Hay cosas que requieren cierta reflexión. El otro día mi hermana estuvo en una de esas charlas de personas “importantes” que se ofrecen en actos culturales de los pueblos, y me llamaron la atención algunas cosas que comentó. En estos eventos generalmente se traen personalidades de prestigio social, profesional o científico para disertar sobre determinados temas, y es completamente lógico, pues su autoridad es destacable en ciertos campos y merece la pena escucharlos (casi siempre); sus conversaciones y ponencias ponen un punto álgido, de valor y calidad a estas jornadas, que facilitan el acceso cultural en diferentes vertientes en nuestras localidades. Creo que son actos muy positivos que me gustan y nos enriquecen, a los que no se le puede poner ninguna pega en términos generales. A menudo acudo cuando me lo permiten mis vaquitas, porque no está reñido lo uno con lo otro, y padre no pone mala cara. Otra cosa es que a veces se apueste simplemente (no en todos los casos, pero sí a veces) por prestigiar los actos con jerifaltes de renombre, con fuertes dosis de reclamo; que también tendría toda la legitimidad del mundo. Sin embargo, lo que me llama la atención un montón es que en muchos casos nuestro comportamiento y percepción de las cosas son sumamente curiosos. Resulta llamativo cómo somos cautivados por esos ponentes que tienen una elevada proyección social en los medios de comunicación; aquéllos que vemos y escuchamos en radio y televisión, que tenemos en nuestra retina desde hace mucho tiempo. Su presencia nos cautiva de forma un tanto irracional, y hasta le guardamos cierta veneración, pues son para nosotros como algo superior (que en parte lo son). No es necesario que me extienda aquí sobre los poderes de los medios, que todos los conocemos, aunque a veces no somos conscientes de ello. Precisamente, quienes trabajan en ellos a diario se convierten también en voces autorizadas que escuchamos con cierta entronización. Bien es cierto que generalmente en estos profesionales impera la sensatez y el sentido común, sobre todo cuando han demostrado sus capacidades y siguen en la cresta; pero es muy destacable la seducción que nos producen simplemente por ser archiconocidos..., cuando los tenemos cerca, conmoviéndonos como si fuera gente de otro mundo (que en realidad lo son). Creo que ellos traducen en sus personas el poder de los medios de comunicación, y son un ejemplo palpable de la influencia que ejercen en nosotros de forma abrumadora. No solamente les revestimos con una aureola especial, sino que todo cuanto nos dicen alcanza la categoría de verdad irrebatible. Realmente nuestra nuestra percepción es muy selectiva y caprichosa, pues generalmente lo que dicen (o buena parte de ello) lo pensamos todos a diario y en los mismos términos, pero hace falta que nos lo digan estas personas prestigiadas para que tome carta de naturaleza. Es más, pues no para ahí la cosa, sino que tú lo puedes decir y publicar a los cuatro vientos, pero nadie le dará la mínima importancia. Así son las cosas (desgraciadamente). A este tipo de autoridad y autoridades me refiero, cuyo predicamento viene avalado por ese poder inmenso que dan los medios de comunicación, que ejercen sobre nosotros un impacto insoslayable. Seguramente con los nuevos recursos (redes sociales) se están generando nuevos ídolos que nos arrastran a diario, pero los tradicionales han cumplido su papel durante muchos años, y creo que la autoridad y el poder que proyectan y ejercen aún en cantidad de cosas es muy evidente.