sábado, 21 de abril de 2012

Alcaracejoseando

Algunas veces somos completamente injustos con este pueblo tan nuestro. Al menos me lo parece. Sobre todo cuando nos aventuramos de forma trasnochada en enjalbegar el pasado de la comarca con esos brochazos burdos de algunas (Belalcázar, Pedroche...), sacando pecho con puntillos de honor en detrimento de otros. Alcaracejos no derrocha vanidad de lo de ayer, y no porque no tenga castillos o conventos, sino porque es un pueblo que tiene orgullo bien adentro sin aires de vanagloria. Una los encuentra campechanos y echados pa lante, sin arredrarse ante nada, de buen talante y juerguistas hasta la extenuación; siembre con buen humor (es broma. son subjetividades que no responden más que a una mirada parcial de los amiguetes). Pero sí que es cierto que muchas veces pasamos de largo sin detenernos a reflexionar un poco, porque la sencillez de sus gentes y de sus calles la pasamos como por alto. Y del pasado ni nos acordamos. Tenía ganas de andar por el término de este pueblo y los contornos sin prisa (¡aunque vaya ritmo tuvimos!), y el otro día pude hacerlo con el abuelo y su hermano sin tasa, con la furgoneta (a ratos) y pateando sin mesura el terruño seco y abrupto de muchos kilómetros a la redonda. Disfruté como una enana. Qué manera de andar y mirar el matorral, charnecas y zarzamoras..., qué forma tan apasionante de recorrer el campo con tanto conocimiento a mi favor, descubriendo arroyos secos y viejos ventorros de renombre, antiguas minas y parajes. No hay nada como caminar con los que saben de verdad –que no son precisamente los avezados senderistas modernos (con perdón)–, trillarse los vericuetos de otros tiempos para llegar y descubrir las casas del Hechicero, la del Cura o Los Espejitos; escuchar de los labios de Manuel las hazañas y sacrificios en la de Los Sebastianos, y mirar el arroyo de Alcanfor sin apenas figura de su ser. En los Margaritos dice el tío que pasó su infancia la madre de su abuelo, que hace siglo y medio, y ya hay que echar cuentas. También pasamos por algunos lugares bien conocidos, como las ventas de Durán y del Calatraveño, que me dejan siempre en un silencio meditabundo, recordando aquel trajín de antaño que pasaba por allí con otra dimensión del tiempo y del espacio. A la vera de los cientos escoriales dejamos quieta nuestra mirada, observando a lo lejos los Almadenes, deteniéndonos en las Morras y en las minas de Demetrio, a la sombra del Cerro Sordo; observando vestigios de riquezas sin medida y el halo de otras civilizaciones. Entre las parlamentas del abuelo y de padre meditaba yo en mis adentros las gestas de aquel Sexto Mario que no es sujeto de leyenda, sino verdad más que cierta de un eminente administrador romano. Finalmente llegamos, como siempre, a las centenarias encinas de la Vera, que serán seguramente las más viejas de la comarca. ¡Ay, si las piedras hablaran de ese Alcarejos gigante que está sembrado de plata, plomo y cobre, que hablan como nadie de la grandeza de un territorio hoy callado, pero sabedor de un pasado grandioso!

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva