jueves, 6 de diciembre de 2012
La abuelita
Toda ella desprende ternura, a sus noventa años. Cuando la vida te ha dejado andar un trecho largo, y has calado bien a fondo el sabor de la existencia humana, ya solamente queda la conciencia dulce de la nada (o del todo). Sentada atrás en el parral, durante horas sempiternas, mira la abuela la quietud del aire y el susurro de las hojas; no sé qué devanea en sus adentros, callada y circunspecta, que serán resquicios de la vida que van y vienen..., Porque ha vivido mucho y ya le queda muy poco; porque tiene ya abultada parentela y ha perdido aún más de la que vive...; y conoce y olvida, y escucha y habla sin que la cabeza ni la lengua le autoricen ya a decir verdades. Que ya las ha dicho todas. Su cuerpecillo enjuto y su pellejo aterciopelado me parecen atributos infantiles, a los que ha vuelto después de muchos años: pues es curiosa la vida, que la vejez nos regresa a la infancia en cuerpo y alma (dice madre, con mucha razón). Durante las largas jornadas, teñidas de silencio y soledad, mi anciana abuela mira al infinito de las cosas con quietud inquebrantable; se atusa con cierta coquetería el pelo y sonríe con aquiescencia guasona cuando la llamo ¡guapa! A ratos la veo buscando y cogiendo cosas en el aire, que ya no son realidades de este mundo..., y los sentidos la tientan con la engañifa de un niño. Lo que más me duele es verla limitada en esa lengua tarda, y renqueante, sin que le vengan las palabras, que contradice un mundo la oralidad clara y diáfana de siempre tuvo; aquélla lengua ágil de conversación suelta, cargada de ironía y una socarronería y gracejo que era virtud en su lenguaje. Hoy solamente quedan resquicios de una capacidad muerta y cansina..., de un burdo remedo que se ha ensañado en lo más fino. De cuando en cuando, con asiduidad cansina, revive la vida con sus padres y hermanos desaparecidos (hace ya décadas), y los llama y los espera, y hasta vive la casa de su infancia y sufre el desdén de aquella infancia..., que hace ya mucho tiempo quedó sellada en el libro de la Historia. Sumida en sus diatrabas y vaivenes, de realidades dispares, mira este otoño frío que antecede al invierno crudo de la vida. Porque muy pronto caerán del cielo lágrimas de dolor y se nos teñirá el corazón de sangre. Más que nunca.