miércoles, 9 de mayo de 2012

Villaralteando


Cuando llego a Villaralto me lo encuentro con la resaca de la fiesta grande, que es tanto como tener adormecido el cuerpo, y hasta un poco ida el alma y el espíritu. A este pueblo tan nuestro, y a veces tan denostado, se llega con voluntad; pues solamente queriendo conocerlo de verdad te llevan los caminos a las puertas de San Pedro. Es cierto que tiene un halo de misterio, que no sé porqué, tal vez por ese silencio con que se prodiga escondido en ese recoveco que dejan las grandes poblaciones de Villaduqueños, usías y viseños. El topónimo tiene ciertos aires rumbosos y esclarecedores, aunque a mí nunca me ha parecido estar especialmente en alto ni en posición prominente, pero no seré yo quien discuta la sabiduría popular. Que habla y dicta siempre con verdad. Aquí tengo dos buenas amigas del Instituto (de hace algunos años), y en ellas percibo la misma sensación que en algunos vecinos en el trato y la parlanda en que me entretengo: son pedrocheños de hondo orgullo y afirmación de su terruño, pero también despliegan esa contención de conciencia de ser de un pueblo de mínimo porte o notoriedad, como si ello fuera una indignidad o conato de maldad. Tal vez sea simple impresión mía. Por las calles se anda de maravilla y charlas a tus anchas en el Parque, en la plazoleta y tienda de la Real, o la Iglesia y el Ayuntamiento, que tiene el halo de institución. Hace años que el pueblo viene fijando impronta (con su museo), por la cosa turística, de los ancestros pastoriles, y algo moverá las voluntades con ese cebo de tantas esencias en todos nuestros pueblos. Porque pastores..., haberlos haylos a la redonda (dice Manuel). Vero me dice, y de eso sabe bastante, que más que otra cosa estas gentes fueron fieles del terruño de la cofradía de Baco, y supongo que de todo habrá un tanto de verdad. A mí me gusta mucho este resguardo tan coqueto de Los Pedroches, que no tiene gran cosa pero es muy grande por dentro, y en galas nadie les gana con su Divina Pastora, por la que se beben los vientos; y las carrozas de ayer dictan el magisterio de sus manos. También con el jolgorio de las fiestas de agosto, que conozco bien y doy fe de ellas. Pero no hay nada como tomarse una buena Coca-Cola en el silencio de la fatiga festera (de ellos), sin agobios, bien acompañada y viendo el desperezo del personal. Para algunos pareciera que Vulcano les atenaza con mirada de la indiscreción y el tempero candente de la fragua (cosas mías). Para la mayoría sano descanso y la placidez de la cotidiana vida en este refugio de calma de Los Pedroches, que convida siempre a su visita sin estridencias de reclamo de turistas acuciantes; ni arqueólogos ya denostados. A veces su entusiasmo por el amarillo se enarbola –más que en lo común– hasta lo más alto con gestos sorprendentes, como el reclamo de Cuéntame, para volver a la rutina y a la pasión contenida. Por la amplia y adecentada calle me marcho con mi amiga Toñi después de visitar la iglesia y recordar esos vestigios olvidados de arqueología, que más de cuatro no saben que existen. Villaralto tiene siempre para mí un hueco en mi corazoncito. Y no digo porqué.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva