martes, 9 de octubre de 2012
Foros y redes dispares
A veces hay coincidencias y disparidades que cohabitan en el espacio y en el tiempo. En los momentos que vivimos de redes sociales inabarcables (a las que todos llegamos, sin embargo) resulta paradójico que (sin serlo) aún sigan existiendo los foros tradicionales de nuestros abuelos. En todos los pueblos de la comarca se pueden ver desde el mediodía y al atardecer determinados grupillos de personas mayores que de forma regular y sistemática, en ciertos lugares (muy buenos, por cierto), se juntan a la vieja usanza para charlar y comentar las eventualidades del día. Es la explosión más abultada de lo más hondo de nuestro ser (la comunicación), la persistente inercia del ser humano para hablar y reflexionar de las cosas que nos preocupan; allá a lo lejos podríamos recordar –salvando las distancias en forma y fondo (creo)– los susurros de las ágoras clásicas tan animadas que nos cuentan los libros, las parlamentas de los foros y las voces plurales de los zocos. A mí me produce ahora un sentimiento encontrado que deja un poso de sabor agridulce, pues los mayores que han sido en el pasado el soporte de las sociedades han quedado como relegados a la nada: hablan y escuchan los devaneos políticos de la jornada; escudriñan las pesquisas del pueblo, los avatares personales de los que van y vienen, llegan o pasan. Pero ya casi no hablan de ese mundo que ellos conocen como nadie. Porque el espacio rural en su esencia está ya muerto, y solo queda algún resquicio de superficialidad plagiada de mentira. No obstante, ellos mismos en su forma de hablar y juntarse representan una estela admirable del pasado, que choca brutalmente con esa vorágine de jóvenes que (a veces en el mismo sitio) digitalizando el iphono sin medida conectamos con medio mundo y hasta semejamos formar grupos hablando (que se hace poco). Son por lo tanto dos mundos divergentes que conviven, uno que llega con mucha fuerza y otro que se va después de haber subsistido después de milenios. En el espacio etéreo de unos otros quedan solo migajas de banalidades que casi no pueden comer ni los pájaros. Creo que la estampa sempiterna de los viejecillos en la biga (de mi pueblo) está dando los últimos estertores, y en muy pocas generaciones no tendremos más que en fotografías ese espectáculo del parloteo oral, del arrullo de la brigada (en el toral) o la alegre cantinela de la plaza con los de plantilla. En muy poco tiempo todo será ya un espectáculo enlatado y diferente, en verdes jardines con paisajes edulcorados, repleto de divertidos animadores con balones de colores; remembranzas de esperpento y cachivaches de la prehistoria. La generaciones del futuro ya no hablarán de la tierra ni del aire..., ni siquiera de las redes sociales o innovaciones trasnochadas, que serán resquicios de caverna enterrados por la arrolladora tecnología. Creo que se acercan tiempos de soledad.