sábado, 1 de junio de 2013

Para gozar...

Estos días en que el tiempo primaveral hace concesiones de bonanza al paseo hay que aprovecharlos. Por eso hemos ido varias amigas a disfrutar del campo, de la vista y de la historia a los contornos de la comarca, porque siempre es bueno conocer bien lo que tenemos más próximo y es de interés. Ya tenía ganas de ir con mi hermana, que entiende de la Historia, a Peñas Blancas, donde puede andar de lo lindo acercándote al pantano, que con el cielo en lo alto y la buena compañía tienes es espectáculo perfecto. El tiempo acompañaba mucho ayer, y después de la faena nos permitimos el lujo de pasar unas horas magníficas. Andar me gratifica mucho aunque sea en llano puro y paladín, sin apenas escarceo de altura ni paisaje con floritura desconcertante, pero es bonito ver el  frente limpio y claro con azuce de mariposas; sentir el clamor del silencio y el lejano murmullo de los coches que se van perdiendo a tus espaldas, como si la civilización quedara al otro lado y te apartaras un momento de su influjo. Y luego el agua, que es siempre con el paladeo de la amistad de las que te quieren el mejor espejo del alma. Pero a mí me va la marcha de la curiosidad, y he aquí que en estos trotes de esparcimiento encuentras retazos a montones. Cuando visitamos en Peñas Blancas el antiguo balneario de Santa Elisa (yendo hacia el Poblado de Puente Nuevo) me dejó la piel erizada, pues se aprecia en los vestigios el respiro mismo del pasado; es como cohabitar un rato con los fantasmas de hace unas décadas, que pululan por allí contándote sus cuitas de otros tiempos. Salen rápido a recibirte y explicarte aquel tinglado cargado de sabor y sus historias. Con muy pocas palabras revives observando todo aquello que está preñado de romanticismo. A mí me encanta. Parecen piedras y edificios puestos adrede para ser pintados y admirados; para escuchar al pasado y entender que aquello fue un emporio bien cargado de alegría y buena vida. Vero nos puso al tanto de la cosa y de la casa (la grande y los otros habitáculos), de los baños y las fuentes (Lastra, Lastrilla, la del Cura...). Qué fácil resulta, con lo que aún pervive, maginarse aquel trajín de ricachones viviendo a todo tren; también a pobres necesitados de las aguas que ajustándose a sus economías disfrutaban de su bonanza. Porque  las aguas tenían su gracia con ese componente acídulo-carbónico-ferruginosas, tan buenas para tantos males (vías urinarias, anemias, afecciones gastrointestinales, enfermedades del hígado y del páncreas..., y muchas más). Allá por el siglo s. XIX se pusieron en explotación con una aceptación magnífica, y no hay más que ver el porte de los edificios que quedan para imaginar lo allí pasaba y cómo se vivía (algunos). Esas fuentes y esos paseos sembrados de quietud, el trajín del ferrocarril y la elegancia de algunas damas de postín nos trasladan a esa atmósfera clasista que tenemos en la retina. Mi hermana lo dibuja de maravilla el ambiente, y embobadas la escuchamos como si lo estuviéramos viviendo, vestidas con esos trajes de época y esa ostentación tan chirriante con los pobretones de al lado, cuyas diferencias se hacían notar. Alicia anota la mejor toma para pintar estampas, porque tiene una mirada de artista. Hoy todo es calma y apaciguado paisaje para recrear los sentidos y gozar. Gozar del campo antaño humanizado. Cuando abandonas el paraje parece que te vas yendo también del tiempo, porque dejas una historia y unos espíritus que palidecen en su abandono...,¡y te susurran adiós con las manitas!. Al atardecer regresamos al pueblo como quien huera estado en otra vida. (Cuando haya dinerito iremos a Francia).

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva