Los excesos nunca son buenos. Algo así habría que recordar con lo que está pasando en las redes sociales y adláteres tecnológicos, que al pasar de la nada al todo están creando desbarajustes grandes en los comportamientos personales y sociales. Las últimas generaciones vivimos una auténtica revolución con los Smartphone-Iphone y la mensajería agresiva que es digna de analizar. Algunas cosillas están teñidas con bastante necedad. Hemos convertido nuestras vidas en un sin vivir de conexiones tecnológicas, rápidas y constantes que queremos –y tenemos– el mundo a nuestros pies, como si fuéramos dioses; ya no vivimos si no sabemos qué hace la fulanita al instante de levantarse, o como se lo está montando el menganito en el trabajo; si Mari se ha puesto mechas o Ricardo se ha puesto el vaquero ajustadillo. Nos ha dado por desparramar a los cuatro vientos toda nuestra existencia sin rubor alguno, destripando toda nuestra privacidad hasta lo más recóndito de nuestras vidas..., que ya no son nuestras, sino suyas y de todos. De nadie (que pena). Tener más amigos que Dios en Twitter y subir al Facebook cada instante es una necesidad acuciante, y si no lo haces pareciera que no existes en el mundo mundial. Ya no hay recodo de nuestro quehacer diario que no se difunda; ya no hay emoción que no se sepa; todos los secretos han de ser esparcidos a los cuatro vientos; y cuanto más mejor. Nadie que se precie debe mantenerse ajeno a la prodigalidad de las redes, a la última, a la encendida sociabilidad, al enriquecimiento internauta. Descargar al día trepecientas mil aplicaciones se ha convertido en una obligación existencial. Llevar la maquinita hasta en el baño es una necesidad imperiosa, porque Rocío puede estar pasándolo fatal y requiere unas palabritas de consuelo (¡pobrecilla¡. Perdoname Roci!). Y en el pub ni te cuento..., que ya no tienes figura de persona si no twiteas todo el rato con el mangui. Con Mariló (que no me lee) te juntas a diario, pero nunca te encuentras con ella, porque el rato lo dedica a ver que hacen las demás cuando no vienen..., y cuando vienen...¡qué pena!, ya no tiene nada que decir. Nada extraña que entre mucha gente se esté poniendo de moda estar completamente fuera de la red (voluntaria y conscientemente), apostando por la privacidad y la eliminación de perfiles sociales, pues hemos llegado a extremos irrisorios. Vamos, como niños con zapatos nuevos. Así pues, en ciertos grupos de alto standing se detesta ya lo que para otros es la vida misma. En reiteradas ocasiones he dicho que me gustan los avances, en todo, pero el mal uso de ellos me pone de nervios. Simplemente los utilizo de forma esporádica y casi por necesidad...y no me preocupo nada (pero nada) de andar todo el día tirando de aplicación ni de whatsapp. Tampoco en este oficio mío se puede andar tonteando mucho, porque hay mucho que hacer, aunque otros (y otras que yo me conozco) encuentran tiempo para todo, que le va a las costillas de otros. De lo positivo no hablo, pues todos lo sabemos y complacemos.