miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los que miran el frío



Hace tiempo que quería leer este libro, pero tenía muy recientes las lecturas de un buen elenco de narradores que han optado por este tema (Si te dicen que Caí,La Noche de los Tiempos,Riña de Gatos, El Tiempo entre Costuras, Inés y la Alegría, Mañana será lo que Dios Quiera), y en verdad que no conviene mezclar churras con merinas; aunque Oniva tenga un poder mediático impresionante en la prensa, buenos amigos y en las instituciones, pero el magisterio lo da la pluma. Al fin lo he leido y no me ha disgustado, pues no escribe mal y puede hacerlo mejor con el tiempo. Está aprendiendo, creo. Ya es atrevimiento bolcarse con un argumento de la Guerra Civil, que siempre se mira con lupa y tiene defensores y detractores por doquier. Onieva ha querido soslayar las superficies de fricción buscando un punto intermedio, basculando hacia la tragedia, el dolor y sufrimiento que suponen todas las guerras para la gente sencilla. Lógicamente es una salida muy manida y abordada por muchos maestros del oficio, y no lo hace mal, pero ese sesgo lleva aparejadas muchas inexactitudes. El dolor y sufrimiento no se movía -como no lo hace nunca- en las mismas equidistancias, aunque quede muy literario decir lo contrario. El texto derrocha (el autor) un fortísimo interés por no bascular la balanza hacia nadie, en el movedizo terreno de la imparcialidad, que lógicamente no existe ni puede existir.Desde la perspectiva del tiempo, Onieva retrata personajes sin cargas ideológicas ni dominancias de unos sobre otros, y eso es poco creíble (lamentablemente). En algunas entrevistas incide el autor en ese planteamiento, que en realidad supone soslayar la verdad. El discurso narrativo no lo ve una profana como yo nada mal, aunque algunas historias acusan la dispersión a pesar de poseer una imbricación común; también creo que abusa de una excesiva historicidad, pues no es preciso que nos lleve tan de la mano de datos y fechas para que sepamos que está bien documentado (que lo está). Además, la fidelidad de "modelos vivos" (en los personajes) le arrastra impidiendo una caracterización más elevada, pues podría haberle sacado más filo con una definición más rica y una construcción mejor de prototipos (más impersonales); pues muchos de los protagonistas traducen simplemente verdades indiviudales y biografías muy concretas. Tampoco me gusta el abuso de adjetivaciones constantes para ofrecer un carácter poético que resulta artificioso (cada cosa es su cosa); no sé que les dan en Villanueva del Duque (por los lazos de familia, digo) para que se embarquen en metáforas continuas y constantes calificativos de todo. La narrativa no es eso (¡Vamos, puede ser lo que quiera el autor!), porque al lector acaba hastiandole esa forma de arbitrar relatos tan edulcorados. Por lo menos a mí. Tampoco tiene sentido que optando tanto por la literalidad del relato, luego se elija el topónimo del Retamal en el centro de acción, cuando absolutamente todos los demás nombres son reconocibles y exactos. El guiño a la historia de este pueblo -si es que ha querido hacer eso- no tiene aquí mucho sentido, porque se induce más a error que otra cosa (respecto al pasado y el presente). Bueno, con todo me parece que el chico tiene futuro, aunque para escalar más alto conviene que lea las críticas de los que le quieren y saben, no solamente las bondades de los enemigos, que le adulan con amistad.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva