jueves, 23 de agosto de 2012
Tradiciones Machistas
(Fotografía de Moises Vargas (miralospedroches)
Hablar siquiera de estas cosas, aún en términos sinceros y con toda la honestidad del mundo, resulta extremadamente peligroso; porque no todo el mundo lo entiende en sus justos términos, algunos se sienten agraviados y hasta te pueden culpabilizar de no entender lo más nuestro; o creer simplemente que quieres injuriar de forma un tanta grosera y despectiva las tradiciones. No es eso en absoluto, y me arriesgo a la incomprensión más sañuda por parte de quienes más quiero. Me refiero a nuestras queridas tradiciones, cargadas de años y significados, de familiaridad y una afectividad que nos ciega los ojos hasta lo más profundo de las entrañas; pues las hemos vivido desde niños y forman parte de nuestro paisaje emocional y vivencial, y están completamente integradas en lo más profundo de nuestro ser. Año tras años vemos en muchos de nuestros pueblos las procesiones de los patronos y vírgenes de cada lugar, reiterándose la mayor parte de las veces las escenas machistas (costaleros, mayordomos...), solemnidades y protocolos preñados con diferencias de género acusadas, que cualquier ojo crítico capta sin mucha observación. Hoy he recordado estos desaliños de nuestro pasado repasando algunas fotos de los Piostros de Pedroche, que tanto queremos todos, celebramos y revivimos anualmente. La mayor parte de los pedrocheños sentimos orgullo de esta tradición tan nuestra y tan singular (aunque no tanto), pero se nos olvida –o no queremos incidir en ello– la extraordinaria lección de discriminación y desigualdad de género que representa para todos los jóvenes que asimilan esas estampas: con el jinete (varón, mayoritariamente) por delante (dirigiendo, conduciendo...) de la bestia postrera con la jamuga, y la hermosa fémina engalanada a rastras del varonil jinete plagado de virtudes, señoreando capacidades y triunfos del género dominante de los equinos; atrás la mujer cumple con la belleza y donosura de un adornado florero que brilla con mucha intensidad en el equilibrio precario de la jamuga, que no es ingenuo artificio de la monta caballar, sino argucia de distinción para montar al jinete bien pertrechado a la gineta, al tiempo que las féminas delicadas (¡ay...) lo hacen a mujeriegas (con mucha habilidad, por cierto). Grandes lecciones que se enseñan en el silencio ruidoso de la fiesta, donde las lenguas y los desquites respecto al asunto también son dignas de admiración y de crítica. Es un ejemplo más de cuán difícil resulta suprimir el machismo y sus arraigos en nuestra sociedad, cuando lo vivimos en el tenor de la fiesta con la máxima fruición y desenfado. E incluso nos vemos abocados a reforzarlo ante todos para defender lo nuestro, para ensalzar los valores de nuestro pueblo y reivindicar nuestro pasado. Lo que son las cosas.