Ya vive La Ñorita su fiesta grande, y está la vecindad henchida de alegría. El Mayo florido, este año más que nunca, rebosa de verdor por todos sus poros; y del blanco celestial de los tules y florecillas que germinan de forma prodigiosa con puntillas de ternura. A mí esta fiesta me encanta y me llega a lo más hondo, no solamente por lo evidente, sino por la personalidad (creo) que tiene frente a ese dispendio de cruces al uso que se celebran por todo el contorno, con un significado religioso idéntico (también al nuestro). Desde la madrugada se respira en el ambiente ese aire puro de Mayo que viene cargado de ilusión para los barrios y las cruceras, para el pueblo entero con el corazón encogido y hasta los forasteros que uno y otro año visitan este rinconcito, con el empeño de quien sigue un ritual sembrado de satisfacción. Aquí se vive y se siente por los adentros, con lo que se hace, se piensa y se disfruta en confraternidad, para los de afuera queda más –si cabe– el aprecio del exorno y la parafernalia de esta delicatesen de puntilla fina engalanada de tradición y espectáculo. Porque en verdad, y no nos engañemos, las Cruces de Añora tienen ya –como todas las tradiciones de ahora– ese sabor agridulce de contrapuntos que nos embaucan en una ensoñación bobalicona (y ruego que perdonen algunos). Creo que nadie se engaña en absoluto, y todos disfrutamos de los lindo desde distintas posiciones (haciendo y mirando). La vivencia de la Cruz y sus verdades –como dice el abuelo– ya no existe para nada, o queda muy poquito de aquella manera de vivir unas formas externas que proyectaban la gran espiritualidad y el sentir de la Fiesta. Hoy es simple divertimento externo que en la mayor parte ha perdido la esencia, pues a la juventud esas verdades nos quedan ya muy lejos lejos (qué digo..., abismales). Lo más señero se cifra, a mi parecer, en el intento de mantener esta tradición singular por parte de las cruceras (bueno...) que vivieron el sentir de la cruz y de las que ya no queda apenas más que la fotografía. Eso es ya pasado. Hoy la Cruz se vive con el gozo de una fiesta grande para el pueblo, que mantiene el hilo de la tradición (aunque sea muy fino) y la va revistiendo de actualidad, aunque se quieran ensalzar los quilates del pasado. La cara y cruz de la fiesta se mantiene por ese canto estrecho de la moneda que representa el valor del pasado revestido de modernidad y este presente mediático, de fiesta institucionalizada y promovida a las altas y bajas esferas de difusión comercial; a la peana de la cámara del turista, al mogollón de la noche grande y de las redes sociales. Las Cruces de Añora se debaten como tantas otras tradiciones en esa encrucijada del pasado y del presente que hacen que camine al hilo de la incertidumbre, aunque parezca que anda la fiesta con pasos firmes y plomizos. El tiempo dirá verdades, medias verdades o mentiras. En todo caso queda la fiesta y la alegría a partir de un pueblo y una comarca que disfruta como siempre de la Primavera, del mes florido y de lo que significa el campo y el ambiente, y el tránsito estacional. Eso nadie lo puede cambiar, aunque lo revistamos de mil maneras diferentes. Un año más viviremos el embrujo de Añora y de sus calles..., mirando y admirando las proezas de la paciencia por la Amargura, Concepción..., y ese cielo abierto (este año sí) y complaciente sembrado de pedrería.