miércoles, 12 de septiembre de 2012
Isabel la Católica..., mujer de una pieza
La actual proyección televisa sobre la Reina Católica me recuerda algunas de mis lecturas sobre mujeres. Esta, sin duda, es una de esas féminas de armas tomar de la Historia, que dejó muy bien asentada su impronta; si bien tuvo también sus más y sus menos por las cosas de su era, que sufrió con paciencia aún siendo la Reina de Castilla. La diosa fortuna la agració (o desgració) con un destino que nadie hubiera pensado en su niñez, a la sombra de los hermanos varones; aunque con los desaliños de su tiempo, en materias de sucesión, podía realmente ocurrir cualquier cosa, como de hecho sucedió (por su precaria legitimidad). No me interesan demasiado los trascendentales avatares que presenció, e incluso procuró, sino más bien su actitud firme en tantas cosas, su criterio personal y la fidelidad a sus principios; claro que los valores de una mujer de finales de la Edad Media distan mucho de los actuales, ¡y sería imposible comulgar ahora con tantas aberraciones que consintió Isabel!, pero su mirada y su corazón de mujer cabal miraban siempre muy derecho. Pocas mujeres en el mundo han sufrido tantas desgracias personales como la Reina, que le tocaban a lo más hondo de su ser (muertes y desvaríos de hijos, padres y hermanastro), pero supo sobrellevarlo como nadie con la dignidad de una Reina de entonces; con el apoyo inquebrantable de unas creencias religiosas muy fuertes que fueron siempre el gran soporte de su vida. Amó hasta lo más hondo a Fernando y por él y por el Reino hizo lo indecible, y aguantó carros y carretas; sufrió con resistencia los mil avatares del destino (políticos y personales) y supo vislumbrar muy bien los horizontes de un tiempo nuevo. Pero sobre todo tuvo honda conciencia de mujer bajo los parámetros de su tiempo: fue mujer, madre y esposa con intensidad, y en esa misma medida sufridora por triple partida en lo más duro de la vida. A mí siempre me ha trasmitido aplomo y mucho sentido común en su forma de ser y decidir, disponedora y no falta de sagacidad; a veces sus consejeros y allegados –de aviesas intenciones– la tentaban muy fuerte con mezquindades y viles manipulaciones, pero ella callaba y consentía en lo más tenue, pero al final se llevaba a lo songilis el gato al agua; tal vez los santurrones al uso (sus prelados, consejeros de almohada) le ganaban la partida por los fueros de sus creencias, pero ella lo sabía y lo dejaba en aras del altísimo. Pero fue mujer de carácter..., ¡qué mujer!