miércoles, 28 de marzo de 2012
En las márgenes de la vida
El chabolismo representa, a mi parecer, uno de los paisajes más humillantes la raza humana. Ninguna persona de bien comprende, en términos de sensatez y cordura, que puedan permitirse espacios de degradación e indignación humana al lado mismo de la vorágine capitalista; de la magnificencia desbordada, de la plétora consumista y del despilfarro alimentario del mundo de los ricos. Tal vez sea una paradoja cargada de lógica, pero desde un punto de vista humanitario difícilmente se puede entender. Yo no lo entiendo. Ayer tarde pasamos al lado de una barriada sevillana chabolista. Era solamente el borde de una inmensa planicie de inmundicia y degradación, pero aseguro que con lo que vi podría describir con mucha precisión la maldad humana. La panorámica visual resulta del todo insultante a la inteligencia y a cualquier resquicio de sensibilidad. No pueden los que nos gobiernan permitir tanta inmundicia sin decir nada; con su silencio y su mirada hacia otro lado; con la inmutabilidad en sus desafectos de estas gentes. Ignorando las cara abyecta la miseria. Al otro lado de la carretera, donde se esconde un mundo de verdades invisibles, pude ver la gigantesca urbe de la degradación cubierta de sinceridad sin remilgo. Aún tengo en mi retina las montañas de excrementos agitadas por el festín de las aves rapaces; los niños desnudos y descalzos correteando sin reparo entre las heces y desagües insalubres que rasgan las entrañas de cualquiera de nuestro mundo. A menos de veinte metros una recua de meretrices desoladas de la vida, uniformadas en desazón, que esperan ya en el atardecer la llamada de la fortuna. Que no existe. En el otro lado, los yonquis desahuciados de una existencia serena hacen cola, perniquebrados y abatidos en el sinvivir, para acercarse a una ambulancia de drogodependencia y servicios sociales que resulta grosera en el paisaje. A mí me parece insultante, indigno y deshonesto (no la tarea de estos profesionales, que está cargada de misericordia y frustración, seguramente) el comportamiento de esos gobernantes que, estando advertidos de tanta malicie, sean capaces de poner a buen resguardo su conciencia con unas simples motas de cinismo. Qué suerte tienen. Nunca pude entender cómo algunos (quienes tienen poder y gobierno) tienen estómago para comer y dormir tranquilos conociendo la geografía de la pobreza extrema en que subsisten miles de personas. Sabia es la naturaleza cuando les permite a estos muertos-vivientes (con perdón) avanzar sumisos en la desventura, indolentes a la desgracia y esperanzados aún con la vida. Cuanto me recuerdan a ese Niño de Vallecas que retratara Velázquez como nadie, ignorante y bobalicón sin causa, pero completamente digno. Viven en este mare magnum de la miseria como seres angelicales ajenos a las verdades terrenas, pletóricos de sentimientos sin un ápice de acritud, cuando tienen en sus manos (si fueran conscientes de ello) la guillotina para hacernos la vida imposible (a los del otro lado, que tenemos mucho que perder). Solo el analfabetismo les mantiene a raya en ese submundo tamizado de realidad, porque no existen, pues su existencia gira al otro lado de la valla. Están en las márgenes de la vida.