domingo, 20 de mayo de 2012

Fotografías


Ya no son lo que eran. Observando algunas de las fotografías antiguas de mis abuelos y bisabuelos se me alcanza una reflexión de cierta hondura, porque las nuevas tecnologías nos han cambiado el mundo de forma muy sustancial. No sé si para bien o para mal, pero en todo caso nos alejan hacia una percepción distinta y distante de aquélla de hace unos años. En los retratos que miro con detenimiento de hace un siglo observo la abismal diferencia con nuestros caretos digitalizados de la actualidad. Hoy día las cámaras digitales y las gigantescas memorias han convertido a la fotografía y los vídeos en representaciones vacuas de la realidad, completamente insulsas e insustanciales. No dicen nada. O dicen tanto que ya no interpretamos nada. Cuestión de percepción. A pesar de tener millones de fotogramas de toda nuestra existencia. Todas ellas en su conjunto a penas si alcanzan en apuntar una miseria frente a una fotografía de nuestros antepasados en su único retrato de boda, de la mili de nuestros abuelos o la esporádica e inusual fotografía que se pudo tomar con la llegada de un tío o primo de la capital. En las imágines antiguas todo es sorprendente y todo está cargado de significados (lógicamente), pues no se contaba con el bagaje informativo ni tecnológico que poseemos actualmente de todas las cosas. Entre las miles de reflexiones que se pueden hacer (y qué estarán hechas en sesudos estudios, no me cabe la menor duda), me resultan llamativas algunas cosas en lo que veo: como la excepcionalidad de ser fotografiados les conminaba a que sus actitudes fueran siempre de pose y revestidos formalmente con lo mejor. En todas las fotos que tengo de mis bisabuelos –y me lo dice Manuel con toda su seriedad– están con la muda de domingo (como él dice), puestos para un acto excepcional: la boda, fiesta local de mucho postín, en Cuba, etcétera. Parece que hasta huelen a limpios y a colonia. Los rostros no portan ni una pizca de naturalidad ni espontaneidad, duros e inhiestos, circunspectos casi siempre, con expresiones ajenas a sus verdades (aunque paradójicamente las trasmitan), posando para el infinito como faraones de Egipto que esperan la eternidad inmutable. Miran la sustancialidad de un misterio (que para ellos lo era) que se les escapa de las entendederas. Y así era efectivamente para ellos, pues se iban a convertir en iconos únicos, congelados en el tiempo sin variación alguna para las siguientes generaciones, que simplemente tendrá de ellos una imagen insustituible. De esa forma inamovible veo yo a mis antepasados, y me cuesta un mundo imaginarlos de otra manera (bailando, alegres, distendidos...). El abuelo me cuenta que sus padres eran muy reacios a ser fotografiados, pues más allá de las fotografías típicas de sus existencias (una o dos), poseían un sentido negativo de ellas ante la muerte. No es fácil de entender, pero creo que se refiere a que hacerles una fotografía representaba ya la última memoria (acaso). Me recuerda mucho a ese sentimiento, casi ancestral, que tenían los romanos (y otros anteriores) cuando realizaban las Maiorum imagines sobre los difuntos para su recuerdo, sacándoles un vaciado en cera cuando habían expirado. No sé si tiene algo que ver. Lo cierto es que las fotografías antiguas te trasladan a ese mundo de hace más de un siglo en el que nuestros antepasados adulteran la realidad ante las nuevas técnicas, con ánimo de transformación de su presente. Hoy día pasa lo mismo, con otras tecnologías más avanzadas, pero sin damos cuenta siquiera de las verdades que queremos captar con nuestros artilugios. La vida es así de simple y compleja. Como decía el poeta, todo pasa y todo queda..., pero lo nuestro es pasar....

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

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Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva