jueves, 3 de mayo de 2012
Mester de hortelanía
Acunado bajo la farula –que dicen los argentinos arrabaleros, tan denostados hoy en día– del papel impreso, ha salido a luz la última obra de Pérez Zarco. Como dice el propio autor es un recopilatorio misceláneo de las eventualidades del espíritu escrituradas (cual agente fedatario del alma de hortelano) en el Pisapapeles de Karlsbad. A menudo leo esos desquites de la cotidianidad hortelanil en beneficio de la pluma, que me parecen interesantes y muy sujetos a ese mester que al autor enreda de cuidado. Zarco no es simple escribiente y mucho menos marchante; es tozudo amante de una literatura en desuso, de convicción firme y de templado talante, que le deja en todo caso fuera de los círculos de los literatos al uso. Fuera por lo tanto, también, de las opciones de ese mundo tan manido de groserías. El torrecampeño de adopción no vende su alma al diablo, y escribe lo que quiere y como quiere. Es muy suyo. En este Mester que nos presenta, de hortalizas bien variadas, se aprecia bien lo que le gusta y abomina, aquello que le encanta y sublimina: un palimsesto de aforismos bien pensados; mucho de sus adentros bien masticados en el escardeo; fina crítica literaria en puntilla de canela y algún que otro relato de varietés (filosóficas, éticas o estéticas) que están sembradas en un nutricio vivero y van más allá de inocentes expansiones. A mí me gusta bastante lo que escribe, aunque teñido a veces con ese velo de plañidera de convicción. Pero lo encuentro fino y muy preciso en el lenguaje, atinado en la reflexión y el pensamiento quedo (con mucha memoria, por ventura), y no exento de esa pizca (mucho más) de rebeldía que antaño fuera ilusión transida (ay, esos sesenta...). Creo que es más poeta que otra cosa, y en aquel aliño hace proezas..., el resto se mueve mucho en asideros firmes y en canteros muy medidos. No es tanto el riego suelto que presume, ni vemos planteras con desmán. Poco y bien vale más que mucho y mal; y el cordobés camina plácido y gozoso en la carreta cargada del helo bien encalcado. Tal vez esa es la crítica más fuerte se le puede hacer. Uno es libre de sembrar siempre lo que quiera (faltaría más...), pero como dice el hortelano sabio, hay que tentar siempre al terreno y hacerle nacer hasta el verdín de colores (que dice mi abuelo). Hasta en La Gavia transida de cultivos ciertos se pueden sembrar nuevas verduras y hasta cambiar el horizonte si es preciso. A veces no se atreve. Creo que ha sido buena idea poner en letra de molde y al papel los artificios del espacio etéreo. Porque yo pienso también que el libro clásico tiene su lugar. Y esta obra merece tener un sitio en el anaquel de Los Pedroches, aunque como bien se anota en ella, los escritores tienen como los toreros sus tardes. Y aquí se ve bien.