martes, 24 de abril de 2012

Científica admirable


Entre las mujeres que más admiro de la historia está la Sklodowska, por su sencillez extrema y un esfuerzo gigantesco por llegar a cotas muy elevadas en beneficio de la humanidad. Claro que no le faltaba la inteligencia y el tesón, que siempre son imprescindibles para alcanzar grandes metas. También tuvo en su contra un sinfín de muros muy elevados, propios de su tiempo y de los prejuicios que tantas veces se han repetido en nuestra trayectoria: ella era también mujer, extranjera (polaca en Francia), y muy tímida e introvertida. De facciones duras y suave melena de silente rubio cenizo. Llenaba su voluntaria soledad y esparcimiento con la pasión por los libros, la naturaleza y sus intrigas; con sus paseos vespertinos a pie o en bicicleta, respirando el aire parisino y observando el mundo con mirada escrutadora. Pocas mujeres conozco en las que se aúne tan fuerte la capacidad y la disciplina en el trabajo; la satisfacción interior en sus avances, la honestidad intelectual y ausencia de vanagloria. Muy austera en las formas y bien conocedora de su largura (siempre fue primera de clase), pues no en vano alcanzó varias licenciaturas y doctorado; descubridora de elementos químicos (polonio, ese guiño a su terruño; radio) y principios científicos de primer orden. De carácter hosco y silenciosa a ultranza, y en contra fáciles verborreas, pero siempre dispuesta a charlar con inusitada frescura de su ciencia, su pasión, con avezada lengua en polaco, ruso, alemán o francés de dominaba con soltura. Ha sido una de esas figuras de valor indiscutible para nuestra existencia. A veces pienso que el camino de la humanidad, en su espinoso progreso, está marcado por la presencia de grandes hombres y mujeres. Sin ellos no hubiéramos avanzado en la forma que lo hemos hecho. Dicen los que saben que la Historia no la deciden los hombres, sino los Pueblos, pero cuánto hay que reflexionar sobre esta aseveración tan grave. Más allá de disquisiciones filosóficas, lo que si conviene es recordar la memoria de esas mentes privilegiadas que descubrieron para nosotros grandes cosas con tesón, inteligencia y constancia. Marie Curie –que desgraciadamente tuvo que subordinar su auténtico apellido– es un ejemplo paradigmático de científica fundamental de nuestra historia. Una mujer capaz, forjada en el esfuerzo por comprender los entresijos de la Física y la Química. Su trabajo se vio recompensado con galardones envidiables, pues fue la primera persona que recibió dos veces el premio Nobel (en Física y Química), y la primera que pudo ser profesora en la Universidad. Qué expectación despertó al asumir la cátedra de su mirado (cuando falleció, 1906), esperando el auditorio un discurso de protocolo, pero la humilde María arrancó firme y simplemente con su magisterio de Química; retumbando en los oídos aquéllo de gigantón salmanticense: Como decíamos ayer... Tal era la superioridad moral de esta investigadora. Solo la malicie del Radio, su gloria y su miseria, pudo derrumbar el corazón inmenso de esta mujer, que dejó este mundo en el cementerio de Scesux sin la presencia de un solo político, ni adulador alguno de baja estofa. Leal siempre a sus principios. Trabajo e inteligencia.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva