la Tierra

(Foto de ABC Punto Radio Pozoblanco) Tiene nuestra tierra contrastes en desmán, aunque no lo parezca. Y a veces hasta lo ignoramos arrastrados por la cotidianidad o la inconsciencia. Nada mejor para reavivar certezas que la mirada más pura de quienes nos visitan, cuando aún nada conocen y todo lo ignoran, pero atisban certezas que a nosotros se nos olvidan. La visita de mi amiga Catherine, que es amistad internauta bien alejada (allende las Américas), me dejó rescoldos grandes de reflexión. La llevé por lo más cándido y pacífico de nuestros pueblos, admirando la planicie hermosa del encinar y la dehesa de nuestros pueblos, ayunos de ese gentío en que ella está acostumbrada a trajinar; otro día la acerqué a ese umbral de la sierra que empieza, con poco que nos movamos, a estar sembrado de arrugas y surcos movientes del paisaje, donde el olivar y el caserío disperso ondean como barquillos en un horizonte que se pierde en la lejanía. Nosotros pasamos de uno a otro lado del territorio como sonámbulos por casa conocida, sin atender demasiado a esas disparidades geográficas que ella me subrayaba con admiración, advirtiendo las disonancias de la vegetación, los cercados y cortijadas; los cambios del tiempo y la temperatura, el agua y el suelo que va lastrando novedades del Yeguas en el oriente de nuestra tierra. Una servidora se vanagloria a menudo de pisotear la comarca y andar a troche y moche, observando colores y endulzando la mirada en los contrapuntos, pero casi siempre tenemos adormecido el sentido de los contrastes, de las desigualdades y contrapuntos que nos rodean. No es que no las conozcamos –que a veces también–, sino que no las catalogamos como tales diferencias, cuando nuestro paisaje (y paisanaje) es de caracteres diferentes y aún distintos. El oído afinado de la colega, y su mirada atenta, me hicieron meditar bien adentro en lo referido: porque ella percibía bien claros los matices entre Belalcázar y Villanueva de Córdoba, Cardeña y Santa Eufemia. Ese sentimiento comarcano que tanto nos afanamos en defender está preñado de diferencias, y tal vez sea por eso que nos cuesta (aparte de otras mil razones, claro) sentirnos en el mismo carro, perseguidores de un mismo proyecto y acreedores de un mismo anhelo. Esa aparente monotonía de la tierra, que está un tanto acunada por la vaguedad de la mirada, se quebranta rápido al dar cuatro pasos. Por esto procuro siempre enseñar a mis amistades las asimetrías del terruño, que también se proyectan en nuestros pueblos a poco que se ahonde.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Tradiciones santeras

De forma inesperada y escurridiza se nos presentan a veces ocasiones de mucho sabor, que nos permiten ahondar en nuestras cosas y tradiciones. El otro día, sin ir más lejos, se nos ofreció a varias coleguitas de la pandi una situación que ni piripintada..., una de esas ocasiones insólitas que te calan muy hondo (al menos a mí, y creo que a todas). La tarde, de luces muy cortas con prieta vespertina, estaba lluviosa, aciaga y sin mucho acicate para endulzar ni el cuerpo ni el espíritu; pues el agua en contundencia y sin tregua acaba siendo cansina y porfiona, ahogándote las mejores expectativas; aunque el ánimo lo tengas por las nubes y el cuerpo te pida marcha. La cosa es que decidimos pasar la sobremesa y la trasnochá en el corti de la Juani..., ¡y mira por esas que estaba el foro concurrido, con algunos familiares y varios abueletes al allego de la candela! Al principio vimos truncado el porvenir, que augurábamos de tranquis en la apacible soledad de lugar, con algún paseíto comedido y poco más. La cosa venía torcida, y acaso por peteneras (¡que dice el abuelo!), pero hay que ver cómo sabe la gente mayor entretenerse hablando y haciendo bromas, poniéndonos coloradas y enredándonos de cuidado. Creo que –como dicen– el fuego tiene ese encanto que te enciende el sentimiento; y mucho más cuando se está con buena gente dicharachera y una buena bota de vino; y (bueno) esos pastelillos que había comprado Juani. Poco a poco nos metimos, como suele ser costumbre, en las cosas de antaño, en los riscos y veredas del campo, de los oficios y desgracias de los antepasados; pero al tino de la celebración de Los Santos rápido salió a flote la festividad que al parecer tenía en los años pasados una fuerza amenazadora. Nadie como el tío Quico –que estaba presente– para ponerte los pelos de punta como escarpias, combinando el saborete del chiste fácil con el sentimiento más hondo (la muerte). Como si nada. Creo que todas (las amigas) quedamos embargadas en esa pesadumbre que representaba un día tan especial; con ese sentido de la vida que estaba aún aferrado en la tradición, a la Religión y a unas creencias firmes que ponían bien derecho al más empingorotado de los valientes. Quico, con su voz agrietada y cuerpecillo endeble, un tanto desarmado de refinamientos (en las palabras y en las formas), nos templaba bien el ánimo utilizando el tono cadencioso y sembrando de intriga sus cuitas: – ¡Que sí, chiquilla, que se metía el miedo en el cuerpo durante semanas! ¡Qué hombre! Entre risas y silencios nos arrastraba a esos años en que el día de los Santos eran una festividad grande..., muy grande. A esas vigilias familiares donde aún triunfaba el tronío de los mayores, reuniéndose al rescoldo de la candela para pasar unas horas interminables sembradas de recuerdos; con oración reiterativa y hasta plañideras. Con las campanas doblando a todas horas. En octogenario nos refería con un hilo de angustia esas lúgubres cantinelas de bajadajo que penetraban en las honduras del alma, removiendo las conciencias..., ¡y oye, que casi me daba miedo! Esos rezos con tantísimo respeto..., y los silencios sentidos..., y los recuerdos; y las invocaciones; y esas peripecias teñidas de sarcasmo de algunos bromistas en el cementerio. En el derrote de recuerdos en la lejanía –como él decía–, aquellas jornadas preñadas de intensidad parecían hacer revivir las almas de los muertos; o al menos agitar las de los vivos, que sería lo principal que buscaba la Iglesia. En el cortijo de Juani acabamos, curiosamente, como lo hacían antes al arrullo del fuego escuchando las consejas (qué palabras) de los abuelos. A ratos el silencio se petrificaba acunado por el soniquete del agua de afuera. Los poros del sentimiento y la emoción a flor de piel. Y por lo bajilis..., nosotras nos mirábamos con cierta gracia bobalicona, pero sentíamos por dentro el escozor de una tradición contada con el aliento de algunos que aún la conocieron de verdad. En el recuento de lo pasado, a la emoción desbocada (de entonces y de ahora) le seguían las alegrías, bromas y chascarrillos: porque el tío Quico y María de Guía nos contaban –también eufóricos– que eso era también una fiesta en toda regla: se comía, se bebía y se...; buscando siempre los momentos y lugares apropiados. Como la vida misma. Y se hablaba del campo y la sementera..., la montanera y los lechales, los desvelos de aquellas gentes y sus preocupaciones sempiternas. De los triunfos de la vida, de los vicios y las virtudes; de los jóvenes valientes y las mujeres honradas (¡vaya por donde!), de las perdidas y de las más decentes. Eran ya más de las tres de la madrugada cuando regresamos al mundo..., pues durante algunas horas la estela mágica de la memoria nos había trasladado a otro tiempo.

viernes, 26 de octubre de 2012

Cegueras (micros)

El requiebro de la bahía guardaba en su silencio un halo de esperanza muy grande; pero también una inquietud inmensa..., y una incertidumbre gigantesca. Ni había luna en el firmamento ni los colores de la tez de ese gentío podían brillar al allego de la noche. El silencio y el miedo eran férreos como cristales ahumados, y solo las miradas ofrecían con sus brillos intensos un escardor de esperanza. Arracimados en muy pocos metros escuchan la voz tenue de un cabecilla que destila hacia el aire denso hilos endebles de órdenes, azorado y convulso. Los movimientos intensos y aspavientos incontrodados, de un cuerpecillo avispado, contrastan con las corpulencias de hombretones amedrentados y callados, que escuchan y cavilan auspiciando anhelos errantes. Nada se observa allá a lo lejos porque triunfa la obscuridad, aunque la gente sencilla e ignorante que escucha está embriada de una sarta de promesas que todos quieren creer en lo más hondo de su alma. A lo lejos se vislumbra un carguero deslizándose con la parsimonia de un paquidermo herido, que tiene a su favor toda la dimensión de la noche, toda la cobertura del tiempo que se amasa cuando la vida se detiene. Muy cerca tiemblan los corazones de un centenar de hombres y mujeres confiados en la diosa fortuna, con la ilusión que siembra la desesperanza de una vida desgraciada. Aunque desgraciadamente la deidad maléfica sigue sorteando vidas y favores con los ojos cerrados, y en ese dislate sempiterno les ha tocado una mala baza, habiendo nacido solamente a un trecho de la vida disipada. Ahora a ellos la ceguera les brinda la ocasión de creer en verdades demenciales que solamente la desesperación aconseja. Todo está ya preparado; todo está ya urdido por el destino. Solos en el ocaso de la vida se disponen como colegiales disciplinados a subir a lomos de un limbo escrito con una torcida senda de dolor. En menos de cuatro horas se habrá cumplido la tragedia. Los candorosos vecinos africanos, del continente hermano (quien lo diría), son ya caldo de cultivo de una Zodiac cargada de miseria y podredumbre que les lleva al presumible naufragio. Y se cumplió la desdicha: menos de un tercio, de todos ellos, aparecieron al día siguiente del siniestro con los ojos abiertos, sin las telarañas de la cruel mentira del occidente salutífero.

jueves, 25 de octubre de 2012

Luces

(foto correcaminos de Pozoblanco) En los días tristones de la Otoñá –como dice el abuelo–, cuando el cielo se templa de nubarrones y no caen más que pizcas de esperanza, la luz que prevalece allá en lo alto es magnífica. Qué poco disfrutamos de esas tonalidades brillantes de clarooscuros entre las oquedades nubosas, y mira que hay maravillas, sobre todo cuando el sol acuna el atardecer con cierto ímpetu de mando. Porque el sol aún se resiste a ser vencido, y pugna hasta la saciedad por no perder el ímpetu del estío, aunque es ya no son más que ansias desvanecidas. Lo más bonito son los tonos que adquieren las texturas de las hojas, de los árboles y plantas del cortijo, esos ripios de color cambiante que en su disparidad enjuagan un maravilloso caleidoscopio. Y cuando miras con calma ese paisaje, inesperado y sorprendente a un tiempo, te embriagan las sensaciones más íntimas; te tiembla hasta el aliento y escuchas los estertores del día, que buscan alas libres allá en los confines del encinar quebrado de soledad. La cotidianidad de nuestra mirada (tan cansina a veces) a unos mismos lugares nos juega malas pasadas al creer ver siempre lo mismo: unas mismas formas, paisajes y colores. Y cuanto erramos en esa percepción manida. Basta con detenerse un rato en estos días de rápido trasiego hacia el invierno para percatarnos que todo cambia de color, de olor y de sabor. Ayer andaba en mi trajín vacuno con la compaña de Mariló, que es pintora, y hay que ver cómo a su lado se aprecian los tonos y texturas; cómo se paladea el mundo de las sensaciones visuales. Me admiro con ella de lo que es una mirada educada en el color y en la luz, apreciando en el rescoldo del atardecer la variopinta riqueza de los matices. Lo primero que hace falta es una calma envidiable, y un reposo quieto atinando al frente con paciencia (que yo no tengo); mirando la atmósfera y la superficie de las cosas con el escalpelo de la retina atento, degustando en el tiempo fraccionado en milésimas los ricos pigmentos de la naturaleza. Y si haces con buen temple –me dice– observarás los miles de tonos ocres y verdosos, los celajes celestes, la variedad infinita de colores o el aura decadente y encendida del astro rey declinante. Cuando alguien ama los colores y la pintura –me repite– , ama necesariamente la luz que tiñe al universo entero. Y a estas horas de la tarde, cuando el anochecer susurra sortilegios, la panoplia de los últimos rayos te convierte la mirada, te embruja y te convence. Es tiempo de mirar allá a lo lejos; es tiempo de entender cosa tan grande; es tiempo de sentir la luz leyendo lo profundo, y amando lo más nuestro y más rotundo. Son luces de la tierra henchida de verdades.

martes, 23 de octubre de 2012

Pedroche oculto

Una de las cosas más curiosonas que tiene Pedroche son sus rincones pintorescos, en los que a veces los turistas se detienen, aunque a los mejores casi nunca llegan (ja, ja, ja). En todo caso son muchos, apreciables y fáciles de localizar. Existe sin embargo una pléyade de cosas interesantes que ni se conocen ni nos preocupamos por conocer ni los de casa: algunas de ellas están en las leyendas que todos hemos escuchado y que tienen algo de verdad (cuevas, pozos y subterráneos); en las intuiciones de los historiadores que han estudiado nuestro pasado y que no estarán muy lejos de la verdad; y otras en certezas que no queremos tocar o no se nos ha ocurrido (más bien lo primero). A mí me gusta indagar sobre estos vericuetos escondidos, y pregunto a menudo a los mayores sobre ello (a Pepe, Rafael, el tío Manuel...), aunque se pierden casi siempre en las vaguedades que les han contado e ignoran lo que hay de certeza o mentira en todo ello. Lo que más me molesta es que en algunos casos no conozcamos (al menos los más jóvenes) algunas cosas por desidia de otros o desinterés. Entre ellas están algunos espacios de la iglesia del Salvador. En repetidas ocasiones subo a lo alto de la torre para admirar el hermoso horizonte de la comarca, el paisaje y el silencioso deambular de los paisanos, pero al bajar hacia la iglesia siempre me quedo con la inquietud de conocer esos otros rinconcillos que permanecen en las tinieblas y nadie se ocupa de darlos a conocer: como los bajos que están precintados desde no sé cuándo; esos sótanos que se cerraron y tienen parte de nuestro pasado con telarañas y otras cosas que conocemos a medias..., o aquéllas que ya no queremos o quieren algunos que salgan a flote. Y qué decir de esos otros recovecos y otras cosas que prevalecen en las casas particulares sin darle la mayor importancia, cuando son muy curiosas y a veces dignas de admiración, aunque no se le dé ningún valor por conocerlas desde siempre. A menudo nos emborrachamos con las cuatro tradiciones de siempre sin mirar un poco hacia otras cosillas que tienen su interés. O tal vez no.

viernes, 19 de octubre de 2012

Frisando la perfección

Será necesario, que no lo dudo, pero a mí no me gusta. Seguro que se me echan encima parientes y allegados, vaqueros y ganaderos de todo género y condición, pero tengo mis razones; y a la crítica me arriesgo. El concurso morfológico del ganado frisón me deja siempre un saborete agridulce. Me refiero, claro está, a las jornadas y concurso que estos días se celebra en Dos Torres para valorar el ganado en esos rasgos que califican lo mejor de la cabaña ganadera vacuna: en este caso la vaca frisona Holsteins (18-20 de octubre). No quiero tirar piedras para mí tejado (pues sería una insensatez), y soy consciente de que es buena la selección del ganado, la búsqueda de mejores resultados en la producción y la cuida genética; resulta obvio que todos los que trabajamos y vivimos de la leche buscamos los mejores beneficios y rendimientos de nuestra actividad, y sería absurdo negarlo, o apostar por lo contrario. Sin embargo, que vacuo, insulso y desconsiderado me resulta la observación de parámetros del avalúo morfológico, ¡qué frío y aséptico!, colocando las vacas como simples objetos para examinarlas milimétricamente en el tamaño, forma y morfología de las ubres, el ángulo podal o la milimétrica de los pezones; la buena genética como criterio selectivo y un sinfín de razones de los calificadores. Están bien –dice Vero– y así tiene que ser para avanzar hacia lo mejor, pero a mí me da grima deshumanizar de esta manera los animales. La realidad es muy dura y difícil de digerir, porque para quien convive con todas ellas a diario cuentan muchas más cosas, muchas más verdades y valores del animal. Que no son máquinas. ¿Quién me dice con sinceridad que no tiene ningún valor la alegría constante de la vaquilla Pinta, que corretea desde el amanecer salpicando de gracia la corrala?; ¿quién calificará mal a la Pachona, que reflexiona como nadie, que calla y asiente comprendiendo todo cuanto se le dice?; ¿quién se atreve a porfiar a mi Estrellada, que cuida del cercado y siempre está atenta de todo cuanto ocurre? Eso no lo miran los calificadores..., ni las estadísticas; ni se contiene en las genealogías ni en los cómputos de leche, pero vale un mundo cuando vives entre animales. No todo es dinero ni mejora. Ni perfección ganadera ni redituación de los factores productivos. Vamos a llegar muy pronto a la completa selección y tecnificación del sector (dieta alimentaria, morfología...), a la deshumanización de la vaqueriza, como autómatas de un proceso que se aleja un sinfín del concepto de la ganadera que me gusta ser. Como dice el refrán, para gustos hizo dios los colores. A mí, tanta perfección me causa desazón. Y después de todo el esfuerzo los precios de la leche por el suelo.

domingo, 14 de octubre de 2012

TORRECAMPEANDO

Con un día luminoso de octubre, que es casi un regalo en estas fechas, pudimos realizar –sin mucho esfuerzo – una ruta magnífica por las cañadas de antaño. Que son siempre fáciles y de mucho sabor para los apasionados del campo. Sobre todo si se anda por los derroteros de Veredas, cogiendo la punta desde arriba, que es casi soñar con el pasado asiendo lazos de consanguineidad con los vecinos que tenemos tan olvidados. Sin embargo, lo que más me gusta es terminar la caminata en alguno de nuestros pueblos, disfrutando de las calles y de la amabilidad de los vecinos: que hacen gala de hospitalidad cuando te ven sin prurito de nada; cuando sencillamente entablas conversación y preguntas con cortesía y educación. Torrecampo me ha parecido siempre uno de los pueblos más interesantes de esta tierra, que tiene su singularidad y hay que cogerle bien el punto. Con el auxilio de nuestra amiga Veredas (muy de su pueblo, hasta en el nombre, que es un orgullo), anduvimos callejeando de uno a otro lado: por el Ejido y San Benito, Plaza de Jesús, El Mudo, Los Postigos.... El pueblo engaña un tanto, porque si no lo conoces se presupone minúsculo e insignificante, un tanto suyo y apartado por las distancias; pero es acogedor y de mucho saborete en el caserío y su gente. La colega dice que son abiertos y dicharacheros –que será verdad–, pero los pocos que vimos andaban a sus cosas sin mayor preocupación. Derrotando muchos pasos por las calles, sin prisa, comprobamos que es alargadote y expandido en ciertas calles, sin perder ese valor rural de muchas casas y corrales que hablan bien de su pasado y las labores del campo; también se proclama en brochazos abultados ese remozamiento de fachadas tornadas de modernidad que ha sido desaliño de las décadas pasadas (dice Vero). Pero guarda mucho retazo de haber sido un pueblo teñido de pasado y no falto de importancia, que cuenta con piedras y edificios que callan mucho y dicen poco; que presumen en silencio de otros tiempos y acaso guarden secretos en su casa. Veredas nos mostró ufana y respondona cositas de postín, desde el pósito a la cárcel, el casino y la Posada, las ermitas (varias) y hasta labras desgastadas (muy antiguas, dice). Todo un lujo de resquicios que nos dejaron anonadadas. Todo ello bajo un velo muy grande de austeridad, con la humildad que desprenden los pueblos que guardan en el costal la comida, como los pastores; siglos de tránsito por un camino largo de asperezas, sin aspavientos de grandezas, que se ha recorrido con gran dignidad; quedando simplemente vestigios de su existencia. Eso me pareció ver en Torrecampo. Una grandeza inmensa en la sobriedad de sus pequeños encantos, que hablan solos y muy poco, pero dicen mucho.

viernes, 12 de octubre de 2012

Mojinetes de Pedroche

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Hay cosas que se quedan grabadas a fuego en el membrete de la memoria. Sobre todo cuando tienen una intensidad emocional muy fuerte, y más aún cuando han pasado en los años de infancia en que se están definiendo y reescribiendo las experiencias vitales. Un ejemplo lo tenemos en ciertos eventos que están en el imaginario de nuestros mayores: como el juego que tantas veces me han contado algunos abuelos correteando de niños sin miedo por los mojinetes de la torre. En las décadas pasadas era una de las mayores atracciones para monaguillos y adláteres que encontraban allí una diversión sin parangón. Qué cierto es aquello de que la ignorancia es muy atrevida, pues solamente de niños y con una inconsciencia inmensa se pueden realizar fechorías de esta naturaleza, que sin embargo tampoco resultaban extraordinariamente escandalosas para la vecindad: pues Josefa me decía el otro día con toda normalidad que acá y cuando veía antaño a los chiquillos rotar entre los mojinetes y penachos en lo alto de la torre. Como ella decía, era una simple travesura sin mayor importancia (ja, ja, ja). Hoy ya no es posible el manido entretenimiento, y aunque lo fuera, una no es capaz siquiera de intentar tal aventura, si bien me queda la sana envidia de aquellos que tuvieron la suerte de contar con el temple de hacer aquella proeza; pudiendo observar con toda naturalidad una de las estampas más bellas de la comarca. Desde los mojinetes deben sentirse bocanadas de aire fresco, pero sobre todo el diáfano horizonte de una tierra inmensa abierta al retortero. Desde un poco más abajo miro con frecuencia los pueblos que un día rindieron pleitesía a Pedroche, las tierras tildadas de colores con ricas tonalidades, y el susurro silente de una vecindad que dormita en la parsimonia del quehacer diario. Desde aquí me siento un poco más libre, y el resuello del ascenso frenético me ayuda a reflexionar en la soledad de las alturas. Desde arriba el mundo se percibe de otra forma; se entiende de otra manera; se paladea la vida con la mirada de los dioses. Me resulta inevitable recordar al magistral en sus cuitas vetustenses, que acaso no tengan tanta lejanía en el horizonte del tiempo y de las gentes, salvando (claro está) las distancias, que son muchas. Tal vez desde los mojinetes de Pedroche algún clérigo curioso vigilara algún un día los devaneos secretos de las beatas en la espesura del atardecer; escuchara las quejumbres de las yuntas a lo lejos, de los sufridos labriegos, o los amoríos tildados de inocencia de púberes despuntando a la vida. Seguro que los mojinetes guardan los secretos de Pedroche en el arcón del tiempo. Seguro que la torre esconde los susurros más cálidos de nuestra historia..., ¡y también, las lágrimas de nuestro pasado

martes, 9 de octubre de 2012

Foros y redes dispares

A veces hay coincidencias y disparidades que cohabitan en el espacio y en el tiempo. En los momentos que vivimos de redes sociales inabarcables (a las que todos llegamos, sin embargo) resulta paradójico que (sin serlo) aún sigan existiendo los foros tradicionales de nuestros abuelos. En todos los pueblos de la comarca se pueden ver desde el mediodía y al atardecer determinados grupillos de personas mayores que de forma regular y sistemática, en ciertos lugares (muy buenos, por cierto), se juntan a la vieja usanza para charlar y comentar las eventualidades del día. Es la explosión más abultada de lo más hondo de nuestro ser (la comunicación), la persistente inercia del ser humano para hablar y reflexionar de las cosas que nos preocupan; allá a lo lejos podríamos recordar –salvando las distancias en forma y fondo (creo)– los susurros de las ágoras clásicas tan animadas que nos cuentan los libros, las parlamentas de los foros y las voces plurales de los zocos. A mí me produce ahora un sentimiento encontrado que deja un poso de sabor agridulce, pues los mayores que han sido en el pasado el soporte de las sociedades han quedado como relegados a la nada: hablan y escuchan los devaneos políticos de la jornada; escudriñan las pesquisas del pueblo, los avatares personales de los que van y vienen, llegan o pasan. Pero ya casi no hablan de ese mundo que ellos conocen como nadie. Porque el espacio rural en su esencia está ya muerto, y solo queda algún resquicio de superficialidad plagiada de mentira. No obstante, ellos mismos en su forma de hablar y juntarse representan una estela admirable del pasado, que choca brutalmente con esa vorágine de jóvenes que (a veces en el mismo sitio) digitalizando el iphono sin medida conectamos con medio mundo y hasta semejamos formar grupos hablando (que se hace poco). Son por lo tanto dos mundos divergentes que conviven, uno que llega con mucha fuerza y otro que se va después de haber subsistido después de milenios. En el espacio etéreo de unos otros quedan solo migajas de banalidades que casi no pueden comer ni los pájaros. Creo que la estampa sempiterna de los viejecillos en la biga (de mi pueblo) está dando los últimos estertores, y en muy pocas generaciones no tendremos más que en fotografías ese espectáculo del parloteo oral, del arrullo de la brigada (en el toral) o la alegre cantinela de la plaza con los de plantilla. En muy poco tiempo todo será ya un espectáculo enlatado y diferente, en verdes jardines con paisajes edulcorados, repleto de divertidos animadores con balones de colores; remembranzas de esperpento y cachivaches de la prehistoria. La generaciones del futuro ya no hablarán de la tierra ni del aire..., ni siquiera de las redes sociales o innovaciones trasnochadas, que serán resquicios de caverna enterrados por la arrolladora tecnología. Creo que se acercan tiempos de soledad.

viernes, 5 de octubre de 2012

Miramonteando

Entre los recorridos que realizo a menudo por nuestra tierra, algunos están preñados con mucha historia, y acompañada de mi hermana (que de esto sabe lo suyo) y de otras compis disfrutamos de lo lindo. Personalmente, al castillo de Miramontes y Santa Eufemia le tengo pasión, porque no hay otro pueblo en la comarca en el que disfrutes tanto caminando, observando y comprendiendo el pasado a pie obra (que se dice), destruida al tesón del tiempo; sintiendo muy fuerte las vibraciones de hace siglos. Desde arriba, las vistas son espectaculares, sobre todo se toma muy bien el tiento al territorio, comprendiendo el papel que ejercía la susodicha fortaleza: a un lado y a otro de las provincias que se divisan; de los paisajes que envuelven el entorno y de las rutas que se intuyen en la lejanía. Los resquicios que aún quedan de aquel emporio parecen vaguedades de un tiempo, pero qué manera de hablar y de decir si te lo explican con cuidado. Porque una no cae a veces en que las cosas (evidentes) no son un producto aislado, sino que poseen una razón de ser muy clara; y hasta los pedruscos con su mortecina corpulencia brotan palabras de mucha elocuencia si se miran con cuidado, con similitudes que se encuentran a no muchos kilómetros. Abajo, en Santa Eufemia, disfrutas igualmente de esa sensación de estar en un recinto medieval, llevándote de la mano de voces expertas por esos paredones que hablan en el silencio y dicen verdades como susurros; que hay que saber escuchar. Aquí hay tela marinera para entender muchas cosas de nuestros pueblos, aunque pareciera a bote pronto que el pueblucho es cansino y decadente, avejentado y moviéndose un tanto en el despiste de la vitalidad comarcal de otros núcleos. Sin embargo, cuando lo pisas con tiento, observas muy buena gente y mucho potencia del enclave. Algún abuelete nos informó de cosas interesantes –como que no quiere la cosa–, con el orgullo de un pasado que saben importante y que apenas si se atreven a decirlo en voz alta, con un lenguaje entrecortado con palabras de otros; pero ellos saben muy bien que bajo sus pies tienen un tesoro que acaso está aún por descubrir y explotar. En nuestro recorrido sentimos la tranquilidad de un lugar de frontera, que parece que lo sigue siendo, ensimismado en sus quehaceres y presto aún a la admiración de los caminantes. Martín se prestó rápidamente a llevarnos por los recovecos de más sabor, soltándose más y más a medida que dábamos la vuelta al recinto; y aparte de lo que decía de oídas –porque yo no he estudiado, subrayaba con humildad, pero con mucha voluntad–, realmente me conmovió cómo en sus adentros captaba perfectamente ese trasiego de los siglos que para el pueblo ya es algo ancestral. Pero cuanta sabiduría y amabilidad diciéndonos las cuatro verdades de su vida, sus esforzados años de juventud y las dificultades de una generación con lastres que todos conocemos. Conjugar la mirada al pasado más remoto del castillo con las vivencias de algunos vecinos nos dejaron un buen sabor de boca. Miramontes es siempre un buen destino para reflexionar en voz alta y conocer un poco más nuestra tierra.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Tempus incertum (micro)

Lo que son las cosas. Julius miraba en la sala de espera de la consulta, abstraído, algunas ilustraciones dentales sumamente curiosas; por las pantallas murales en 3D de aquel habitáculo pasaban con cierta parsimonia retazos de historia, imágenes de otros tiempos que lo remontaban a las cosas que había estudiado hacía ya una eternidad; y eran ya prehistoria de la medicina. Viendo aquellas imágenes sufría por dentro con unas perversidades que parecían de mentira: actos macabros increíbles que no tenían a la luz de los tiempos ni la mínima aceptación; herían realmente la sensibilidad hasta un grado inadmisible. Para sí mismo se preguntaba cómo cambia la sensibilidad del ser humano y la percepción de las cosas, el umbral de dolor y sufrimiento. Sería un índice interesante apreciar la evolución humana al tenor de los umbrales de dolor, reflexionaba un tanto quedo. Claro que bien visto –se decía para sí– eran los avances tecnológicos los que modificaban a los humanos, adaptándose una y otra vez a una realidad que no era ya dominante, sino vilmente dominada y sujeta a los deseos y necesidades. La abuela le había contado que antaño se sacaban las piezas dentales mecánicamente de forma grosera, que se sustituían una a una y empastaban como los muros deteriorados de las paredes que nunca había conocido, con materiales terrícolas. La risa floja se le desataba ante aquellas barbaridades y miserias de una etapa del sapiens en ciernes de desarrollo. Esa carnicería solamente se entendía a la luz de una precariedad tecnológica y médica que le dejaba frío, temblando. Pensar que sus antepasados pasaban horas ante un dentista abriendo la boca le ponía los pelos de punta, duros como escarpias. Qué pensarían ahora –reflexionaba mirando al infinito– si supieran que todas las piezas dentales se encuentran laxerizadas y actualizadas en todos los ciudadanos; que los maxilares se cambian completamente con toda la facilidad del mundo y resulta una nimiedad. Ninguno de sus antepasados hubiera entendido que es una mediocridad la utilización de dientes naturales de hueso –ja, ja, ja–. Pero eran tantas las cuestiones que se le venían a la cabeza de forma dispersa que no paraba de reír, aunque con un sabor agridulce que casi transitaba al sollozo: pero, ¿cómo iban a entender aquello..., si mantenían una alimentación natural proteica y vitamínica sin el mínimo rigor dietario..., sin dietistas que diariamente le compusieran el régimen alimentario? Echar la mirada al pasado –pensó Julius– suponía siempre un ejercicio de introspección dolorosa, representaba comprender las verdades de la especie, y por ende, intuir los recovecos más torcidos del futuro.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Leche y agua

Por fin llegó el agua tan deseada, aunque un tanto descarriada y con brete de desmesura. Para el campo y el ambiente es una bendición en general, aunque sobre ello haya también disparidad de criterios en los sectores. Como ya se sabe, nunca llueve a gusto de todos. En los momentos que vivimos (quienes nos sustentamos del campo), el sabor agridulce está a flor de piel, sobre todo por la triste situación del sector lacteo. Una y otra vez me dice Vero que refleje la verdad en el blog con detalle, con cifras y letras sobre una realidad sangrante, pero no soy docta en los números que ella domina, en las estadísticas que traducen ya miedo, ni en las pérdidas que te acoquinan el espíritu. No tengo tampoco la elocuencia necesaria para conmover vidas ajenas, para provocar lástima o encumbrarnos como víctimas desvalidas. Los lecheros y agricultores de la tierra somos gente sufrida y callada, que aguanta lo indecible y revienta por dentro ¡aunque se ahogue! Aún así, el mes de septiembre ha sido pródigo en brotes de irritación vocinglera, pues la situación está que arde (al menos por dentro). Personalmente creo que lo que pasa es grave para la comarca, pues tiene una pata muy fuerte apoyada en las vaquerizas y su industria lechera. No sé si todo el mundo es consciente de la calamidad que se padece en el sector, que tiene una resolución difícil, pues la producción y comercialización andan descarriados. Casi siempre hemos sufrido en el campo y con la ganadería las deprimentes situaciones de precios irrisorios, pero ahora la cosa es insostenible: nos cuesta producir más de lo que vendemos, y trabajamos gratis. En la comarca los ganaderos nos mantenemos con pundonor y el optimismo genético de quienes han vivido siempre con muy poco o con nada. Hemos hecho en las últimas décadas esfuerzos ímprobos por modernizar el sector, innovando hasta lo más alto, sacrificando todo y más de nuestras vidas; optando por una iniciativa de mucho riesgo para defender nuestra tierra..., obteniendo calidades muy satisfactorias y convirtiendonos en motor económico de la comarca; pero ahora mandan los mercados y sus precios injustos, la especulación de las grandes marcas y la desidia de quienes rigen nuestros destinos. La leche está teñida de negro, también, en un ambiente generalizado de pesimismo. No me gusta ser catastrofista y miro siempre al horizonte claro, pero no me apetece ver la cara triste ni el ánimo desvaído de mis correligionarios de oficio; de vida y desesperanza. Tenía que decirlo bien alto, porque a la comarca le interesa ser consciente de mucha gente anda ya, desgraciadamente, con muy mala leche (con perdón).

lunes, 24 de septiembre de 2012

Voces líricas

Resuenan voces de poesía a lo lejos; voces de trovadores de ensueño, artífices del misterio y obradores de la palabra. Soñadores de quimeras y embaucadores de la metáfora; ilusos de certezas falsas y mendicantes de la verdad incierta..., que piensan fantaseando en las corrientes serenas. Cientos de voces se oyen pero no se escuchan; miles de lenguas se ha hablan pero no se entienden; infinidad de susurros que se disipan en la atmósfera con la soberbia de pájaros que vuelan sin destino en el firmamento etéreo. ¡Qué pródiga es la lengua de los poetas... ¡ ¡Qué atrevida la escarcha de sus palabras..., y qué ilusa la mirada de sus pesares! En el abismo de sus memorias verbenean cantos de sirenas muertas, o vivas; acaso tengan en el infinito de la incomprensión un sitio escondido para los henebradores de sueños, para los agitadores de entelequias y muñidores de oxidadas zambras que calientan el ambiente con el sudor de los poetas. Qué grande se me hace la lista de los aurigas del coro, y qué pequeña la constancia de sus verdades; y aún hablan y miran y parlan, sin que el resuello del aire atempere su palabra. Hay que tener la sangre muy fría y el corazón caliente para decirse poeta. Y hay que vocear muy fuerte en el silencio de la noche, y escuchar al arrullo de la hoguera el crepitar del borrajo y la evanescencia de las pavesas. Cuántos poetas nos hablan, y cuantas mentiras se cuelan..., y de verdades a medias y decires desvaídos nos dejan el alma llena. Mi corazón solo escucha el aura de las tinieblas, y en la obscuridad de la noche tiemblo esperando la aurora, meciéndose calma y sola cuando le llega su hora. Hay voces allá a lo lejos, hay palabras que hablan solas; y hay cernideros de voces, que briegan juegan y roban, palabras que no están solas.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Cara a cara (micros)

Las capacidades de algunos hombres son admirables, así como sus facultades naturales para resolver problemas; sobre todo cuando tocan con las yemas de los dedos la genialidad. Mayor admiración supone aún la coincidencia de dos genios en el tiempo y en el espacio, sorprendiéndose con incredulidad cara a cara como un niño pequeño cuando se mira en el espejo. La vida es sin embargo sorprendente, y el destino caprichoso. Lo que no surge en varios cientos de años o milenios puede ocurrir un día de la noche a la mañana, como si no pasara nada, de la forma más natural entre millones de mortales que pululan por la vida sin sobrepasar las cosas más pedestres y rudimentarias. Este pensamiento masticaba de forma inconsciente el maestro, no exento de la mayor jactancia y altanería, mirando la paleta de colores y observando de refilón el magnífico cuadro que le había puesto a hurtadilla Juan Pareja delante de sus narices; sin permiso y sin el menor aviso, sobresaltado ya de ambición y denostando sin remilgo alguno los principios de sencillez y humildad que le habían aprisionado a lo largo de toda su vida. Se lo había jugado el todo por el todo, y después de mucha paciencia, pasión frenada, y ensombrecimiento de la verdad se había decidido. El criado ya no soportaba ni un día más prevalecer junto al magnate del pincel triturando tierras y colores, acicalando sus obras o preparándole lienzos como un mozo de cuadra. Había llegado la hora de salir a la luz con toda su fuerza, demostrando su valor y señoreando a toda la Corte que él nada tenía que envidiar a ninguno de considerados dioses del color que cubrían las paredes de Palacio: él mismo podía sin grandes aspavientos reproducir los mejores retratos del Rey, representar las batallas o crear escenas que causaran sensación a toda la cristiandad. Poseía la inteligencia y la mano de un pintor genial. Velázquez, en su soledad y con un sentimiento agridulce, miraba obnubilado la obra: su esclavo negro le acaba de demostrar que, en cuestión de pintura, le podía hablar de tú a tú. El genial pintor de Corte tenía un maestro a su lado por esclavo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Un sueño soliviantado



Las cosas más trascendentes de la vida se hablan entre banalidades. Eso pensaba Marcos después de un largo silencio, habiendo quedado a solas con Lucía en el salón. Esa mañana habían recorrido los contornos desde bien temprano, avistado los quehaceres de la servidumbre sujeta a la casa y las explotaciones más prósperas. Quinto había anunciado su presencia en la vecina Montoro por cuestiones de interés, y en pocos días estaría ya en casa actuando como dueño y señor de la domus, que ahora señoreaba el vástago de la familia. Pero ahora, en el derroche del ocio vespertino, los dos hermanos fantaseaban con el devenir del tiempo y del destino. Nada que suscitara la ira de los lares familiares, por supuesto, pero la charla había ido demasiado lejos en presunciones que hacían temblar los pilares de la estabilidad de una existencia pacífica y afable, como la que ellos llevaban. Qué díscolo es el destino y que errática la vida –decía Lucía con la mirada perdida en el horizonte evanescente, que se asomaba por el ventanuco. Los escritores capitalinos les habían dejado sembrada la semilla de la inquietud existencial, y ahora maquinaban sobre un futuro incierto con pies de barro; soslayando las inseguridades divinas. Quizás dentro de muy poco nada existiera –decía Marcos entristecido–, quizás el imperio acabe de encontrar algún día la horma de su zapato..., y tal vez todo se vaya al traste. La inmutabilidad material de los últimos siglos estaba quebrantándose por los flancos, y hasta dos jovenzuelos de no mucha experiencia percibían una aurora debilitada. Su familia había vivido en la prosperidad durante varios siglos, estaba empingorotada en lo más alto de la ciudad, con cultivos abundantes, esclavos y prestigio militar del padre y sus antepasados. Pero, ¡ay!, que los nubarrones estaban ya muy próximos. Lucía jugueteaba bromeando sin piedad: quizás un día desaparezcamos de la faz de la tierra, hermanito; tal vez en algún momento del futuro seamos simplemente polvo en el olvido, viento ululante entre ruinas escondidas, que nadie sabrá ver. Y en el silencio de la noche de los tiempos prevalecerá encerrada nuestra casa y la ciudad entera..., hasta que un día, después de varios milenios, grite en la claridad de la planicie. Puede ser, hermanito. Solia renacerá algún día de sus cenizas –ja, ja, ja...–. La mirada fija y hermética de Marcos y su rostro se congelaron ante el pánico de una posibilidad cierta. Nada de broma.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Todo..., ¡todo, al viento!

Juani se enfada a menudo, y también la pandi de mis mejores amigas; pero a mí me da lo mismo. Para esto soy muy celosa, aunque me llamen rara. Me fatiga un montón estar todo el día intercomunicada, sin tener tiempo para mis cosas, mi oficio, ocio o banalidades personales. No sé porqué no lo entienden. Me parece magnífico que la tecnología avance una barbaridad y nos beneficiemos de ello, que podamos tener páginas web, blog y fotos a millones en Picassa, y mil aplicaciones más; localizar en un momento a Miguelón en Neuchatel, o a Virgi en su laboratorio de Oklahoma, que se emociona al leernos; pero de ahí a estar todo el día mirando el Whatsaap y twinteando sin descanso me parece una pasada. Algunas no paran desde que se levantan con el invento, y tienes al momento la vida de todas novelada en fotos, divertidas y con bostezos. No solamente es cosa de niños y veinteañeras, sino que ocurre lo mismo con los periodistas de los matinales radiofónicos, comerciales y figurines del corazón; pobrecillos, ya no viven sin el smarphone. Es cierto que las cosas van por ahí y el mundo ya no se entiende apenas de otra manera, pero creo que debemos encontrar un punto medio y saber calibrar la vida, pues a veces parecemos seres virtuales sin existencia cierta. Me molesta no ser capaces de vivir ya sin estar todo el día enfrascados en las redes, sabiendo todo y de todos a todas horas. Por mi parte, gracias a mi trabajo y voluntad (porque ya hace falta) puedo mantenerme un tanto al margen de la glogalización tecnogizada, y sigo por mis fueros con mis costumbres sin twitear ni responder a Watshapp absurdos (porque mira que se pierde tiempo). Pienso que también va mucho en la manera de ser de cada cual, y en el tiempo disponible, y a mí me apasiona más lo natural y el cara a cara, la conversación larga y serena, la intensidad de lo que se dice y cómo se dicen las cosas. Vamos, al contario de mundo. No quiero una vida de cristal..., porque es una bombilla incandescente de mucha luz que se puede romper con facilidad.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Otros tiempos, en el olvido


Al abuelo Manuel le veo los ojos más tristes algunas veces, y casi siempre me detengo; sobre todo en los comienzos de Septiembre, cuando se acuerda con fruición, y calla con mucha melancolía, sus años de infancia y del labrantío de su padre y el bisabuelo, que se pierden ya en el cielo de la memoria; y ya no volverá. A veces me cuenta aquéllo con mucho hondura y delicadeza, porque es parte de su vida y lo revive y actualiza como si fuera cosa de ayer. Especialmente –como digo– estos meses de finales del verano que preludiaban ya una buena o mala Otoñá para el ganado. Las fiebres de la canícula y las faenas de la siega del estío se trastocaban ahora en el sosiego de los cambios en el tempero, las primeras aguas y la preparación del campo para triturar el terruño con interminables alzamientos, ¡qué dolor!, con bestias cansinas que arrastraban el sudor en sus lomos a lo largo de jornadas infinitas. Ahora ya ni se alza ni se bina –dice el abuelo–, ni se siembran nabos ni se piensa siquiera en San Miguel para el mercadeo de la tierra disponible. Andamos como marionetas de los mercados, que nos ofrecen de todo y a cualquier hora, y hemos perdido completamente el ritmo de la naturaleza. Menos mal que los chiquillos de nuestros pueblos aún pueden ver las cuatro uvas en las parras, algún peral o manzano en retirada y los ajos en la huerta de sus abuelos, que para algunos de la ciudad ya son ciencia ficción. Quienes vivimos del agro, aún podemos saborear algo de lo nuestro, oler en el aire el gustillo chispeante del membrillo y coger a calderos las ciruelas del abuelo; disfrutar al aire de una sandía bien fresquita (estos días de atrás) bajo el imperio de Apolo o derrochar el melón bien sabroso en salmorejo de madre (que lo hace como nadie; y María, la amable vecina, aún nos convida con mucha terneza de sus riquísimos higos de la huerta de arriba. Son lujos que nos quedan, pero la estampa de antaño que tiene Manuel en su retina, esa..., ya no está más que en los libros, que como decía una autoridad bien calificada (con su rintintín), solo sirven para hablar de lo que no se sabe. Pues eso.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Isabel la Católica..., mujer de una pieza


La actual proyección televisa sobre la Reina Católica me recuerda algunas de mis lecturas sobre mujeres. Esta, sin duda, es una de esas féminas de armas tomar de la Historia, que dejó muy bien asentada su impronta; si bien tuvo también sus más y sus menos por las cosas de su era, que sufrió con paciencia aún siendo la Reina de Castilla. La diosa fortuna la agració (o desgració) con un destino que nadie hubiera pensado en su niñez, a la sombra de los hermanos varones; aunque con los desaliños de su tiempo, en materias de sucesión, podía realmente ocurrir cualquier cosa, como de hecho sucedió (por su precaria legitimidad). No me interesan demasiado los trascendentales avatares que presenció, e incluso procuró, sino más bien su actitud firme en tantas cosas, su criterio personal y la fidelidad a sus principios; claro que los valores de una mujer de finales de la Edad Media distan mucho de los actuales, ¡y sería imposible comulgar ahora con tantas aberraciones que consintió Isabel!, pero su mirada y su corazón de mujer cabal miraban siempre muy derecho. Pocas mujeres en el mundo han sufrido tantas desgracias personales como la Reina, que le tocaban a lo más hondo de su ser (muertes y desvaríos de hijos, padres y hermanastro), pero supo sobrellevarlo como nadie con la dignidad de una Reina de entonces; con el apoyo inquebrantable de unas creencias religiosas muy fuertes que fueron siempre el gran soporte de su vida. Amó hasta lo más hondo a Fernando y por él y por el Reino hizo lo indecible, y aguantó carros y carretas; sufrió con resistencia los mil avatares del destino (políticos y personales) y supo vislumbrar muy bien los horizontes de un tiempo nuevo. Pero sobre todo tuvo honda conciencia de mujer bajo los parámetros de su tiempo: fue mujer, madre y esposa con intensidad, y en esa misma medida sufridora por triple partida en lo más duro de la vida. A mí siempre me ha trasmitido aplomo y mucho sentido común en su forma de ser y decidir, disponedora y no falta de sagacidad; a veces sus consejeros y allegados –de aviesas intenciones– la tentaban muy fuerte con mezquindades y viles manipulaciones, pero ella callaba y consentía en lo más tenue, pero al final se llevaba a lo songilis el gato al agua; tal vez los santurrones al uso (sus prelados, consejeros de almohada) le ganaban la partida por los fueros de sus creencias, pero ella lo sabía y lo dejaba en aras del altísimo. Pero fue mujer de carácter..., ¡qué mujer!

domingo, 9 de septiembre de 2012

En fiestas


Claro que no es fácil trasmitir a los foráneos el ambiente y el espíritu de nuestras fiestas grandes. Nada que ver con las celebraciones festeras urbanitas, sin ser mejores ni peores. Aquí no hacen falta grandes alardes de pirotecnia, pues el jolgorio está servido de forma natural. En el pueblo se siente la fiesta con una intensidad muy grande, con una emoción sobrecogedora, y en las calles el pálpito de toda la vecindad es admirable por doquier. Mucho más allá de las estampas tradicionales, que a todos nos gustan y embargan por se tan nuestras, lo que más me emociona es ver un espíritu de afabilidad y cordialidad que es copletamente rompedor: qué buena y que grande es la convivencia cuando ponemos todo y todos de nuestra parte, y durante unas jornadas vivimos como en una nube. Nada ni nadie puede romper el sortilegio de la fiesta del pueblo (¡Ay, la cuesta del molar!), pues los lazos de amistad se fortalecen como barrotes de hierro que nos enredan a todos en el firmamento de la alegría y el divertimento sin límite. Los hijos del pueblo (los de dentro y los de fuera), en un alarde de confraternidad, olvidamos por un rato la malicie del mundo, de las cosas de fuera; las malas noticias y desaliños de la vida. Lo que más me impacta es la plenitud de jóvenes y mayores a un mismo son, pues quizás sea lo que le da mayor personalidad a nuestras fiestas. Los más jóvenes vivimos en una constante y rutinaria esfera de fiesta de fines de semana y botellones improvisados, a cualquier hora, pero cuando realmente te entra el gusanillo en el cuerpo de la fiesta de verdad es ahora, cuando todos estamos metidos de verdad, disfrutando y compartiendo con razones de mucho peso; aunque ya no haya creencias religiosas arraigadas ni motivaciones históricas que nos embarguen. Pero la Historia y el pasado cumplen su papel con una fuerza inmensa, ayundándonos a superar el peso de la cotidianidad. Felices fiestas a todos.

martes, 4 de septiembre de 2012

Luna lunera


Hay que ver como se disfruta de lo natural. Estos días postreros al plenilunio de finales de Agosto son como la gloria en el campo. Atrás quedan ya las brasas de un estío irrespirable, y ahora, al atardecer con la puesta de sol, camino con mi perro con toda la satisfacción que ofrece la dehesa: amplios horizontes, encinar callado y el fresquillo que se despierta cuando el cielo se tiñe de sangre allá a lo lejos. Zarandal corre de un lado para otro y husmea por doquier, pues le viene de raza, pero prevalece siempre atento a mis pasos y curiosidades. De vez en cuando se para y atisba un ruido allá a lo lejos, escruta el aire y el espacio como un guardián muy celoso; pero luego vuelve al correteo sin mayor preocupación. A mí me gusta escuchar el silencio del encinar, presenciar el declive del día y pisar la tierra en las diferentes estaciones: las sensaciones son distintas y el pasto te marca el ritmo de la vida. El ganado busca el mejor cobijo al arrimo de la noche y te mira con desenfado y sin interés, como que no va la cosa con ellas (las vacas). Y así es. Los paseos son un auténtico placer ajeno a los dislates del oficio, al vértigo de la jornada y a las preocupaciones diarias. En estos momentos de asueto camino y pienso sin medida, como lo hace el abuelo, envuelto en la esfera densa del silencio, donde el cavilar es pura filosofía y hasta se llega a lo trascendente. Cuanta bondad cabalga en la dehesa a lomos del atardecer; cuánta satisfacción en el olvido de la rutina. Todo sentimiento a flor de piel. Siempre la mejor manera para desquitar pesares y malos humos, porque el campo se te abre en carne viva en esa tenue obscuridad que va alargando sus tentáculos para que fijes aún más tu mirada en rededor, y en ese juego al escondite descubres a veces realidades más claras que de día. Qué lujo poder andar a pierna suelta; que lujo soñar mientras se anda; que lujo vivir mientras se piensa. La dehesa es mi pasión. Y si la luna te acompaña con el vigor de ser dueña en cielo..., la vida es toda calma.

jueves, 23 de agosto de 2012

Tradiciones Machistas


(Fotografía de Moises Vargas (miralospedroches)

Hablar siquiera de estas cosas, aún en términos sinceros y con toda la honestidad del mundo, resulta extremadamente peligroso; porque no todo el mundo lo entiende en sus justos términos, algunos se sienten agraviados y hasta te pueden culpabilizar de no entender lo más nuestro; o creer simplemente que quieres injuriar de forma un tanta grosera y despectiva las tradiciones. No es eso en absoluto, y me arriesgo a la incomprensión más sañuda por parte de quienes más quiero. Me refiero a nuestras queridas tradiciones, cargadas de años y significados, de familiaridad y una afectividad que nos ciega los ojos hasta lo más profundo de las entrañas; pues las hemos vivido desde niños y forman parte de nuestro paisaje emocional y vivencial, y están completamente integradas en lo más profundo de nuestro ser. Año tras años vemos en muchos de nuestros pueblos las procesiones de los patronos y vírgenes de cada lugar, reiterándose la mayor parte de las veces las escenas machistas (costaleros, mayordomos...), solemnidades y protocolos preñados con diferencias de género acusadas, que cualquier ojo crítico capta sin mucha observación. Hoy he recordado estos desaliños de nuestro pasado repasando algunas fotos de los Piostros de Pedroche, que tanto queremos todos, celebramos y revivimos anualmente. La mayor parte de los pedrocheños sentimos orgullo de esta tradición tan nuestra y tan singular (aunque no tanto), pero se nos olvida –o no queremos incidir en ello– la extraordinaria lección de discriminación y desigualdad de género que representa para todos los jóvenes que asimilan esas estampas: con el jinete (varón, mayoritariamente) por delante (dirigiendo, conduciendo...) de la bestia postrera con la jamuga, y la hermosa fémina engalanada a rastras del varonil jinete plagado de virtudes, señoreando capacidades y triunfos del género dominante de los equinos; atrás la mujer cumple con la belleza y donosura de un adornado florero que brilla con mucha intensidad en el equilibrio precario de la jamuga, que no es ingenuo artificio de la monta caballar, sino argucia de distinción para montar al jinete bien pertrechado a la gineta, al tiempo que las féminas delicadas (¡ay...) lo hacen a mujeriegas (con mucha habilidad, por cierto). Grandes lecciones que se enseñan en el silencio ruidoso de la fiesta, donde las lenguas y los desquites respecto al asunto también son dignas de admiración y de crítica. Es un ejemplo más de cuán difícil resulta suprimir el machismo y sus arraigos en nuestra sociedad, cuando lo vivimos en el tenor de la fiesta con la máxima fruición y desenfado. E incluso nos vemos abocados a reforzarlo ante todos para defender lo nuestro, para ensalzar los valores de nuestro pueblo y reivindicar nuestro pasado. Lo que son las cosas.

lunes, 23 de julio de 2012

VISEANDO


Hoy me he pasado un rato por el Viso con disfrute, porque andan pletóricos de alegría. Es normal, pues las fiestas de nuestros pueblos suben la adrenalina a la vecindad, que se despreocupa un rato de la malicie que nos envuelve a diario (económica...). En general los periodos vacacionales y de estío nos tienen un tanto apartados de la realidad (a algunos, por lo menos), pero las fiestas patronales nos despiertan la afectividad como ninguna otra. Los viseños las viven con mucha intensidad y se nota una efervescencia especial, pues es el momento del año de mayor tronío y tiran la casa por la ventana. A mí me gusta visitar este rincón de la comarca en fiestas, cuando todo el mundo anda subido de tono y orgullosos de su abuelita y sus tradiciones. Ahora están más sueltos y naturales con su casa vestida de gala y a lo grande, y es que a veces en el trato diario se les ve como encogidos y un tanto amilanados, como el que quiero y no puedo (que dice el abuelo). El poblachón tiene mucho orgullo y a veces se siente contrito y defenestrado del porte que le corresponde, con cresta bien relumbrante pero con gallos muy fuertes a pocos kilómetros que miran con recelo. Cuando andan a lo suyo sin preocupación se les ve más finos y campechanos, con muy buena fiesta y juerga por todo lo alto. Especialmente me gustan las vaquillas y los encierros (por degeneración profesional), que aquí se viven como en ninguna otra parte de la comarca. Cuando más disfruto con mis amigos del Viso es por las mañanas de encierro, en esos periodos interminables de jarana mezclada con tradición y jolgorio. En estos momentos la gente rezuma alegría, amistad y generosidad, y el ambiente es fenomenal. El pueblo tiene un aire de vitalidad y euforia que no parece el mismo. Desmelenados son más naturales. En la cotidianidad se cubre de una monotonía inhóspita que se pierde por sus calles alargadas e interminables..., un tanto afantasmadas sin mucha chispa. Ahora, no. De aquí y de allá salen vecinos, voces y alegrías. El aire está cargado de optimismo y te invitan a la menor. Es gente sana y dicharachera, aunque el abuelo diga que son muy suyos, y hasta un poco altivos (sin mala uva). Mis amigas son muy sanotas, aunque tienen ese puntito viseño de orgullo que resulta hasta gracioso. Pues eso, a disfrutar a lo grande con Santa Ana y los encierros, que corra la adrenalina y el vino que quita las penas. Es la mejor estampa del Viso, y ahora mandan sus fiestas en la comarca.

viernes, 13 de julio de 2012

Los Ojos de la Muerte


La ópera prima de Antonio Arévalo Santos ha sido editada por la Diputación de Córdoba en su Biblioteca de Creación Literaria, y como la mayor parte de las obras de esta promotora ven la luz a trancas y barrancas, pues no debe ser la difusión lo que les interese. Tengo que decir que apenas si conozco al autor más allá de las referencias que me ha dado mi hermana Vero, señalándome que es el de la Televisión de Pozoblanco, que a veces he visto de largo en diferentes eventos cuando voy de compras y ocio. Poco más. Es al parecer un chico bastante polifacético, y he oído distintas versiones sobre sus talentos. Su libro me ha sorprendido por varias cuestiones, pues ya es atrevimiento el tema en que se embarga de sopetón, con un argumento clásico entre los clásicos de poetas, filósofos y pensadores de gran calado. Entrar de lleno en este laberinto tan verdadero del hombre ya tiene mérito por sí solo: que pareciera a priori tirarse al ruedo con muy poco trapo (porque necesita trastos buenos de torear, no por otra cosa) y un cornúpeto de cuidado. Sin embargo, la valentía se agradece siempre, y mucho más en los espontáneos que no son profesionales del toreo y lo hacen con todas sus vísceras. Aunque aquí parece, por lo que se lee, que no es ni mucho menos una salida repentina e impensada, más bien un salto al ruedo bien meditado y masticado en el silencio de muchos años. Porque la obra respira a mi entender bastante aliento alambicado en el silencio; la paciencia y la templanza en la pluma. De entrada me esperaba un texto de cortedad argumental y mediocridad en la gesta escribanil, pero no es eso precisamente el contenido. Tiene bastante fondo, y aunque la forma resulte un tanto endeble en la traza de los principales valores, me gusta la escritura y la propiedad con que lo hace. Tal vez me esperaba otra cosa más liviana. El chico tiene ideas y sabe bien por donde anda, sin que se le suban los aires a la cabeza; sabe lo que dice y dice lo que sabe. Y en esto del saber y del conocimiento tiene mucho que ver lo que se lee, y al parecer no anda parco de lecturas. Las ideas y citas de los hombres preclaros de la historia, que engruesan el texto con cierto ritmo y gananura, son un pilar bastante importante de la obra, pues a veces pareciera un compilatorio de un libro de citas o de buena sedimentación bruñida de erudición. El tópico argumental tiene sus ventajas e inconvenientes. Escribir sobre la muerte me recuerda al pintor que realiza una copia de Velázquez delante del original, y por buena que sea siempre veremos defectos sobre la genialidad del maestro; pues eso le pasa a esta lectura sobre un tema tan recurrente. Parece que estamos sobreleyendo esa estampa manida de la muerte como mujer fatal, erótica y sensual hasta la saciedad, hermética y hasta gótica y fantasmagórica. Es cierto que Arévalo pone su verbo y su palabra, pero sobre un paisaje muy trillado, donde despuntar en la creatividad resulta muy difícil. Con todas las dificultades creo que consigue sembrar un pellizco bueno en el lector, con cadencia e intriga, y escenifica bien la entente cordiale con esa muerte arrebatadora a la que es imposible ganar la partida; a veces, incluso, en su trama argumental plantea bien ese tocado de florete que gusta en la lectura, porque a los lectores nos apetece reflexionar, aunque las ideas sean mimbres de mayor o menor fuste. Asimismo Arévalo traza con cierto equilibrio (aunque no todos los temas, claro) esas grandes preguntas y esas torpes respuestas de los hombres, el sentido de la vida y de la muerte a la limón (la libertad, amistad, las últimas cuentas, el reconcome de la eternidad...). Y hasta se atreve de soslayo con Dios; dejando de lado las cuitas institucionales de la Religión, que darían muy bien para cien libros. Ciertamente no me disgusta la obra a pesar de la dispersión o elección de temas claves, y hasta se disfruta de esa manida dialéctica escenográfica en medio de la tormenta (a cubierto), en la sombra de la obscuridad y de la noche; ante esa fierecilla indómita de la muerte que se deja cariñosamente tutear (y te acaricia) ante el soliloquio introspectivo de un ebrio-cuerdo desahuciado de la vida. La última estampa del amanecer con la luz del aurea hubiera sido un final perfecto; sin mayor adorno ni arrope de conclusión. Qué atrevida soy. Lo dicho. Puede leerse.

martes, 10 de julio de 2012

Sentimiento de un periódico


Ayer me tropecé (pues buscaba cosa muy diferente) con un libro de remembranzas de la comarca haciendo acopio de lecturas para el verano; y como también es cosa de estar al día en las cuitas de la comarca me hice con él. Es un recopilatorio nostálgico de la desaparecida publicación de Los Pedroches Información, que hace años (noviembre, 2008) dejó de ver la luz, y ahora le quiere rendir tributo uno de los periodísticas de aquella prensa local. A todas estas peripecias periodísticas les pasa siempre lo mismo en la comarca, pues tienen su tiempo contado (creo) y muy medido por no haber tentado bien el terreno que pisan, y es que en los tiempos modernos (como decía la zarzuela...) las cosas avanzan una barbaridad, ¡y en la letra pública de molde ni te cuento! Casi nunca apuestan por cosa novedosa o diferente a lo que ya te ofrecen otros medios y de forma más rápida. Por dentro el texto hace gala de lo que presume el titular, con un recordatorio cargado de añoranza de unos y otros (autor, y comensales) que tiñe sus páginas con prólogos de plañidera, y motivos no le faltaran a los que han sufrido aquella pérdida cuando todos andaban (al parecer) en ciernes del periodismo y de la política. Los años jóvenes, y especialmente en el retortero de la pluma, siempre dejan un sentimiento encendido (dicen). A mí me pillaba un poco joven e inmadura la susodicha publicación semanal, y lo que leo ahora me traduce un tanto la inquietud de aquellos años con algunos matices en el continente y en el contenido. Más allá del interés informativo de cosillas de cierto pujo al paso de los años, se recogen artículos diversos e interesantes de los plumillas de la comarca, emergentes periodistas, colegiales avezados y algunas firmas de las progresía intelectual, que dice mi hermana Vero con rintintín (como es). Yo leo con fruición esas sensibilidades críticas, casi siempre, y esa inquietud intelectual junto a la mirada sólida que hacen de los principales temas de interés del momento. En ocasiones las retrospectivas de opinión resultan muy sustanciosas; y hasta te hacen reflexionar un tanto. Son muchos los temas de los que se hablaba, aunque con ciertas presencias que tuvieron auge en el momento. En algún punto el recopilatorio articulero me causa desazón (no por el recopilador, sino por lo que se recoge). Desgraciadamente me confirman –aunque se trate seguramente de una selección atinada– el escaso protagonismo de la mujer en nuestra comarca: tanto en las autorías de artículos como siendo objeto de noticia. Con tanta ausencia se constata muy bien el perfil machista de una sociedad que aún camina por los fueros de la desigualdad. Entre las lecturas del susodicho libro aparece muy poco del sentimiento femenino, que no va más allá de la emocionada carta de una periodista en ciernes en la redacción (Vanesa), con alguna otra noticia de soslayo (de María Rubio, Mª. Mena, Tránsito Habas...) y las desgraciadas peripecias en que la mujer es objeto de maltrato o de enfermedad (Miércoles de Pasión para una mujer, Cartas a Carmen...). La mayor parte abunda en la mirada varonil de escritores y poetas en forja que buscan sacar cresta coloreada en la contrita Cultura de la comarca. En todo caso, un testimonio sentimental de cierto valor para echar la mirada hacia atrás observándonos en el espejo del tiempo. Y un esfuerzo del autor para dejar en nuestra memoria esa experiencia de la prensa comarcal.

domingo, 1 de julio de 2012

Calle El Toro. Triste y sola




Eso dicen en la capitalita los defenestradores de la razón, al socaire de esa peatonalización de la Calle Mayor que ha alcanzado eco hasta en los mentideros del etéreo espacio internauta comarcal; y expectantes estamos ante tamaña controversia. Tal vez tengan razón los pozoalbenses encaramos en la defensa del Euro al arrimo de la rueda, aunque a mí me parece todo lo contrario. Esta mañana, sin ir más lejos, he paseado con Juani a nuestras anchas por el callejón del delito, y ¡oye, que bien no tenerse que preocupar por los coches, ni las prisas que te imprimen! Claro que no quiero entrar en polémica con quienes comprometen (como dicen) el pan nuestro de cada día, y doctores tiene la Iglesia, pero una servidora (probablemente ignorante en cuitas urbanísticas) entiende todo lo contrario: será más fácil y probable que se estimule el comercio con el vehículo de San Fernando (un rato a pie y otro andando) que con la frenética inercia de la maquinita de rueda; porque yo al menos compró y miro más de esta manera; y al contrario, cuando voy en coche paro puntualmente y completamente de largo sin mirar más escaparates. Más allá de estas diatrabas, que deben tener bien resueltas los geográfos y entendidos, hay que sopesar que la susodicha calle es de todos los pozoalbenses y viandantes de la ciudad, y no únicamente un espacio inteligible desde la perspectiva económica. Pero bueno, ¡Sea lo que Dios quiera!, y el tiempo que todo lo sana dará y quitará razones. A veces hay que caerse para levantarse, y en otras ocasiones andando bien derechos evitamos caernos sin tener que levantarnos. A mí particularmente me gustan los pueblos y ciudades con la mayor naturalidad posible; yo eliminaba el tráfico por completo, los humos y malas formas de tener que tener que andar esquivando obstáculos como en terreno ajeno. ¿No son nuestros pueblos los habitáculos de los hombres para vivir con mayor paz y sosiego? Pues evitemos ruidos, contaminaciones innecesarias y circulaciones que nos interrumpen y dificultan la existencia; sobre todo cuando tenemos la suerte de poseer pueblos con pequeñas dimensiones y son fácilmente transitables de uno a otro extremo. Esa es mi opinión, que a veces también uso de forma desconsiderada la furgoneta con las prisas y luego siempre me arrepiento. Hay que ser razonables, y acostrumbramos a no serlo. La calle Mayor de Pozoblanco que hoy he apreciado no estaba en absoluto triste ni sola, tal vez meditabunda y circunspecta, reflexionando, como cuando una piensa que ha hecho algo malo y en un punto le pica la conciencia. Porque son muchos años con el tránsito rodado a las espaldas y la costumbre hasta se convierte en ley, e incluso en verdad bien asentada sin tener ni pizca de razón. Qué pronto se nos olvida que lo más normal no son los coches en los centros de población, que más que satisfacer necesidades crean superficialides y atamientos. En el silencio vespertino de Pozoblanco una servidora no ha visto tristeza alguna, más bien ha oído el arrullo de los pájaros y la claridad de la mañana sin obstáculo; y hasta un puntito de alegría y felicidad en esos transeúntes que andaban como perdidos (como niños con zapatos nuevos) en ese amplio espacio que acogía con sosiego envidiable de las calles laterales el aire a borbotones. Y cabía mucho. Aún se movía la gente con ese despiste como a quien le toca la lotería y no sabe por dónde le viene. A veces la suerte nos llega de forma inesperada..., y hasta nos preguntamos por los boletos. Qué desgraciados somos. Enhorabuena a los tarugos.

jueves, 21 de junio de 2012

Violencia machista


Suma y sigue, que la cosa no tiene fin. Los acontecimientos de los últimos días no hacen más que acumular tragedias a una larga nómina de eventos de violencia machista, que es interminable. Y fatalmente incomprensible, sin el mínimo atisbo de vislumbrarse el fin por ninguna parte. Los asesinatos de mujeres prosiguen por sus fueros sin solución de continuidad. Hasta pasan desapercibidos entre la vorágine de informaciones económicas y políticas que invaden nuestra cotidianidad. Desgraciadamente no se ha producido aún una auténtica concienciación de un problema tan cercano y tan nuestro, tan doméstico e incrustado en nuestros principios de moralidad. Denostamos la violencia de género en la distancia, nos ruborizamos, y hasta nos rasgamos las vestiduras si hace falta en fuegos de artificio (manifestaciones...), pero creo sinceramente que no tenemos asimilada la gravedad del problema y sus orígenes. Ni individualmente, ni como colectivo en términos de globalidad social. Los programas de pandereta (institucionales) que se ponen en marcha para subsanar la problemática no son más que una entelequia, un pobrísimo quitatelarañas que apenas si corrige algunos filamentos de la gigantesca malla social en que nos encontramos las mujeres; y mucho menos alcanza a entender la verdadera problemática del problema, que supone ni más ni menos que matar la araña. Hace años que se vienen realizando análisis sobre la violencia de género y sus parámetros, perfiles de víctimas y asesinos, entornos, clases sociales, edades..., etcétera, pero no parece que sirva de mucho afinar con los presumibles sujetos proclives a la violencia. Las razones más profundas de esta indefinición están en la ausencia de análisis morales sobre la sociedad española; sobre las desigualdades económicas y los principios consentidos sobre desigualdades y discriminaciones hacia la mujer que se viven con naturalidad. No niego que la cuestión sea compleja, que lo es y mucho, pero con letras gruesas se percibe que el machismo tiene pilares de sustentación en el rol tradicional de la mujer, su falta de autonomía económica y la consecuente inferioridad social, política y de otras naturalezas. En nuestro mundo están impregnadas las diferencias hasta la médula, y vemos con buenos ojos la dominancia del hombre en los cargos de mayor relieve social, el tamiz envenenado de esa mujer objeto que se promueve en la publicidad con esa belleza desorbitante, y esa femineidad edulcorante cargada de veneno; esa dominancia reprochable de deportes machistas que día y noche asimilamos como eventos cargados de normalidad, corridas de toros, carreras de coches de varones..., etc. etc. Se nos olvida que el machismo y su posición dominante responden a cuestiones de desigualdad y discriminación entre el hombre y la mujer..., y haberlas hailas y muchas. Convendría hacernos un buen repasito en todos y cada uno de los sectores, desde lo alto hasta lo bajo, en lo corto y en lo ancho. Ha pasado ya mucho tiempo desde que dejamos atrás la rancia sociedad tradicional de nuestros abuelos (que entendían el machismo en sus parámetros morales), pero en los jóvenes una servidora sigue viendo buenas dosis de machismo: en las parejas, en los recovecos domésticos, en el colegio (deportes, actividades...). A veces la progresía de escaparate de chicas jóvenes esconde una trastienda que deja mucho que desear; y en lo más recogido de nuestras casas se esconden cosas detestables. El flujo continuo y constante de violencia deja bien a las claras la presencia de uno de los mayores problemas de nuestra sociedad. La cuestión merece una reflexión profunda por parte de todos, sobre todo para alcanzar a distinguir los auténticos valores del ser humano, por encima de las adjetivaciones tan groseras entre hombres y mujeres, en las que sin duda se encuentra el caldo de cultivo de la desigualdad y la discriminación, que a la larga viene a desembocar en la violencia.

miércoles, 13 de junio de 2012

Jaroteando


A pleno pulmón, en el corazón de la Jara, Villanueva de Córdoba está impregnada del sabor de la tierra. Ninguno otro pueblo de nuestra comarca se encuentra tan arrebatado del paisaje de la dehesa y del sentimiento campero. Y hasta los veo a veces, si cabe, algo señoritingos en su porte caballeresco al arrimo de Virgen de Luna, como esos chulapones del latifundio inmundo (de otras provincias) que tan lejos se encuentran de nuestras esencias, del trabajoso pasado e ingente sacrificio. Pero los jarotes se sienten orgullosos de esa guisa y un tanto postineros (hasta me parecen), que acaso sea refriega innecesaria de celosillos con los más grandes y cercanos que le hacen sombra (es broma). Por el callejero jarote se anda mucho y con deshago, porque el poblachón es grande y dicharachero, alargadote en sus vértebras y de mucha sustancia en el caserío, que a ratos se enorgullece con caserones de cuidado. En uno de ellos, adecentado muy bien, hasta se come de lujo. Paseando por el centro con mi amiga Manoli, al arrullo de San Miguel, aprecio cierta vidilla y contento de las señoras, que andan con agitación innecesaria, aunque tampoco detestan la cantinela del chismorreo y la hebra con la vecina cuando de intereses se habla. Villanueva tiene un no sé qué de orgullo postinero, y es que al sol naciente de la tierra tiene apegos de los más desaforados del rincón de la comarca, que le rinden pleitesía. Se ven algunas tiendas y bares de servicio y cierto señorío, a las que no les falta empaque y han sido institución desde antaño –según me dicen–. En el Mercado se siente el hormigueo de la sangre viva de las señoras (mayoritariamente), y se toma bien el pulso de la economía doméstica de este pueblo. Me gusta observar y detenerme aquí y allá en los puestos de fruta, carnes y pescados..., porque se capta muy bien y muy rápido la respiración económica y anímica, y aquí se come bien decente, y se sabe comprar con tiento; y desgraciadamente también escucho con demasía las quejumbres de las que nos habla a diario la cajita tonta. Aunque el corpachón lo tiene Villanueva de pueblo grande, basta con patearlo bien para darse cuenta de su prurito de ciudad en ciernes, de su pasado notable y su realce destacado en no pocos detalles. El hondo sentimiento religioso que me cuenta mi jarota favorita lo avala con su iglesia, algún convento, ermitas y resquicios de otro tiempo (Cristo Rey, Sagrado Corazón, Obreras). Lamentablemente lo vemos todo por fuera y de corriendo. De pasada me presenta un tipo curioso y entendido de la Historia, que debe ser distingo de la casa al tenor de la forma en que le habla. A mí me gusta conocer todo, y pongo atención a su discurso (que es amplio y entusiasta), pero al tenor de lo que dice necesitaré un ciento de visitas bien completo; y es tiempo que no tengo de momento. Pero acepto al tal señor las gentilezas que me dice, las visitas que me ofrece (a las dos, creo) y otras cosas para ver con más ahínco. Con la premura de siempre, porque el ganado no espera, tomamos un refresco en un local señero del centro con algunos mayores y clientela respingona de la que mira lo que le interesa. Villanueva es un pueblo grande.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva