En días como hoy, en que el cielo nos da un respiro, se disfruta del campo y del cuerpo con todos los sentidos. Hasta la luz clara del día resulta hiriente a las pupilas, que se han acostumbrado a la grisalla plomiza que nos invade; pero el sol camina ya raudo por sus fueros y sabe que a estas alturas manda más que nadie en el firmamento, y cuando aparece lo hace con sobrada autoridad; y en los colores de la naturaleza se encienden tonos restallantes que no son simple luz de artificio lumínico del astro rey, sino vida interna que vibra ya con mucha fuerza. Con estas maquinaciones en la cabeza, al hilo de la tarea en la vaqueriza, he disfrutado esta mañana consciente de lo que tenemos, que no es poco. Es cierto que todo está encharcado y con poco tiento en el tractor te quedas atascada en cualquier parte, pero eso no son más que pormenores, pues el campo está delicioso y parece una estampa de otro sitio. Los tonos endiabladamente complejos de los verdines anonadan a cualquiera, y el campo sabe a borrachera de agua pura. Que el abuelo dice que es larga y resacona (ja, ja, ja). Este año han corrido en la Vera hasta los arroyuelos dormidos en sempiterna pereza, que no despiertan de su letargo ni con el agua de las torrenteras de arriba; le hace falta el desvelo constante de plañideras de plata que este año no han parado de llorar en las semanas cuaresmales, cuando el lecho está ya bien henchido del líquido elemento; y el agua corre por la ladera con la lentitud que da todo el tiempo del mundo para sembrar el horizonte con un espejo inmenso. Qué belleza y qué gracia la que nos concede el campo y la naturaleza..., y el aire fresquito de esta mañana templándose al mediodía; susurrando la encina con despojos que se vierten con los desmanes del temporal preñado de fuerza. Hoy hasta los pajarillos estaban quietos y expectantes, alegres en sus ojillos trasparentes de luz como bolas de cristal. Y qué estampa la de esas dos cigüeñas que llenan el cielo de bondad y belleza con su castañeteo constante. Desde lo alto descienden con parsimonia enfilando el cuerpo gigantón como un misil de efecto retardado..., y un despliegue genial de alas (con muchísima fuerza) planeando con magnificencia. La cigüeña vuela poco y con sabor, sabiendo donde va y con pocas concesiones a los curiosones, aunque cuando vives con ellas le coges muy bien el tiento, y gusta mirarlas abajo en la charcaza, pisoteando el agua con un no sé qué de delicadeza..., con una elegancia de señoronas finas y con ese picoteo certero cargado de indulgencia por sus prisas. Son muy descofiadotas, pero cuando te conocen andan a lo suyo, y a mí no me gusta rutearlas. Belleza en estado puro.