El Reino de la luz está llegando a su cenit, y eso merece una sonrisa. En estos días turbios y tristones, de la semana pasada, se nos ha olvidado un tanto dónde nos encontramos. El año nos está brindando los días más amplios y luminosos, los más bonitos, y desde la mañana a la noche parece que haya un año, sobre todo cuando trabajas en el campo, en sintonía con la naturaleza. A pesar de todo, me gustan las jornadas interminables que tienes tiempo para todo, en que la vida parece dilatarse como una goma que la estiras y nunca se rompe. Antes del amanecer disfrutas esperando el aura en el horizonte, con el frescor de la noche que hace que te sientas vivas; luego ves salir al coloso en el horizonte de la dehesa con una pujanza enorme, sintiéndose ya dueño de nuestras vidas, porque sabe que en muy pocas horas señoreará en lo alto sin rival; y hasta nos hará sufrir como peleles desvencijados, cuando quiere, ninguneando a ese Eolo a estas alturas ya le teme y se le esconde hasta en la sombra. Al mediodía ruge con el sable ardiente cuando quiere, afilado al temple del horno en el infierno, mirando con altivez la ínfima pequeñez de nuestros corazones fríos..., casi ateridos del invierno y de la mala vida. Pero es al atardecer, postrado en la lejanía y casi vencido, cuando más me gusta. Mirando esa lumbre evanescente que hace sangrar al cielo..., para que los amantes sueñen sus pasiones y se abracen al susurro de la noche. El inicio del verano marca un poco el ritmo del corazón, me parece, y es quizás el sol el que hace fluir la sangre de las emociones, con contraluces sistólicas que nos encienden las venas; y los desamores..., porque a veces también la soledad encuentra aquí su sitio. Ahora, cuando nos situamos al filo del cuchillo, entre la Primavera y el Verano, se pasea como nunca a la luz de la luna. Y se escuchan los rumores de la noche allá a lo lejos; y se sueña con el vibrar del aire y su impotencia; y se miran las luciérnagas con pasión infantil...; y se oyen los grillos y animales en la obscuridad más clara jugando al escondite. Y la música en la vaqueriza te acuna con esa melodía.., melosa..., a media voz, mediatizada con azúcar... que te hace un poco más romántica. A padre le gustan los sones de estos días de verano..., que acompasan un poco el sueño de la vida.