viernes, 5 de octubre de 2012
Miramonteando
Entre los recorridos que realizo a menudo por nuestra tierra, algunos están preñados con mucha historia, y acompañada de mi hermana (que de esto sabe lo suyo) y de otras compis disfrutamos de lo lindo. Personalmente, al castillo de Miramontes y Santa Eufemia le tengo pasión, porque no hay otro pueblo en la comarca en el que disfrutes tanto caminando, observando y comprendiendo el pasado a pie obra (que se dice), destruida al tesón del tiempo; sintiendo muy fuerte las vibraciones de hace siglos. Desde arriba, las vistas son espectaculares, sobre todo se toma muy bien el tiento al territorio, comprendiendo el papel que ejercía la susodicha fortaleza: a un lado y a otro de las provincias que se divisan; de los paisajes que envuelven el entorno y de las rutas que se intuyen en la lejanía. Los resquicios que aún quedan de aquel emporio parecen vaguedades de un tiempo, pero qué manera de hablar y de decir si te lo explican con cuidado. Porque una no cae a veces en que las cosas (evidentes) no son un producto aislado, sino que poseen una razón de ser muy clara; y hasta los pedruscos con su mortecina corpulencia brotan palabras de mucha elocuencia si se miran con cuidado, con similitudes que se encuentran a no muchos kilómetros. Abajo, en Santa Eufemia, disfrutas igualmente de esa sensación de estar en un recinto medieval, llevándote de la mano de voces expertas por esos paredones que hablan en el silencio y dicen verdades como susurros; que hay que saber escuchar. Aquí hay tela marinera para entender muchas cosas de nuestros pueblos, aunque pareciera a bote pronto que el pueblucho es cansino y decadente, avejentado y moviéndose un tanto en el despiste de la vitalidad comarcal de otros núcleos. Sin embargo, cuando lo pisas con tiento, observas muy buena gente y mucho potencia del enclave. Algún abuelete nos informó de cosas interesantes –como que no quiere la cosa–, con el orgullo de un pasado que saben importante y que apenas si se atreven a decirlo en voz alta, con un lenguaje entrecortado con palabras de otros; pero ellos saben muy bien que bajo sus pies tienen un tesoro que acaso está aún por descubrir y explotar. En nuestro recorrido sentimos la tranquilidad de un lugar de frontera, que parece que lo sigue siendo, ensimismado en sus quehaceres y presto aún a la admiración de los caminantes. Martín se prestó rápidamente a llevarnos por los recovecos de más sabor, soltándose más y más a medida que dábamos la vuelta al recinto; y aparte de lo que decía de oídas –porque yo no he estudiado, subrayaba con humildad, pero con mucha voluntad–, realmente me conmovió cómo en sus adentros captaba perfectamente ese trasiego de los siglos que para el pueblo ya es algo ancestral. Pero cuanta sabiduría y amabilidad diciéndonos las cuatro verdades de su vida, sus esforzados años de juventud y las dificultades de una generación con lastres que todos conocemos. Conjugar la mirada al pasado más remoto del castillo con las vivencias de algunos vecinos nos dejaron un buen sabor de boca. Miramontes es siempre un buen destino para reflexionar en voz alta y conocer un poco más nuestra tierra.