lunes, 2 de abril de 2012

Encinares


Que poco escucho a los poetas hablar de veras de mi tierra. Hablar y sentir de lo que es nuestro, y decir bien fuerte nuestras cosas. Tal vez miremos de forma diferente. Yo vivo simplemente de verdades descarnadas, sin teñir la dehesa con bolitas de alcanfor. La siento a diario sin necesidad de metáforas rimbombantes, ni teñida de artificio o de mentira. Para mí no hay cosa más sincera que estos encinares de mi vida, que me envuelven desde chica. Ando al amanecer siempre a su vera y piso el pasto con ternura, viendo al ganado quedo y expectante; inmutable, esperando al nuevo día. Siento el olor del ramón verde y el fresco de rocío mañanero en lo más hondo de los sentidos, casi agresivo, pero con fruición incontenida. Y espero atenta allá a lo lejos que aparezca el sol grande y silencioso, lento y susurrante. Qué vida me da la luz naciente. Tenue y colorista se filtra entre las ramas ese rayo paliducho y temblón con su primor. Más tarde se hará dueño de la dehesa y de la encina. Entre encinares disfruto de la quietud y el silencio (a solas) en lo ancho de la tierra, que te deja mirar al horizonte inmenso..., y oír el canto del cernícalo inquieto allá a lo lejos. Tiene el encinar la esencia de nuestra tierra, con las raíces bien adentro y la corpulencia de muchos años resistiendo en el terruño, contra viento y marea; la mirada serena que sabe bien del paso de los años, con la rugosidad de adustos troncos que sientes con roce de tu mano. Desde lo alto del risco miro con admiración este inmenso mar de encinas que es el mejor retrato la comarca, cuerpo y alma de un pasado sembrado de miseria; aun siendo grandes y un auténtico milagro de la naturaleza. Solo los más viejos de lugar conocieron bien a troche y moche (y les envidio) las sombras de los encinares la Jara, del Bramadero o las Caballeras, de la Dehesa Vieja de Torrecampo o de Navaluengo en Villanueva; de la Careruela o de Arcivejos. Nadie que no haya vivido en el campo sabe de cierto las fatigas de nuestros antepasados: hay que sufrir los chaparrones a lado de una encina; hay que sentir el sol templado de mañana; sufrir el viento rompiendo en la tormenta y el fuego al mediodía; y oler muy fuerte las fragancias que el tempero te regala noche y día. Y hay que mirar muy hondo y muy profundo para encontrar lo cierto de esta tierra. Yo me siento siempre hija de la dehesa y de la encina.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva