miércoles, 24 de abril de 2013
Títulos literarios
En la cosa literaria hay trampas, como en la vida misma. No es que me queje, porque para eso existe la capacidad de cada cual y el sentido crítico, pero me resulta curioso. Siempre he sabido que es importante la forma y el contenido, el continente y el contenido, lo de dentro y lo de fuera..., o como se le quiera llamar. Algunos pretenden incluso que lo más superficial (que ya digo que no lo es tanto) quede elevado a la peana de máxima significación, y tal vez no estén equivocados; aunque personalmente pienso que hay que sopesar ambas cosas y no dejarse llevar por el artificio. El sentido común es la mejor vara de medir. La cuestión viene al caso, tal vez de forma inapropiada (por mi parte), por el denodado interés de algunos autores de incidir de manera un tanto chisposa con títulos rimbombantes, un tanto estrambóticos, a veces irrisorios, clamorosos incentivos para llamar la atención o no sé qué. Claro que cada cual puede hacer lo que le venga en gana..., y más en Literatura, que hasta parece que el autor tenga patente de turco. Sinceramente creo que no es así, a pesar de que existan licencias y licenciados, licenciosos y licenciadores de las licencias. No. La Literatura tiene también sus normas y sus cauces, sus senderos y cañadas, sus autopistas y caminos de herradura..., y hasta si se quiere sus atajos, pero todo no vale..., ¡todo no! Aunque larga y ancha es viña del señor (que dice el abuelo) para algunos, que se creen con el poder del altísimo (aunque no exista). Pienso que en el medio está la virtud (como dice Aristóteles, y mi madre, con gran sentido común), y no hay porqué hacer extremas las propuestas ridículas de los titulares. Porque a eso voy. Hay títulos de libros que me despistan un montón (pobre de mí), pero hay otros que me dejan claro que lo de fuera debe ser muy parecido a lo de dentro; aunque ellos se piensen que son muy creativos, originales o imaginativos. Tal vez desconocen que cualquiera de nosotros puede inventar títulos a destajo, pues es cosa de practicar. No es que quiera recriminar nada (alguien me dira..., pues vaya) a nadie, sino que encuentro un tanto infantilón ese prurito literario en la llaneza de poner títulos altisonantes, a los que luego los críticos (muy suyos, siempre) le encuentran significación. Cuanto me recuerda la bufonada de Picasso riéndose de algunos críticos que interpretaron sus cuadros, y estaban completamente alejados de la verdad, pero bueno, así es la vida. Puestos a poner títulos, hasta yo me pongo a veces a desvariar con el ejercicio de la inventiva: pues te ríes un montón con los que tienes al lado, diciéndo algunos, como La obscuridad elocuente..., Los tempanos de algodón..., La sonrisa del viento..., El infierno mudo..., Los caminos del infinito...Ayer fue noche, mañana será verdad...El pensamiento de azufre..., Los colores del Loro, El desierto del miedo..., El silencio de las aristas..., Dime mentiras, de verdad...El cáñamo de las tinieblas...., ja, ja, ja. Algún día escribiré una novela (cuando sepa) que la titularé: Estambres de papel. Ya pensaré qué le meto dentro.