sábado, 28 de abril de 2012

Tarugueando



Hay que hilar muy fino para cogerle bien el tiento a Pozoblanco. La capitalita se viste a diario como dama rumbosa y con traje de fiesta, y fácilmente engaña al forastero. Las galas que calza la señora y el trajín intenso mañanero adulan incluso con poses de verbena en ciernes. Pero la verdad es otra, y solo se percibe sin prisas y con sosiego. Yo no sé siquiera si la entiendo, o me engaña con brete de disfraz. No es lo mismo verla de noche que día, ni delante o por detrás. Al paso tiene estampa de ciudad moderna, cariz de embellecida dueña frescachona, y a un tiempo doncella ingenua que te atrapa la mirada. Te guiña y te convence. El porte gallardo y distinguido de algunas calles y avenidas es embuste y enredo de cuidado, porque tienen en la trastienda bastante género de poblachón castizo, que poco dista a las de al lado. Es ciudad y pueblo a un mismo tiempo; rural y urbanita a la mitad; adinerada y humilde sin embozo; y le cuesta llamarse capital. No tiene prurito de nada, porque de lo grande tiene poco, y de lo que tiene no se jacta. Cuando vengo con el abuelo me la pinta de forma muy distinta, pues con mucho más de medio siglo a sus espaldas la conoce mejor que a la Galana (la vaca escuadrilá). Dice Manuel que antaño tuvo talleres en cantidad, cuando no había en los alrededores para arreglar un carro; que en tela y trapo la casta le viene al galgo, y tienen fama de mercachifles de buen tino y condición (otros los llaman judíos, en broma). Tal vez sea verdad. Andando por lo más vetusto me entero de que conociéndole bien las tripas la casa no es lo que parece, y existen distingos de mucho fuste. Por la trastienda del centro me cuenta el abuelo con suspiro contenido el saborete de un famoso chocolate (¡Muy famoso en toda España, niña, no creas!) al lado de las escuelas donde estuvo la abuela, ¡que ya ha llovido! Me habla con pasión, y mucha reverencia, de un antiguo molino de chocolate en la calle Alfareros, y una afamada confitería llamada La Primitiva y los caramelos “Gallo”. Por el Pozo Viejo trasteamos un buen rato, contándome mi hermana las cosas viejas de los callenuevos, los recelos de antaño y la carita lavada y curiosona con que ha quedado el lugar. Otras cosas me llaman la atención, porque en el centro he visto mil veces casonas de postín sin mucho reparo en el careto, pero el abuelo me pone en situación de los ricuchos y señoritingos (abogados), y con Vero comprendo bien esos afeites del nuevo gay trinar. Hacia arriba llegamos al Santurrón salesiano, con prurito de finolis –me dicen, en broma– y centro colegial de casta conocida; que ha dejado mucha impronta en la ciudad. Qué diferente de San Gregorio, al otro lado, que respira el venticello provinciano de una modesta barriada; que templa el caserío con mucho brote de humildad, pero encendida devoción al Santo que hasta el silencio ha perdido. Mi yayo recuerda con el mayor entusiasmo la fiesta grande del barrio, las algaradas de la quema del corcho y la jarana nocturna de otros tiempos. Que era sonada. También señala el abuelo que en el naciente nada tenía que envidiar la fiesta de San Antonio y su ermita, a la que iba el barrio (y él lo vio alguna vez) de pleno con las mejores galas, como quien va a la pradera de San Isidro en los madriles. Y qué verbena –me dice–, qué diversión más grande y que fiesta tan bonita y recoleta. Guapotes y devoción acendrada. Metida en el ambiente tarugo me vino a la memoria la zarzuela de la Paloma, pues aquí hubo al parecer mucha afición al género chico, y hasta un eminente barítono (Marcos Redondo). Aunque para veneración encendida, Vero dice que aquí despunta el Nazareno (Ntro. Padre Jesús, lo llaman), y debe ser cierto, porque en su capilla vimos a deshoras fieles devotos en el silencio de una efigie bien bonita. Por fuera todo es festín de modernidad, servicios a tutiplén y bares para parar. Aquí no falta de nada, y tienen tenis y futbol, épica y pesca a desmán (cuando hay agua); tiro al plato y hasta pádel en el Recinto Ferial. Fiestas a lo grande (buena música) y botellón semanal. A veces venimos. Los tarugos no son mala gente, dicen los jarotes, cuando comparten la aparcería, pero casi nunca lo hacen, y se reparten la Virgen a ratos. Pues solo hay una luna en cielo (es broma).

miércoles, 25 de abril de 2012

Los ojos de Natalie Wood


A decir verdad, me cuesta un montón escribir de los autores que salen tanto en prensa y cuentan con pedestales por doquier; con micrófonos a espuertas y voceros de onda larga y múltiples frecuencias. Leí el libro en los requiebros del tiempo que me dejaba la Feria ganadera, pero lo hice con buen tiento y reflexión. De este autor siempre salgo desilusionada, pero esta vez esperaba (una vez más) un cambio de timón y cosa nueva al brillo de las loas y la farándula editorial. La verdad (la mía) corre por derroteros bien distintos, y es ya infortunio de sazón en mi insistencia. Tengo que reconocer que el título de la Nikolayevna siembra un punto fuerte de atractivo (eso dice Juani), que es simple fuego de artificio que se despeja sin mayor aprovechamiento que una simple curiosidad. El libro es todo él Andrada y completamente Andrada, sin pizca alguna de novedad. Un argumento insulso que redunda como siempre en monólogos narrativos interminables de un hombre cansino, débil y enfermizo, abúlico y solitario, que solamente sabe retraer su mirada hacia la nostalgia del pasado. Es santo y seña de la casa. Brotan de nuevo cansinas las manidas escenografías de Veredas Blancas (ermita de Guia y Cementerio, en esta ocasión), sin ápice alguno de bosquejar nuevos horizontes; la Mina Diógenes y las pequeñas incursiones manchegas (de Puertollano) a penas si son melifluas transposiciones de un mismo tema, bien manido por el autor. Realmente no hay argumento y parece que estás leyendo el libro de siempre (lo lamento). La incursión en el mundo de lo sobrenatural es poco creíble, ingenua y nada literario cogido como lo hace, pues la película de Los Otros (de Amenábar) se queda aquí bien disminuida y en poca cosa. Igualmente me resulta reiterativo el perfil paterno argumental sometido a principios de amor-odio, completamente infantil, que me recuerdan tanto el pincel de D. Antonio Vallejo Nájera: de ese cuadro clínico de un Edipo mal resuelto. Que al ser reiterativo en el autor...hace pensar. Sobre el figurismo narrativo hay poco que decir. Habrá gente, y no lo dudo, que encuentra en la prosa del maestro encomiables tintes de ornamento literario, aunque para mí no pasa de ser una indecente borrachera de un lirismo pesado e imposible de digerir (y mira que pongo ganas). ¿Cómo se puede abusar de un modo tan inmisericorde en cada párrafo de metáforas (si es que lo fueran)? A mí ni me resulta grato ni literario, pero claro que una no entiende ni mijita. En resumen, me ha parecido una vez más Andrada. No sé cómo dicen algunos (y él mismo) que es una obra muy masticada en el silencio de cinco años. Vamos, vamos. Andrada en estado puro, y no digo que eso sea bueno o malo. Desgraciadamente me gusta decir la verdad de mis lecturas, aunque no coincido con otros (gracias a Dios para la comarca), pero tengo mis pobres y humildes criterios. Para verdades..., ya hablan los galardones que le llegarán. Léanlo y disfruten.

martes, 24 de abril de 2012

Científica admirable


Entre las mujeres que más admiro de la historia está la Sklodowska, por su sencillez extrema y un esfuerzo gigantesco por llegar a cotas muy elevadas en beneficio de la humanidad. Claro que no le faltaba la inteligencia y el tesón, que siempre son imprescindibles para alcanzar grandes metas. También tuvo en su contra un sinfín de muros muy elevados, propios de su tiempo y de los prejuicios que tantas veces se han repetido en nuestra trayectoria: ella era también mujer, extranjera (polaca en Francia), y muy tímida e introvertida. De facciones duras y suave melena de silente rubio cenizo. Llenaba su voluntaria soledad y esparcimiento con la pasión por los libros, la naturaleza y sus intrigas; con sus paseos vespertinos a pie o en bicicleta, respirando el aire parisino y observando el mundo con mirada escrutadora. Pocas mujeres conozco en las que se aúne tan fuerte la capacidad y la disciplina en el trabajo; la satisfacción interior en sus avances, la honestidad intelectual y ausencia de vanagloria. Muy austera en las formas y bien conocedora de su largura (siempre fue primera de clase), pues no en vano alcanzó varias licenciaturas y doctorado; descubridora de elementos químicos (polonio, ese guiño a su terruño; radio) y principios científicos de primer orden. De carácter hosco y silenciosa a ultranza, y en contra fáciles verborreas, pero siempre dispuesta a charlar con inusitada frescura de su ciencia, su pasión, con avezada lengua en polaco, ruso, alemán o francés de dominaba con soltura. Ha sido una de esas figuras de valor indiscutible para nuestra existencia. A veces pienso que el camino de la humanidad, en su espinoso progreso, está marcado por la presencia de grandes hombres y mujeres. Sin ellos no hubiéramos avanzado en la forma que lo hemos hecho. Dicen los que saben que la Historia no la deciden los hombres, sino los Pueblos, pero cuánto hay que reflexionar sobre esta aseveración tan grave. Más allá de disquisiciones filosóficas, lo que si conviene es recordar la memoria de esas mentes privilegiadas que descubrieron para nosotros grandes cosas con tesón, inteligencia y constancia. Marie Curie –que desgraciadamente tuvo que subordinar su auténtico apellido– es un ejemplo paradigmático de científica fundamental de nuestra historia. Una mujer capaz, forjada en el esfuerzo por comprender los entresijos de la Física y la Química. Su trabajo se vio recompensado con galardones envidiables, pues fue la primera persona que recibió dos veces el premio Nobel (en Física y Química), y la primera que pudo ser profesora en la Universidad. Qué expectación despertó al asumir la cátedra de su mirado (cuando falleció, 1906), esperando el auditorio un discurso de protocolo, pero la humilde María arrancó firme y simplemente con su magisterio de Química; retumbando en los oídos aquéllo de gigantón salmanticense: Como decíamos ayer... Tal era la superioridad moral de esta investigadora. Solo la malicie del Radio, su gloria y su miseria, pudo derrumbar el corazón inmenso de esta mujer, que dejó este mundo en el cementerio de Scesux sin la presencia de un solo político, ni adulador alguno de baja estofa. Leal siempre a sus principios. Trabajo e inteligencia.

lunes, 23 de abril de 2012

Libros..., siempre

Resulta paradójica, y te deja un sabor agridulce, la estadística de los lectores y la verdad sobre las lecturas. Es cierto que vivimos en una sociedad que posee cada día un mayor grado de cultura, y eso casi nadie lo pone en duda; es verdad que poseemos una escolarización más amplia y existe la universalidad de la Educación en nuestro país y en los de nuestro entorno desarrollado. También tenemos que asentir que la juventud supera –superamos– años luz los niveles culturales de todos los tiempos en términos de medias estadísticas, y eso es un hecho comprobable y encomiable en relación con las sociedades modernas. No obstante hay piezas que no encajan, lagunas grandes que no se entienden y socavones que nos dejan meditabundos. Con las premisas antedichas cabría esperar que un ciudadano medio sobresaliera de forma notoria, y mucho más un alto índice de estudiantes de niveles universitarios que llevan muchos años en la enseñanza; igualmente profesores en la docencia o avezados culturetas que presumen de grandes conocimientos, formación científica y erudición libresca. Sin embargo, a pesar de todo este escaparate tan vistoso y engañadizo, mi antiguo profe de Literatura decía –y le creo a pies juntillas, en esto– que hoy alcanzan muy pocos el calificativo de hombres cultos. Ya sé que eso tiene mucha miga y son palabras mayores, pero resulta creíble que una buena parte de la ciudadanía y de los estudiantes no llegarán actualmente, con todos sus estudios y posibilidades, a conocer a Homero o Virgilio, ni leerán libros completos de Tácito o Marco Aurelio; que cada día resulta más difícil encontrar lectores cultivados con la obra de Petrarca o las letras completas de Baudelaire o Balzac; un buen número desconoce de lleno a Faulkner, Whitman, Camoes o Pessoa. Nuestras carencias son inmensas y a veces no somos conscientes. No sé si vamos por buen o mal camino, si leemos o no leemos lo suficiente, pero nuestras deficiencias son completamente notables. Personalmente me encanta la lectura, pero siento frustración cuando mi hermana Vero me dice a veces, y con verdad, el límite posible de nuestros libros de lectura, teniendo tanto por delante y sabiendo la grandeza de los libros. Con todo disfruto mucho. Pienso que la lectura es el mejor medio para conocer lo más hondo de nuestro mundo; lo más cierto de las personas; las imaginaciones más grandes de la humanidad y los anhelos más increíbles. Solo a través de la lectura se puede andar más largo, y solo por medio de ella podemos conocer lo más nuestro. La lectura es una satisfacción, es un goce..., y hasta una necesidad.

sábado, 21 de abril de 2012

Alcaracejoseando

Algunas veces somos completamente injustos con este pueblo tan nuestro. Al menos me lo parece. Sobre todo cuando nos aventuramos de forma trasnochada en enjalbegar el pasado de la comarca con esos brochazos burdos de algunas (Belalcázar, Pedroche...), sacando pecho con puntillos de honor en detrimento de otros. Alcaracejos no derrocha vanidad de lo de ayer, y no porque no tenga castillos o conventos, sino porque es un pueblo que tiene orgullo bien adentro sin aires de vanagloria. Una los encuentra campechanos y echados pa lante, sin arredrarse ante nada, de buen talante y juerguistas hasta la extenuación; siembre con buen humor (es broma. son subjetividades que no responden más que a una mirada parcial de los amiguetes). Pero sí que es cierto que muchas veces pasamos de largo sin detenernos a reflexionar un poco, porque la sencillez de sus gentes y de sus calles la pasamos como por alto. Y del pasado ni nos acordamos. Tenía ganas de andar por el término de este pueblo y los contornos sin prisa (¡aunque vaya ritmo tuvimos!), y el otro día pude hacerlo con el abuelo y su hermano sin tasa, con la furgoneta (a ratos) y pateando sin mesura el terruño seco y abrupto de muchos kilómetros a la redonda. Disfruté como una enana. Qué manera de andar y mirar el matorral, charnecas y zarzamoras..., qué forma tan apasionante de recorrer el campo con tanto conocimiento a mi favor, descubriendo arroyos secos y viejos ventorros de renombre, antiguas minas y parajes. No hay nada como caminar con los que saben de verdad –que no son precisamente los avezados senderistas modernos (con perdón)–, trillarse los vericuetos de otros tiempos para llegar y descubrir las casas del Hechicero, la del Cura o Los Espejitos; escuchar de los labios de Manuel las hazañas y sacrificios en la de Los Sebastianos, y mirar el arroyo de Alcanfor sin apenas figura de su ser. En los Margaritos dice el tío que pasó su infancia la madre de su abuelo, que hace siglo y medio, y ya hay que echar cuentas. También pasamos por algunos lugares bien conocidos, como las ventas de Durán y del Calatraveño, que me dejan siempre en un silencio meditabundo, recordando aquel trajín de antaño que pasaba por allí con otra dimensión del tiempo y del espacio. A la vera de los cientos escoriales dejamos quieta nuestra mirada, observando a lo lejos los Almadenes, deteniéndonos en las Morras y en las minas de Demetrio, a la sombra del Cerro Sordo; observando vestigios de riquezas sin medida y el halo de otras civilizaciones. Entre las parlamentas del abuelo y de padre meditaba yo en mis adentros las gestas de aquel Sexto Mario que no es sujeto de leyenda, sino verdad más que cierta de un eminente administrador romano. Finalmente llegamos, como siempre, a las centenarias encinas de la Vera, que serán seguramente las más viejas de la comarca. ¡Ay, si las piedras hablaran de ese Alcarejos gigante que está sembrado de plata, plomo y cobre, que hablan como nadie de la grandeza de un territorio hoy callado, pero sabedor de un pasado grandioso!

jueves, 19 de abril de 2012

Oteando Los Pedroches

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Tiene esta tierra mil argumentos para convencer. El aire a borbotones y un ancho cielo que cubre con esmero la sencillez de sus gentes. Desde lo alto del Calatraveño, de referencia legendaria, se vislumbra en el horizonte el suelo llano de la comarca, circundado de mediocres alturas que acaso confundan al viandante: pues no es valle..., ni aquí hay ríos de gigantesco caudal; más bien tímidas corrientes que nunca llegan al mar. Penetrando al interior hallará el foráneo viejos villorrios de prosapia medieval modernizados al uso de los tiempos; coquetas poblaciones que viven la rémora de la tradición del pasado con orgullo; del sacrificado laboreo y un encinar adusto que antaño diera nombre al territorio en tiempo de los árabes. Hoy ya todo está revestido de modernidad y acomodo. No sé muy bien cuáles son sus verdades más hondas, pero a mí me gusta la quietud y el campo abierto, correr y andar entre la jara o el mastuerzo; saltar entre peñascos de granito y de cuarcita sin límite de tiempo. Disfruto en la amplitud de la dehesa y admirando nuestra tierra desde lo alto de Miramontes, la torre de Pedroche o el Cristo de las Injurias de Hinojosa. Sueño a veces, en soledad, con el sosiego de los pastores de la Mesta pastoreando aquel ganado en nuestras dehesas, atravesando caminos y veredas. Dicen que es monótona esta Tierra..., ¡Y no es cierto! Basta con andar de extremo a extremo con destajo. A veces me pierdo alegremente por el Yeguas entre el valle y la pendiente, mirando a la Sierra (Andújar) o bajando a Navalcuerno o la Enguijuela; a veces me da por caminar por allá arriba, y en el Yeguas disfruto de cuidado, a la raya de la Alcudia mirando la cigüeña o la nutria escurridiza entre la arena. Mas siento que esta tierra es corazón y sentimiento, y lo fue con mucho desde siempre, pues a padre y madre, y los abuelos, los miro lagrimando con las fiestas y los eventos de antaño. Pasión tienen mis gentes por las Vírgenes de Luna y la de Guía, la Pastora y Alcantarillas, que es cosa seria y sentimiento muy hondo. Cuando me escapo de fiesta, me gusta la tradición: los Piostros y San Roque, las Mozas y San Miguel; echándole adrenalina (con precaución...mucha) en las vaquillas también (del Viso). Las Cruces son mi pasión. Con Vero aprendo mucho de monumentos, pues conoce como nadie los rincones y su historia. Nos encanta caminar por Belalcázar, por ese pasado postinero cargado de esencias señoriales; por esa Hinojosa adusta que debió ser cosa grande, y esas villas de Los Pedroche que son el corazón de nuestra tierra. Pero no todo es tradición, pues mucho arte hay en La Fragua y Periscopia, que siempre te sorprenden con iniciativas de vanguardia (o lo intentan). Las mayores bondades de la comarca las ve una en los extremos, acaso inciertas, pero así lo pienso de verdad: mayores y jóvenes a un tiempo pujando mucho por lo nuestro. Ándese sino por la comarca y chárlese sin compromiso, y se verá bien los que saben, los que conocen y sienten. No en menos tengo a los jóvenes, denostados –a veces con razón– y ausentes, con precaria economía, pero a poco que se profundice se verá la fuerza, capacidad y pugna grande por el terruño. No sé si tienen Los Pedroches mucho que enseñar, pero a veces pienso que más interesa el vivir y el compartir, y en eso esta tierra guarda magisterio

sábado, 14 de abril de 2012

Titanic en el recuerdo


Ya vamos a toda máquina, señor, dijo el contramaestre completamente azorado. El sudor del capitán Rostron se deslizaba por el rostro sin contención alguna, a pesar de la reiterada restriega con el pañuelo sudoroso. La aplastante obscuridad de la noche no la podían quebrantar los escuálidos farolillos enfocados al horizonte; y el viejo zorro de mar no distinguía a penas nada con sus ojos rasgados, perseverando en el intento, inmóvil y con la vista fija hacia una planicie acuosa de plomo, temblona, que languidecía prácticamente solidificada al arrullo de los hielos. Al otro lado del buque mascaba el silencio Campbell Cooper, esperando alguna señal inaudita en aquel desierto líquido; un milagro entre esos gigantones corpachones vestidos de blanco que de tiempo en tiempo iban prodigándose en inusitado juego al escondite. Nunca había oído tanto silencio el periodista Lewis P. Skdmore en las noches primaverales de aquella travesía, pero aquel día era distinto, y escuchaba como nunca el rugir avinagrado de las máquinas trajinando a más de dieciocho nudos de velocidad; hasta los motores de la calefacción se habían sobreañadido al impulso incontenido de la esperanza. El runrún de las murmuraciones había dado paso, desde hace más de media hora, a una quietud sepulcral, un silencio gélido y una tensión mortífera inaguantable; pareciera, quizás, inexistente la tripulación en el buque, amodorrada con ojos como platos, expectantes, en los óculos de los camarotes enterrados allá abajo. Nunca una llamada en el abismo de la noche había causado tanta desazón; nunca hubiera nada sorprendido al capitán como aquel grito desolado del abismo. Las bromas acicaladas de almíbar en Nueva York del Dr. Francis H. Rlackmarr, fotografiando al viejo grumete, se habían quedado congeladas en muy poco tiempo, cuando ya estaba perdida la ruta de Rijeka. Veinte minutos después del filo de la media noche el cielo quedó sembrado de terror e incertidumbre. El tiempo se había parado, de repente, al toque incierto de la obscuridad de la noche. Cerca de sesenta millas les separaban de un objetivo inaprensible, y aquel avezado guía lo sabía con la certeza que sabe la muerte; que se puede ignorar y desatender a un tiempo, pero que de nada sirve. Así caminaban por la inmensidad de las aguas sin respiro, ahogados en ese mar inquietud con el mortífero cuchillo de la desolación en trance. La angustia del capitán y su séquito de oficiales solamente se medía con la incontenible sudoración, con la tensión de los dientes apretados atenazando un destino atribulado. Qué largo se hace el tiempo en una espera desdichada; qué grande se hace el cielo cuando es el mar quien te acompaña; y que solos están los corazones cuando esperan el dolor sin saber nada. Solo el hielo indemne a la esperanza te acompaña en esos ratos de miseria, y el mundo encuentra su destino..., y la vida alcanza la andanada. Sudoroso y frío movió el capitán el mostacho en un instante, y en el quiebro del silencio escuchó bogar allá a lo lejos. Eran ya las cuatro y veinte de la madrugada cuando el diligente buque empezó a vislumbrar en el túrbido horizonte una recua cansina y fantasmal de botes arracimados e inanes desafiando la muerte. Solamente la soledad y el temblor callado de la noche hablaron ya de forma clara. El capitán se echó las manos a la cara...¡Y lloró como un niño! Gritó de forma incontenida al firmamento y solo halló dolor y sufrimiento. Nunca el corazón le habló tan claro. El Carpathia llegaba tarde a su destino. El Titanic se acababa de hundir entre las aguas.

jueves, 12 de abril de 2012

Un cadáver en la maleta


He aquí un libro sin trampa ni cartón. Su validez (que dice la estadística) es de cien por cien, pues es lo que dice ser. El lector se encuentra de lleno en estricto sensu con un género policiaco en toda regla. Aquí se puede ver con toda claridad eso que tantas veces no vemos en otros autores, teniéndonos que fiar de las plumas de los amiguetes, de los premios abultados de currículos o cartas de presentación de vientres agradecidos de la política y el periodismo. Aquí no. Al pan, pan, y al vino, vino. Perfectamente se aprecia lo que es saber escribir (oficio), técnica literaria y arte; y dónde se encuentran los límites de cada cosa. Porque es bueno dejar de lado las subjetividades que malean tanto las bondades o maldades de los escritores. Un cadáver en la maleta sigue a pies juntillas el género policiaco con sus planteamientos, intrigas, tempos, final sorprendente, etc., y a mi corto entender se hace con magisterio punto por punto. Es evidente que el autor no es un profano de la Literatura, más bien un avezado discípulo (o maestro) que comprende bien los códigos literarios y no se anda por las ramas de las mezcolanzas ni mixturas; ni fabulaciones al uso de creaciones (o creatividades) personales para obnubilar a nadie. La comprensión evidente del género se engrandece aún más cuando le vemos con buen oficio y dominando el discurso narrativo, que es suelto y bien calibrado con enriquecido lenguaje; y de nuevo se confirma bien el calibre de un hombre leído y versado en la escritura, con sus limitaciones aún, pero con vetas claras de Cultura que trascienden un simple perfil postinero o arrogante. Que no lo es en absoluto; más bien deja entrever que puede mucho más de donde llega, pues el género le sujeta y disciplina. El tiempo nos dejará verle volar hacia otros cielos con mayores vientos de libertad, cuando pierda ese miedo que tanto le constriñe a las letras de la cartilla (los cánones del género). El argumento responde perfectamente a lo se espera, y no defrauda en absoluto, llevándonos con mucha soltura donde él quiere y donde tiene que llegar, con los obstáculos correspondientes y ese final sorprendente. Eso hace que los amantes de la novela policiaca disfruten en sus justos términos. Ni más ni menos. Que es lo que se pretende. Creo además que ha sabido compaginar muy bien esos dos planos y protagonistas con los correspondientes ingredientes cronológicos y argumentales (en Córdoba y Madrid). El espacio escénico se proyecta con solvencia en esa Córdoba plagada de miserias, a través de una mirada muy certera que conoce la ciudad y tiene la suficiente soltura en presentarla sin abusar. También es cierto que toda esa panorámica geográfica, bañada de Literatura envolvente, tiene sus débitos bastante palpables en esa Feria los Discretos de Baroja (y rincones literarios de Córdoba), así como esas resonancias homonímicas de los protagonistas, que entiendo que son más que un juego de superficie; pues la recurrencia a genial Agatha Cristhie es abultada, tanto en el guiño de Hércules Poirot como en otras de sus protagonistas. La admiración y el aprendizaje de la escritora inglesa rezuma por todas las partes, y las concesiones que se le hacen son abultadas. No son muchas las cosas que he leído de este autor Pozoalbense, que en decir de su reseña es joven (vio la luz el año del asesinato de Sharon Tate, por lo tanto...), pero le veo muy sólido con la pluma y con ideas muy claras de Literatura. Supongo que se estará iniciando como esos niños que precisan un andador para mantener el equilibrio –que aquí ya es además completa la estabilidad–, pero a lo que se ve creo que aquí tenemos un gran escritor. Con mucho futuro y afinada calidad literaria.

martes, 10 de abril de 2012

Campoamor..., mujer de principios


Clara no es, ni mucho menos, una más de las luchadoras de las causas de la mujer. Fue un exponente esencial para que se consiguiera el voto femenino en el controvertido octubre del treintaiuno. Aún hoy podemos decir que fue toda una proeza en una sociedad plagada de miseria intelectual, entre aquellos muros de ideología tradicional e impotencia cierta ante las desconcertantes miradas de las mismísimas mujeres. Ni las avanzadillas políticas europeas, ni las republicanas españolas, ponían la cosa fácil a un tema que hoy pudiera parecernos de risa (aunque desgraciadamente, no tanto). Eran otros tiempos y otras mentes, en un país urdido de negrura secular, no solo en las cuestiones de la mujer. Pero en el fango inconsistente de la política y la tradición Campoamor destaca con mucha fuerza y vigor intelectual. Tal vez su potente formación jurídica y su honestidad mental le hicieron ver con claridad las vetas de la injusticia más rancia, discriminativa y deshonrosa contra la mujer. Su pugna no se entiende simplemente desde su posición política, coyuntural y atinada en todo caso a su ideal, sino en base a unos principios muy fuertes contra el desagravio del género sumiso durante siglos. La madrileña no vende su alma al diablo ni por partidos ni ideologías, y piensa lo piensa, y hace lo que piensa, aún a costa de perder el púlpito del poder. Con sinceridad indolente se enfrenta a la Ken –compañera de viaje, pero con mirada diferente–, al partido y al mundo entero (si fuera preciso) para defender siempre el voto de la mujer, por encima de las ideologías; y de las consecuencias nefastas que se urdían en ese ambiente de contrariedades; que cargaban injustamente contra la causa. En un mundo de machismo incontestado, y población mayoritariamente analfabeta, la elevación de voz de la Campoamor alcanza cotas heroicidad. Quiso el destino, además, que la cosa se complicara con el debate de esas dos parlamentarias que –únicas en el Congreso, y con distintas razones– hubieron de pujar contrariamente con criterios diferentes. Rara es la vida a menudo. Contra viento y marea mantendrá Clara una exigencia que hoy nos llena de orgullo a las mujeres, pues supo defender sus convicciones con tesón, siempre apasionada, pero con una envidiable inteligencia y tenacidad por una causa que ruboriza, como es buscar simplemente la igualdad. Qué cara tuvo que pagar su valentía y sus principios, teniendo que dejar su vida desterrada al otro lado (Suiza), aunque nos dejó un legado difícil de olvidar. Su compromiso y firmes principios son, al menos para mí, toda una lección en este mundo donde tantas veces se presume por muy poco; y se envanece por demás.

domingo, 8 de abril de 2012

Hinojoseando


Sugiere la serranilla del infanzón castellano la estampa hinojoseña de la meliflua vaquera veinteañera, pero a mí no me convence en absoluto. Una servidora se la imagina como una señorona de campo de mucho porte y postín, ricachona y con buen arca de trajes y joyas de abolengo. El abuelo Manuel siempre me ha dicho que es pueblo grande de labradores, ricachones algunos, y buenos trabajadores. Extenso y grande sí que lo encuentro, desparramado en ese llano inmenso que me encanta ver desde la ermita El Cristo de las Injurias. Desde lo alto admiro siempre esa imponente sementera que brota, en juegos dislocados de color, en esas las parcelas de artificio que parecen hechas a capricho. Allá en lo lejos Belalcázar grita muy alto, ya sin fuerza, el poder inmenso de otros tiempos; pero solo se oyen llantos de un viejo decrépito y hundido que apenas si recuerda los años de su vida. Por el término de Hinojosa siempre ando a pierna suelta, pues tiene mucho y bueno para mirar con deleite. Con Miguelón anduve el otro día por Santo Domingo haciendo algunas faenas del oficio (le vendimos una novilla), pero luego pasamos por la fuente del Pilar recordando con su abuelo los grandísimos rebaños que pasaban antaño, lo que le contaba su padre (al abuelo) de las añadas y en lo que ha quedado la cosa. Adriano mira con sus ojos oscuros muy al fondo del horizonte y tiñe de lágrimas el aire reseco de la primavera. En este poblachón (con cariño) me quedo siempre muy contrariada, porque de uno a otro lado tiene medida y porción grande, y nunca alcanzas a comprender cómo no se ha convertido en ciudad destacada: con población, tierra y artesanos. Doctores tiene la iglesia. Los abueletes tienen encanto y gracejo, y entienden como nadie del cereal, la siembra y el ganado. Me gusta escucharlos (y a ellos que les escuche) cuando hablan sueltos sin miramiento, pues rápido te ponen al día de las fanegas de antaño de aquí y de allá, del doble silo que habla con elocuencia; de la ausencia de las aguas otoñeras y de las yuntas ya olvidadas, que por lo visto en el pueblo fueron legión; la sierra era otra cosilla. Hinojosa es pueblo de religión acendrada –me dicen– ¡muy religiosos, niña! Y lo creo a pies juntillas cuando el colega me señala aquí y allá ermitas, conventos y parroquias (San Diego, San Isidro Labrador, San Bartolomé, Concepcionistas...); procesiones de mucho fuste y un recogimiento que estremece. El centro lo conozco de siempre y hay que quitarse el sombrero, porque la Catedral de la Sierra son palabras mayores. Bonita, muy bonita, sí señor. La ermita de Ntra. Sra. del Castillo también me encanta por dentro, pero no parece que se tenga muy en estima, a tenor de las parcas explicaciones que siempre me han dado. Las plazoletas y calles de Hinojosa son largas como un año sin pan, y acá y cuando encuentras casones de mucho cuidado, que dicen bien de los agricultores pudientes (creo yo). También he visto algunos resquicios de alfarería que presumen de grandezas, que será cierto, pero hoy alcanzan poco más allá de un reducto testimonial que requieren con anhelo el reclamo del turista. Qué poco queda de ese pasado pujante ganadero que algunos recuerdan, de ferias bullangueras que tuvieron fama en la región. A mí siempre me queda de Hinojosa esa estampa tristona de pueblo grande venido a menos, que necesita un empujoncito (de ánimo) para creerse que es un gran pueblo. De ello dan buen crédito las fiestas y romerías preñadas de tradición y alegría. A esas las conozco bien y doy fe de ellas.

jueves, 5 de abril de 2012

Con Pasión..., y mucha


Vero me dice que soy injusta, y me habla muy seria y decidida, y posiblemente tenga razón. No me importa entonar el mea culpa. Soy muy visceral, y tal vez haya elevado (en el anterior post) una pequeña percepción mía –muy particular– a la categoría de la generalidad. Las calles de nuestros pueblos están plagadas de gentes para disfrutar de manera muy diferente con los eventos de nuestros días. Horas y horas de espera no pueden ser algo fatuo ni fácil de interpretar a vuela pluma. La tradición milenaria, cargada de matices, está enraizada con mucha garra con una serie de rituales que llegan hasta lo más hondo de miles de personas. Con mayor o menor religiosidad, con convencimientos o idealismos personales distintos y distantes. El esforzado sacrificio de costaleros durante muchas jornadas, a costa de su descanso y trabajo, está teñido indudablemente de creencias firmes proyectadas con formas diferentes, y de ninguna manera está justificada la crítica o la valoración sobre criterios dispares. Tampoco pueden someterse a juicio ese ingente séquito de nazarenos y postulantes que arropan con fruición las hermosas imágenes de nuestros mayores; ni a esas caritas infantiles sembradas de ilusión, con esos trajecillos que les engalanan para la celebración de algo grande y esperado. Y qué decir de esa admirable disciplina de chiquillos ensayando en miles de bandas de cornetas y tambores, que con tanto cariño y solvencia interpretan los sones más populares de estas fechas. Es admirable ese espíritu de convivencia y confraternización durante tantos días, que dejan bien asentados los lazos de amistad, hermandad y camaradería; fijan señas de identidad y hasta impulsan multitud de relaciones personales, culturales y de otra naturaleza. Nada sorprende esa escenografía grandiosa si percibe con cierta aquiescencia, pues ¿a quién no le conmueve todo un pueblo en la calle revestido con unas mismas formas y uniformes? ¿acaso no resulta espectacular, y digno de reflexión, un instrumental efectista arropado por la tradición secular? Es cierto. La robusta permanencia de esta festividad y la fortísima dedicación de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos verifica unas raíces insoslayables. En nuestro calendario de fiestas son muchas las decenas de estaciones de penitencia y cofradías que se ejercitan en un ritual anual de mucha pasión. Nuestra gente se viste de fiesta con las mejores galas, convive mayoritariamente en un clima de afección y apego, y hasta dulcificamos el estómago con exquisiteces culinarias, sobre todo caseras, y una repostería de lujo que dicta que esta Semana Santa es fiesta grande.

miércoles, 4 de abril de 2012

Teatro. Mucho Teatro


A mí me gusta mucho el teatro, pero también la verdad cotidiana. Nada tengo contra la farándula o el auto en sazón. La vida juega con nosotros como con marionetas de guiñol, y tiene guasa la cosa, porque a nosotros también nos gusta jugar con la vida. Como dijeran los clásicos desde hace años –y no hay porqué contradecirlo–, estamos en el Gran Teatro del Mundo. En estos días de agua y de pasión (muy poco agua) rezuman con espuma de colores actores por doquier. No hace falta escuchar con cuidado ni observar con fricción denodada, pues el espectáculo es abierto y está servido con luces y micrófonos dorados. No niego que tradición existe desde hace siglos y sentimientos profundos, pero hay que ver cómo solo afloran con el agua, que es líquida y se diluye con primor. No me gustan las escenografías de antes (con sinceridad cierta), pero tampoco los espejismos espurios con cristales deformantes. La realidad parece adúltera y grosera, aunque dé dinero, nos haga singulares y nos revista de actores de primera. No me gusta. En este juego de teatro, cargado de artificio, todo es mofa, bufa y vilipendio de verdad. Chanza revestida con mil atuendos que nos tinta de hipocresía, sintiéndonos protagonistas de un sainete plagado de nostalgia. No sé si es verdad o es mentira, pero tengo mis dudas. Un movimiento de masas de esta naturaleza, al hilo mediático de las luces (inconforme o delirante, gozoso o complaciente), hace pensar a cualquiera..., y nada bueno. Cada día, y cada año, encuentro más teatro en este inmenso escenario de la vida. ¡Hay que ver cuanta pasión se escucha de su boca! ¡Cuánto sentimiento encendido (a ratos) y devociones acendradas! ¡Qué maneras de hablar y decir aquellas cosas, que antaño se escuchaban y han vuelto a relucir con cirios, palmas y alfombrajes! Cuesta entender la obra de teatro y qué se cuece en la cocina, cuando hay actores por arriba y por abajo, al fondo y entre bambalinas. Esta función centenaria tiene visos de crecer a ultranza, pues hay modelos de postín, caricatos, fabulistas y hasta oportunistas de drama. Solo hay que dar tiempo al tiempo, y ganará solera como los vinos. Todas las obras tienen guión y argumento, actores y un escenario, público, apuntadores y hasta santos bajo palio; aquí no falta de nada, y es amena la función, pues se escucha el silencio a ratos, los actores son pacatos..., sobran esforzados cargadores y hasta sobran directores. Si es verdad esta actuación, ¡mentira parece la vida! Que a diario se disfraza, pues yo ya no veo pasión, ni dolor ni amor pujante, ni observo yo devoción..., ni al público militante.

lunes, 2 de abril de 2012

Encinares


Que poco escucho a los poetas hablar de veras de mi tierra. Hablar y sentir de lo que es nuestro, y decir bien fuerte nuestras cosas. Tal vez miremos de forma diferente. Yo vivo simplemente de verdades descarnadas, sin teñir la dehesa con bolitas de alcanfor. La siento a diario sin necesidad de metáforas rimbombantes, ni teñida de artificio o de mentira. Para mí no hay cosa más sincera que estos encinares de mi vida, que me envuelven desde chica. Ando al amanecer siempre a su vera y piso el pasto con ternura, viendo al ganado quedo y expectante; inmutable, esperando al nuevo día. Siento el olor del ramón verde y el fresco de rocío mañanero en lo más hondo de los sentidos, casi agresivo, pero con fruición incontenida. Y espero atenta allá a lo lejos que aparezca el sol grande y silencioso, lento y susurrante. Qué vida me da la luz naciente. Tenue y colorista se filtra entre las ramas ese rayo paliducho y temblón con su primor. Más tarde se hará dueño de la dehesa y de la encina. Entre encinares disfruto de la quietud y el silencio (a solas) en lo ancho de la tierra, que te deja mirar al horizonte inmenso..., y oír el canto del cernícalo inquieto allá a lo lejos. Tiene el encinar la esencia de nuestra tierra, con las raíces bien adentro y la corpulencia de muchos años resistiendo en el terruño, contra viento y marea; la mirada serena que sabe bien del paso de los años, con la rugosidad de adustos troncos que sientes con roce de tu mano. Desde lo alto del risco miro con admiración este inmenso mar de encinas que es el mejor retrato la comarca, cuerpo y alma de un pasado sembrado de miseria; aun siendo grandes y un auténtico milagro de la naturaleza. Solo los más viejos de lugar conocieron bien a troche y moche (y les envidio) las sombras de los encinares la Jara, del Bramadero o las Caballeras, de la Dehesa Vieja de Torrecampo o de Navaluengo en Villanueva; de la Careruela o de Arcivejos. Nadie que no haya vivido en el campo sabe de cierto las fatigas de nuestros antepasados: hay que sufrir los chaparrones a lado de una encina; hay que sentir el sol templado de mañana; sufrir el viento rompiendo en la tormenta y el fuego al mediodía; y oler muy fuerte las fragancias que el tempero te regala noche y día. Y hay que mirar muy hondo y muy profundo para encontrar lo cierto de esta tierra. Yo me siento siempre hija de la dehesa y de la encina.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva