viernes, 23 de noviembre de 2012
Violencia machista
Hace unos meses escribí un artículo sobre el machismo. Y sigo pensando lo mismo. decía así:
Suma y sigue, que la cosa no tiene fin. Los acontecimientos de los últimos días no hacen más que acumular tragedias a una larga nómina de eventos de violencia machista, que es interminable. Y fatalmente incomprensible, sin el mínimo atisbo de vislumbrarse el fin por ninguna parte. Los asesinatos de mujeres prosiguen por sus fueros sin solución de continuidad. Hasta pasan desapercibidos entre la vorágine de informaciones económicas y políticas que invaden nuestra cotidianidad. Desgraciadamente no se ha producido aún una auténtica concienciación de un problema tan cercano y tan nuestro, tan doméstico e incrustado en nuestros principios de moralidad. Denostamos la violencia de género en la distancia, nos ruborizamos, y hasta nos rasgamos las vestiduras si hace falta en fuegos de artificio (manifestaciones...), pero creo sinceramente que no tenemos asimilada la gravedad del problema y sus orígenes. Ni individualmente, ni como colectivo en términos de globalidad social. Los programas de pandereta (institucionales) que se ponen en marcha para subsanar la problemática no son más que una entelequia, un pobrísimo quitatelarañas que apenas si corrige algunos filamentos de la gigantesca malla social en que nos encontramos las mujeres; y mucho menos alcanza a entender la verdadera problemática, que supone ni más ni menos que matar la araña. Hace años que se vienen realizando análisis sobre la violencia de género y sus parámetros, perfiles de víctimas y asesinos, entornos, clases sociales, edades..., etcétera, pero no parece que sirva de mucho afinar con los presumibles sujetos proclives a la violencia. Las razones más profundas de esta indefinición están en la ausencia de análisis morales sobre la sociedad española; sobre las desigualdades económicas y los principios consentidos sobre desigualdades y discriminaciones hacia la mujer que se viven con naturalidad. No niego que la cuestión sea compleja, que lo es y mucho, pero con letras gruesas se percibe que el machismo tiene pilares de sustentación en el rol tradicional de la mujer, su falta de autonomía económica y la consecuente inferioridad social, política y de otras naturalezas. En nuestro mundo están impregnadas las diferencias hasta la médula, y vemos con buenos ojos la dominancia del hombre en los cargos de mayor relieve social, el tamiz envenenado de esa mujer objeto que se promueve en la publicidad con esa belleza desorbitante, y esa femineidad edulcorante cargada de veneno; esa dominancia reprochable de deportes machistas que día y noche asimilamos como eventos cargados de normalidad, corridas de toros, carreras de coches de varones..., etc. etc. Se nos olvida que el machismo y su posición dominante responden a cuestiones de desigualdad y discriminación entre el hombre y la mujer..., y haberlas hailas y muchas. Convendría hacernos un buen repasito en todos y cada uno de los sectores, desde lo alto hasta lo bajo, en lo corto y en lo ancho. Ha pasado ya mucho tiempo desde que dejamos atrás la rancia sociedad tradicional de nuestros abuelos (que entendían el machismo en sus parámetros morales), pero en los jóvenes una servidora sigue viendo buenas dosis de machismo: en las parejas, en los recovecos domésticos, en el colegio (deportes, actividades...). A veces la progresía de escaparate de chicas jóvenes esconde una trastienda que deja mucho que desear; y en lo más recogido de nuestras casas se esconden cosas detestables. El flujo continuo y constante de violencia deja bien a las claras la presencia de uno de los mayores problemas de nuestra sociedad. La cuestión merece una reflexión profunda por parte de todos, sobre todo para alcanzar a distinguir los auténticos valores del ser humano, por encima de las adjetivaciones tan groseras entre hombres y mujeres, en las que sin duda se encuentra el caldo de cultivo de la desigualdad y la discriminación, que a la larga viene a desembocar en la violencia.