miércoles, 14 de marzo de 2012

Saber mirar...


Ya no sabéis mirar ni el cielo ni la tierra, ni lo de en medio, me dice el abuelo Manuel con toda su sapiencia. Y es verdad. No hay cosa que más me angustie, y entrice más mi conciencia, que dejar pasar el aura de nuestros mayores, que tanto saben y se nos están yendo. Por eso una y otra vez ando como posesa apuntando aquí y allá lo que aún oigo de la entrecortada y vacilante boca de este hombre de campo que, como muchos de nuestra tierra, miran ya el futuro con ojos vidriosos y cansinos, sin entender ya nada de nuestro mundo. Pero en el suyo son unos maestros, y con su desaparición nos dejaran al borde del abismo. Solo ellos saben mirar la naturaleza con el escalpelo de la experiencia, escudriñando arriba y abajo, desentrañando verdades irrefutables durante toda una vida. El otro día me acompañó al campo y le solté la lengua cuanto pude, porque ya es cosa de andar con tiento en rescatar un tanto de su sabia. No es tarea de un día ni aún de un año, pues habla y calla en sus adentros a destajo, sin orden ni concierto; y una se emboba en sentimientos y no atiende en fino a lo que dice, que es dispendio de gran enciclopedia. Al arrullo del camino me explica con quietud la sementera, y me abruma con derroche sobre calidades del terruño aquí y allá: que no es esto de trigal bueno, sino de cebada y garbancera, tierra áspera...; que si el musgo marca los cardinales, Niña, que eso lo saben hasta las bestias. A veces pienso que si cayera una bomba atómica y quedáramos solo cuatro (yo entre ellos, claro) no sabríamos sobrevivir como entre nosotros no quedara un abuelo. El mío me recuerda mucho y a menudo al Señor Cayo de Delibes –gran conocedor también del campo, que admiro con fruición– cuando decía aquello de que lo que hay en el campo sirve siempre para algo..., ¡Pues para eso está! (ji, ji, ji..., evidente). Del abuelo he aprendido mil cosas que me vienen ahora a la cabeza, como cuando me decía de niña con ternura que ¡Cuando llueva... vete siempre donde van los animalitos...que ellos saben, Niña! Cuantas veces me ha dicho que hay que saber mirar al cielo –sin ser meteorólogo ni señor del tiempo–, que en nuestra tierra el agua siempre viene por su camino, que nunca hace tonterías y se repite, ¡Basta con poner cuidado! De tanto oírlo me sé de retahíla sus dichos y creencias, que algo de cierto tendrán, pues si al cierzo del Norte y al calabrés del Este (vientos) le pone mala cara..., por algo será; mucha verdad guarda aquéllo de que la Sierra Trapera con gorra...no hay arroyo que no corra; o Guadiana cerrada y Córdoba abierta..., agua cierta. Si fuera mal pensada y entrometida diría con rintintín que Ni aire solano ni gente de Torremilano, pero no quiero calentar el ambiente (es broma). Manuel me ha enseñado también a mirar a la antigua la edad de las bestias, y es fundamental en mi oficio, tentándole las quijadas y apreciando los dientes de leche en las quinceñas, que parece tontería y no lo es. Quizás algún día nos acordemos del legado de nuestros padres y abuelos..., y entonces queramos correr a buscarlos, pero será inútil, porque ya no están. Se nos están yendo las últimas lenguas de los que saben. Una tiene envidia sana, también, de lo que no está en los libros. Pero hay que saber mirar.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva