lunes, 17 de septiembre de 2012

Un sueño soliviantado



Las cosas más trascendentes de la vida se hablan entre banalidades. Eso pensaba Marcos después de un largo silencio, habiendo quedado a solas con Lucía en el salón. Esa mañana habían recorrido los contornos desde bien temprano, avistado los quehaceres de la servidumbre sujeta a la casa y las explotaciones más prósperas. Quinto había anunciado su presencia en la vecina Montoro por cuestiones de interés, y en pocos días estaría ya en casa actuando como dueño y señor de la domus, que ahora señoreaba el vástago de la familia. Pero ahora, en el derroche del ocio vespertino, los dos hermanos fantaseaban con el devenir del tiempo y del destino. Nada que suscitara la ira de los lares familiares, por supuesto, pero la charla había ido demasiado lejos en presunciones que hacían temblar los pilares de la estabilidad de una existencia pacífica y afable, como la que ellos llevaban. Qué díscolo es el destino y que errática la vida –decía Lucía con la mirada perdida en el horizonte evanescente, que se asomaba por el ventanuco. Los escritores capitalinos les habían dejado sembrada la semilla de la inquietud existencial, y ahora maquinaban sobre un futuro incierto con pies de barro; soslayando las inseguridades divinas. Quizás dentro de muy poco nada existiera –decía Marcos entristecido–, quizás el imperio acabe de encontrar algún día la horma de su zapato..., y tal vez todo se vaya al traste. La inmutabilidad material de los últimos siglos estaba quebrantándose por los flancos, y hasta dos jovenzuelos de no mucha experiencia percibían una aurora debilitada. Su familia había vivido en la prosperidad durante varios siglos, estaba empingorotada en lo más alto de la ciudad, con cultivos abundantes, esclavos y prestigio militar del padre y sus antepasados. Pero, ¡ay!, que los nubarrones estaban ya muy próximos. Lucía jugueteaba bromeando sin piedad: quizás un día desaparezcamos de la faz de la tierra, hermanito; tal vez en algún momento del futuro seamos simplemente polvo en el olvido, viento ululante entre ruinas escondidas, que nadie sabrá ver. Y en el silencio de la noche de los tiempos prevalecerá encerrada nuestra casa y la ciudad entera..., hasta que un día, después de varios milenios, grite en la claridad de la planicie. Puede ser, hermanito. Solia renacerá algún día de sus cenizas –ja, ja, ja...–. La mirada fija y hermética de Marcos y su rostro se congelaron ante el pánico de una posibilidad cierta. Nada de broma.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva