miércoles, 28 de noviembre de 2012

Los Yelos

En estas últimas madrugadas, cuando el sol apunta aún a lo lejos, y el manto blanquecino del rocío y la escarcha de los pilones de la vaqueriza me amenazan, es cuando más libre y decidida me siento en el oficio. En esta dureza del tajo, que muy pocos conocen, es donde se quebrantan voluntades y salen a flote los verdaderos amores; y sentimientos ciertos. Porque hay que amar este oficio y agarrarlo bien de cerca en lo más tremendo de la jera (¡como el abuelo!), que es donde te tienta la carne y el espíritu. Con la luz tenue en el horizonte, y la soledad de la noche aquilatada, hay que ser gigantes decididos en lo nuestro y tener bien templado el corazón. Haces las cosas con firmeza y buen tesón porque te gustan; porque amas la tierra y al ganado; porque la naturaleza cumple como debe, y debe llover y helar cuando es el tiempo; y nevar y solear por la mañana cuando el sol, allá en alto ya desperezado, quiere sentar su mandamiento aunque sea débil. Los días fríos de mucho rigor marcan muy bien las diferencias entre unos y otros convecinos de mi pueblo: para algunos simplemente les sirve para hablar del tiempo, y poco más; a otros para romper la monótona comodidad de su existencia en ese pequeño lapsus de desplazamientos apresurados, bien tildados de guantes y bufandas; y hay quienes simplemente lo ven en el telediario (¡uf, como está el tiempo!). Una servidora no se queja de nada en absoluto, porque el tempero (bueno o malo) viene incluido en la tarjeta de presentación desde el principio; más bien me ocurre lo contrario, pues me alegro –a pesar de las dificultades e inconvenientes, claro– y satisfago de poder sortear con suficiencia, y buen humor en lo posible, estos pequeños obstáculos teñidos de normalidad. Ves cómo cambia la naturaleza y sigue su ciclo como debe, alterando pastos y caminos, nublándose la atmósfera de noche como un paredón que oculta intrigas y senderos de misterio. Y es un lujo apreciar con aquiescencia la naturalidad del ciclo estacional. La secuencia del día es admirable cuando se coge la jornada por la punta..., ¡y ves rotar hasta la tierra en sus desmanes!; sin perder el ripio de la vida, volviendo al tenor de su destino. Hoy tocan yelos, ¡y sean bienvenidos!, porque hielos y nieves arrastrarán año de bienes (dicen). Que falta nos hace.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Dorada escorrentía (micro)

Aquella vorágine de hermanas y hermanastras, casi gemelas todas, se divertían con fruición al tenor de tiempo. Ataviadas de lo lindo con doradas vestimentas, y movimientos trepidantes, avanzaban la calle abajo con extraordinarias piruetas. Los arranques repentinos y aceleraciones inerciales se contraponían con las paradas cargadas de agostamiento y cansancio, en una suerte de contrapuntos mareantes. La mayor parte de las veces ignorando su destino, recalando en los rincones más insólitos y en los recovecos más inmundos. Las alegrías y tristezas de esta pléyade ingente de joviales temperamentos, maduradas con las prisas, siempre sorprendían al viandante de la calle mayor del poblacho, arropado con gruesa bufanda y chubasquero de colores chillones al tenor de la moda. Pero solitario y taciturno. Ellas, sin embargo, festejan la estación más triste pavoneándose con Eolo, a quien ríen las gracias aplaudiendo sus fortalezas; a quien de verdad aman y ante quien de verdad se rinden, escuchan con anhelo y esperan con ansiedad, pues su gracia y galanura está en seguirle con sus danzas envolventes, al son de los suspiros de un amante intransigente. Lástima que son cientos de hermosas damiselas que esperan los favores de ese Dios, invisible y traicionero, que silva y enamora a las atusadas danzarinas; que por millones esperan el son y la bravura de su amante. Toda la glorieta, a estas alturas, está plagada de esa efímera belleza, y por todas las calles corretean en alocados dislates bajo la sinrazón del destino. Todas..., todas son hermosas, dispuestas en procesión sin par engalanando la bellísima calzada. Entre esta corte infinitesimal de rubias cambiantes las hay divertidas y tristonas, pizpiretas y pusilánimes, voluntariosas y recatadas. Juanillo habla con ellas todas las mañanas y las conoce de maravilla, y hasta se enfada y enfurruña sin motivo ni razón, defenestrándolas luego a ese limbo oscuro del olvido que hasta les quita la vida. Aunque sabe bien, por experiencia, que son la alegría de su vida..., y volverán uno y otro día al arrimo de la calle; y le susurrarán dimes y diretes..., y le escucharan sus tristezas, y hasta conocerán sus miedos como nadie. Y le alegrarán la mañana con sus tildadas figuras de bermellón y canela, dulces como la miel sabiéndose hermosas y dicharacheras. Las hojas del otoño saben muy que durante unos días son las reinas de la calle.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Violencia machista

Hace unos meses escribí un artículo sobre el machismo. Y sigo pensando lo mismo. decía así:
Suma y sigue, que la cosa no tiene fin. Los acontecimientos de los últimos días no hacen más que acumular tragedias a una larga nómina de eventos de violencia machista, que es interminable. Y fatalmente incomprensible, sin el mínimo atisbo de vislumbrarse el fin por ninguna parte. Los asesinatos de mujeres prosiguen por sus fueros sin solución de continuidad. Hasta pasan desapercibidos entre la vorágine de informaciones económicas y políticas que invaden nuestra cotidianidad. Desgraciadamente no se ha producido aún una auténtica concienciación de un problema tan cercano y tan nuestro, tan doméstico e incrustado en nuestros principios de moralidad. Denostamos la violencia de género en la distancia, nos ruborizamos, y hasta nos rasgamos las vestiduras si hace falta en fuegos de artificio (manifestaciones...), pero creo sinceramente que no tenemos asimilada la gravedad del problema y sus orígenes. Ni individualmente, ni como colectivo en términos de globalidad social. Los programas de pandereta (institucionales) que se ponen en marcha para subsanar la problemática no son más que una entelequia, un pobrísimo quitatelarañas que apenas si corrige algunos filamentos de la gigantesca malla social en que nos encontramos las mujeres; y mucho menos alcanza a entender la verdadera problemática, que supone ni más ni menos que matar la araña. Hace años que se vienen realizando análisis sobre la violencia de género y sus parámetros, perfiles de víctimas y asesinos, entornos, clases sociales, edades..., etcétera, pero no parece que sirva de mucho afinar con los presumibles sujetos proclives a la violencia. Las razones más profundas de esta indefinición están en la ausencia de análisis morales sobre la sociedad española; sobre las desigualdades económicas y los principios consentidos sobre desigualdades y discriminaciones hacia la mujer que se viven con naturalidad. No niego que la cuestión sea compleja, que lo es y mucho, pero con letras gruesas se percibe que el machismo tiene pilares de sustentación en el rol tradicional de la mujer, su falta de autonomía económica y la consecuente inferioridad social, política y de otras naturalezas. En nuestro mundo están impregnadas las diferencias hasta la médula, y vemos con buenos ojos la dominancia del hombre en los cargos de mayor relieve social, el tamiz envenenado de esa mujer objeto que se promueve en la publicidad con esa belleza desorbitante, y esa femineidad edulcorante cargada de veneno; esa dominancia reprochable de deportes machistas que día y noche asimilamos como eventos cargados de normalidad, corridas de toros, carreras de coches de varones..., etc. etc. Se nos olvida que el machismo y su posición dominante responden a cuestiones de desigualdad y discriminación entre el hombre y la mujer..., y haberlas hailas y muchas. Convendría hacernos un buen repasito en todos y cada uno de los sectores, desde lo alto hasta lo bajo, en lo corto y en lo ancho. Ha pasado ya mucho tiempo desde que dejamos atrás la rancia sociedad tradicional de nuestros abuelos (que entendían el machismo en sus parámetros morales), pero en los jóvenes una servidora sigue viendo buenas dosis de machismo: en las parejas, en los recovecos domésticos, en el colegio (deportes, actividades...). A veces la progresía de escaparate de chicas jóvenes esconde una trastienda que deja mucho que desear; y en lo más recogido de nuestras casas se esconden cosas detestables. El flujo continuo y constante de violencia deja bien a las claras la presencia de uno de los mayores problemas de nuestra sociedad. La cuestión merece una reflexión profunda por parte de todos, sobre todo para alcanzar a distinguir los auténticos valores del ser humano, por encima de las adjetivaciones tan groseras entre hombres y mujeres, en las que sin duda se encuentra el caldo de cultivo de la desigualdad y la discriminación, que a la larga viene a desembocar en la violencia.

martes, 20 de noviembre de 2012

Sangre..., y mala leche (nos quieren poner)

Hace tiempo que venimos gritando al infinito. Hace tiempo se nos viene desoyendo. Hace tiempo que no vemos ni escuchamos un consuelo. El silencio aterrador de la mañana y de la noche nos envuelven con desgana. Nadie parece preocuparse por la leche, y en desazón cubrimos las espaldas. Tal vez algunos soñamos con mentiras, con brumas y telarañas, que el tiempo y la luz nos muestra crudas, bien colgadas de la cuadra. Nadie piensa que la leche es la sangre en la comarca; y callan porque ignoran, o silencian y no hablan, que es más perversa balada. Ahora es delito callar, cuando la vida esta parca. Quienes vivimos de ésto tenemos la lengua bana (al parecer), porque decimos y hablamos, y hasta se nos saltan las lágrimas; pero ni el eco se alarga ni de ello se comenta nada. El entripado de adentro, de toda esta gente sana, me recuerda el acostamiento añejo de la comarca.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Los rostros de la Tierra

(Foto de ABC Punto Radio Pozoblanco) Tiene nuestra tierra contrastes en desmán, aunque no lo parezca. Y a veces hasta lo ignoramos arrastrados por la cotidianidad o la inconsciencia. Nada mejor para reavivar certezas que la mirada más pura de quienes nos visitan, cuando aún nada conocen y todo lo ignoran, pero atisban certezas que a nosotros se nos olvidan. La visita de mi amiga Catherine, que es amistad internauta bien alejada (allende las Américas), me dejó rescoldos grandes de reflexión. La llevé por lo más cándido y pacífico de nuestros pueblos, admirando la planicie hermosa del encinar y la dehesa de nuestros pueblos, ayunos de ese gentío en que ella está acostumbrada a trajinar; otro día la acerqué a ese umbral de la sierra que empieza, con poco que nos movamos, a estar sembrado de arrugas y surcos movientes del paisaje, donde el olivar y el caserío disperso ondean como barquillos en un horizonte que se pierde en la lejanía. Nosotros pasamos de uno a otro lado del territorio como sonámbulos por casa conocida, sin atender demasiado a esas disparidades geográficas que ella me subrayaba con admiración, advirtiendo las disonancias de la vegetación, los cercados y cortijadas; los cambios del tiempo y la temperatura, el agua y el suelo que va lastrando novedades del Yeguas en el oriente de nuestra tierra. Una servidora se vanagloria a menudo de pisotear la comarca y andar a troche y moche, observando colores y endulzando la mirada en los contrapuntos, pero casi siempre tenemos adormecido el sentido de los contrastes, de las desigualdades y contrapuntos que nos rodean. No es que no las conozcamos –que a veces también–, sino que no las catalogamos como tales diferencias, cuando nuestro paisaje (y paisanaje) es de caracteres diferentes y aún distintos. El oído afinado de la colega, y su mirada atenta, me hicieron meditar bien adentro en lo referido: porque ella percibía bien claros los matices entre Belalcázar y Villanueva de Córdoba, Cardeña y Santa Eufemia. Ese sentimiento comarcano que tanto nos afanamos en defender está preñado de diferencias, y tal vez sea por eso que nos cuesta (aparte de otras mil razones, claro) sentirnos en el mismo carro, perseguidores de un mismo proyecto y acreedores de un mismo anhelo. Esa aparente monotonía de la tierra, que está un tanto acunada por la vaguedad de la mirada, se quebranta rápido al dar cuatro pasos. Por esto procuro siempre enseñar a mis amistades las asimetrías del terruño, que también se proyectan en nuestros pueblos a poco que se ahonde.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Tradiciones santeras

De forma inesperada y escurridiza se nos presentan a veces ocasiones de mucho sabor, que nos permiten ahondar en nuestras cosas y tradiciones. El otro día, sin ir más lejos, se nos ofreció a varias coleguitas de la pandi una situación que ni piripintada..., una de esas ocasiones insólitas que te calan muy hondo (al menos a mí, y creo que a todas). La tarde, de luces muy cortas con prieta vespertina, estaba lluviosa, aciaga y sin mucho acicate para endulzar ni el cuerpo ni el espíritu; pues el agua en contundencia y sin tregua acaba siendo cansina y porfiona, ahogándote las mejores expectativas; aunque el ánimo lo tengas por las nubes y el cuerpo te pida marcha. La cosa es que decidimos pasar la sobremesa y la trasnochá en el corti de la Juani..., ¡y mira por esas que estaba el foro concurrido, con algunos familiares y varios abueletes al allego de la candela! Al principio vimos truncado el porvenir, que augurábamos de tranquis en la apacible soledad de lugar, con algún paseíto comedido y poco más. La cosa venía torcida, y acaso por peteneras (¡que dice el abuelo!), pero hay que ver cómo sabe la gente mayor entretenerse hablando y haciendo bromas, poniéndonos coloradas y enredándonos de cuidado. Creo que –como dicen– el fuego tiene ese encanto que te enciende el sentimiento; y mucho más cuando se está con buena gente dicharachera y una buena bota de vino; y (bueno) esos pastelillos que había comprado Juani. Poco a poco nos metimos, como suele ser costumbre, en las cosas de antaño, en los riscos y veredas del campo, de los oficios y desgracias de los antepasados; pero al tino de la celebración de Los Santos rápido salió a flote la festividad que al parecer tenía en los años pasados una fuerza amenazadora. Nadie como el tío Quico –que estaba presente– para ponerte los pelos de punta como escarpias, combinando el saborete del chiste fácil con el sentimiento más hondo (la muerte). Como si nada. Creo que todas (las amigas) quedamos embargadas en esa pesadumbre que representaba un día tan especial; con ese sentido de la vida que estaba aún aferrado en la tradición, a la Religión y a unas creencias firmes que ponían bien derecho al más empingorotado de los valientes. Quico, con su voz agrietada y cuerpecillo endeble, un tanto desarmado de refinamientos (en las palabras y en las formas), nos templaba bien el ánimo utilizando el tono cadencioso y sembrando de intriga sus cuitas: – ¡Que sí, chiquilla, que se metía el miedo en el cuerpo durante semanas! ¡Qué hombre! Entre risas y silencios nos arrastraba a esos años en que el día de los Santos eran una festividad grande..., muy grande. A esas vigilias familiares donde aún triunfaba el tronío de los mayores, reuniéndose al rescoldo de la candela para pasar unas horas interminables sembradas de recuerdos; con oración reiterativa y hasta plañideras. Con las campanas doblando a todas horas. En octogenario nos refería con un hilo de angustia esas lúgubres cantinelas de bajadajo que penetraban en las honduras del alma, removiendo las conciencias..., ¡y oye, que casi me daba miedo! Esos rezos con tantísimo respeto..., y los silencios sentidos..., y los recuerdos; y las invocaciones; y esas peripecias teñidas de sarcasmo de algunos bromistas en el cementerio. En el derrote de recuerdos en la lejanía –como él decía–, aquellas jornadas preñadas de intensidad parecían hacer revivir las almas de los muertos; o al menos agitar las de los vivos, que sería lo principal que buscaba la Iglesia. En el cortijo de Juani acabamos, curiosamente, como lo hacían antes al arrullo del fuego escuchando las consejas (qué palabras) de los abuelos. A ratos el silencio se petrificaba acunado por el soniquete del agua de afuera. Los poros del sentimiento y la emoción a flor de piel. Y por lo bajilis..., nosotras nos mirábamos con cierta gracia bobalicona, pero sentíamos por dentro el escozor de una tradición contada con el aliento de algunos que aún la conocieron de verdad. En el recuento de lo pasado, a la emoción desbocada (de entonces y de ahora) le seguían las alegrías, bromas y chascarrillos: porque el tío Quico y María de Guía nos contaban –también eufóricos– que eso era también una fiesta en toda regla: se comía, se bebía y se...; buscando siempre los momentos y lugares apropiados. Como la vida misma. Y se hablaba del campo y la sementera..., la montanera y los lechales, los desvelos de aquellas gentes y sus preocupaciones sempiternas. De los triunfos de la vida, de los vicios y las virtudes; de los jóvenes valientes y las mujeres honradas (¡vaya por donde!), de las perdidas y de las más decentes. Eran ya más de las tres de la madrugada cuando regresamos al mundo..., pues durante algunas horas la estela mágica de la memoria nos había trasladado a otro tiempo.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva