domingo, 18 de noviembre de 2012
Los rostros de la Tierra
(Foto de ABC Punto Radio Pozoblanco)
Tiene nuestra tierra contrastes en desmán, aunque no lo parezca. Y a veces hasta lo ignoramos arrastrados por la cotidianidad o la inconsciencia. Nada mejor para reavivar certezas que la mirada más pura de quienes nos visitan, cuando aún nada conocen y todo lo ignoran, pero atisban certezas que a nosotros se nos olvidan. La visita de mi amiga Catherine, que es amistad internauta bien alejada (allende las Américas), me dejó rescoldos grandes de reflexión. La llevé por lo más cándido y pacífico de nuestros pueblos, admirando la planicie hermosa del encinar y la dehesa de nuestros pueblos, ayunos de ese gentío en que ella está acostumbrada a trajinar; otro día la acerqué a ese umbral de la sierra que empieza, con poco que nos movamos, a estar sembrado de arrugas y surcos movientes del paisaje, donde el olivar y el caserío disperso ondean como barquillos en un horizonte que se pierde en la lejanía. Nosotros pasamos de uno a otro lado del territorio como sonámbulos por casa conocida, sin atender demasiado a esas disparidades geográficas que ella me subrayaba con admiración, advirtiendo las disonancias de la vegetación, los cercados y cortijadas; los cambios del tiempo y la temperatura, el agua y el suelo que va lastrando novedades del Yeguas en el oriente de nuestra tierra. Una servidora se vanagloria a menudo de pisotear la comarca y andar a troche y moche, observando colores y endulzando la mirada en los contrapuntos, pero casi siempre tenemos adormecido el sentido de los contrastes, de las desigualdades y contrapuntos que nos rodean. No es que no las conozcamos –que a veces también–, sino que no las catalogamos como tales diferencias, cuando nuestro paisaje (y paisanaje) es de caracteres diferentes y aún distintos. El oído afinado de la colega, y su mirada atenta, me hicieron meditar bien adentro en lo referido: porque ella percibía bien claros los matices entre Belalcázar y Villanueva de Córdoba, Cardeña y Santa Eufemia. Ese sentimiento comarcano que tanto nos afanamos en defender está preñado de diferencias, y tal vez sea por eso que nos cuesta (aparte de otras mil razones, claro) sentirnos en el mismo carro, perseguidores de un mismo proyecto y acreedores de un mismo anhelo. Esa aparente monotonía de la tierra, que está un tanto acunada por la vaguedad de la mirada, se quebranta rápido al dar cuatro pasos. Por esto procuro siempre enseñar a mis amistades las asimetrías del terruño, que también se proyectan en nuestros pueblos a poco que se ahonde.