lunes, 14 de mayo de 2012
Pipiolando
Cuando llega el tiempo festero del Santo labrador, con la primavera bien alzada, lo mejor es pasear por Dos Torres. Es pueblo altivo que guarda ínfulas del ayer, y no le faltan motivos. En las calles quedan muchas esencias de ese pasado en que las demás villas le rendían pleitesía (aunque hoy haya muchos vaqueros), y dice mi hermana Vero que de ahí le viene ese talante altanero que mantienen en la guardarropía. Mamá lo conoce muy bien, por buenos motivos, y los abuelos y bisabuelos le contaban muchas cosas que explican bien lo empingorotados que se sienten de su pasado y de lo que fueron algunos (al parecer). La verdad es que por ese origen duplo que tuvieron poseían las cosas a pares: dos torres, dos San Roques, dos San Isidros..., y hasta dos gentilicios (pipiolos y usías). Caminando hoy por sus calles y escuchándoles con cuidado a los mayores siento aún muy cerca los cuentos y verdades de los abuelos: el sentimiento tan hondo por San Roque y Santa Ana (hoy Loreto); la Virgen de agosto; las antiguas parroquias (que tenían dos); y su fraternidad a ultranza teñida del sinvivir de antaño, que al decir de los más antiguos del lugar fue bastante duro. Me encanta callejear en este villorrio arracimado al costado del arroyo, con calles alargadísimas, de fachadas muy blancas y homogéneas en sus tejados; un tanto estrechas en este tiempo, pero seguramente muy anchas y amplias en su origen; con casas que rezuman un lenguaje muy claro de otros tiempos; viviendas vetustas en las que no faltan (en algunas) en sus puertas cartas de presentación de los amos hidalgos, que aún en el silencio explican el tratamiento de los Usías. El abuelo Manuel quiere recordarme en la lejanía de sus años de infancia, ya perdida la retina de su mirada, aquellas fiestas grandes de San Isidro en la plaza de Torrefranca, con vaquillas, al lado del ayuntamiento y del Palacio; el jolgorio de la música doméstica del tamborilero, y el postín del Hermano Mayor con la Junta visitando en la víspera las casas, haciendo los cobros de las cuotas anuales. Aún sigue siendo grande la fiesta, pero ni estampa de lo que fue –me dice enfandado–, pues ahora todo es artificio y se ha perdido la esencia, que era la verdadera devoción al Santo por aquellos a quienes le tocaba el condumio, que eran los labradores, que sentían muy adentro el culto al madrileño y la prebenda incierta de sus milagros. Con todo, aún se percibe bien el calor de esta fiesta, en su romería a la ermita, en la víspera, y las cosas que hacen con tanto sabor. El abuelo venía mucho de joven a este pueblo y lo conoce como el suyo, pero lo que dice tiene la bondad de ser una mirada desde fuera, distinta a los de dentro, que sin querer arrastran el hilillo de la vanidad de ese legado agridulce que tuvo (lo que son las cosas) a sus antepasados al servicio de los Usías.