domingo, 14 de octubre de 2012

TORRECAMPEANDO

Con un día luminoso de octubre, que es casi un regalo en estas fechas, pudimos realizar –sin mucho esfuerzo – una ruta magnífica por las cañadas de antaño. Que son siempre fáciles y de mucho sabor para los apasionados del campo. Sobre todo si se anda por los derroteros de Veredas, cogiendo la punta desde arriba, que es casi soñar con el pasado asiendo lazos de consanguineidad con los vecinos que tenemos tan olvidados. Sin embargo, lo que más me gusta es terminar la caminata en alguno de nuestros pueblos, disfrutando de las calles y de la amabilidad de los vecinos: que hacen gala de hospitalidad cuando te ven sin prurito de nada; cuando sencillamente entablas conversación y preguntas con cortesía y educación. Torrecampo me ha parecido siempre uno de los pueblos más interesantes de esta tierra, que tiene su singularidad y hay que cogerle bien el punto. Con el auxilio de nuestra amiga Veredas (muy de su pueblo, hasta en el nombre, que es un orgullo), anduvimos callejeando de uno a otro lado: por el Ejido y San Benito, Plaza de Jesús, El Mudo, Los Postigos.... El pueblo engaña un tanto, porque si no lo conoces se presupone minúsculo e insignificante, un tanto suyo y apartado por las distancias; pero es acogedor y de mucho saborete en el caserío y su gente. La colega dice que son abiertos y dicharacheros –que será verdad–, pero los pocos que vimos andaban a sus cosas sin mayor preocupación. Derrotando muchos pasos por las calles, sin prisa, comprobamos que es alargadote y expandido en ciertas calles, sin perder ese valor rural de muchas casas y corrales que hablan bien de su pasado y las labores del campo; también se proclama en brochazos abultados ese remozamiento de fachadas tornadas de modernidad que ha sido desaliño de las décadas pasadas (dice Vero). Pero guarda mucho retazo de haber sido un pueblo teñido de pasado y no falto de importancia, que cuenta con piedras y edificios que callan mucho y dicen poco; que presumen en silencio de otros tiempos y acaso guarden secretos en su casa. Veredas nos mostró ufana y respondona cositas de postín, desde el pósito a la cárcel, el casino y la Posada, las ermitas (varias) y hasta labras desgastadas (muy antiguas, dice). Todo un lujo de resquicios que nos dejaron anonadadas. Todo ello bajo un velo muy grande de austeridad, con la humildad que desprenden los pueblos que guardan en el costal la comida, como los pastores; siglos de tránsito por un camino largo de asperezas, sin aspavientos de grandezas, que se ha recorrido con gran dignidad; quedando simplemente vestigios de su existencia. Eso me pareció ver en Torrecampo. Una grandeza inmensa en la sobriedad de sus pequeños encantos, que hablan solos y muy poco, pero dicen mucho.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva