viernes, 23 de marzo de 2012

En Familia (con pedón)


En verdad soy más campera que lechera (de vaqueriza). Me tira mucho más el campo abierto y el ganado en libertad. El solaz de trajinar con el sol y la tormenta, de andar y desandar con mucho afán, mirando al horizonte y a las nubes, escuchando al viento y sin parar. Entre las vacas siento más que nunca la paz del universo, porque andan a lo suyo y no molestan; te miran y entienden cuando dices; callan y escuchan con cuidado, y hasta preguntan a veces que te pasa cuando te ven mohína y silente, alegre o entusiasmada. Entre las vacas viejas te sientes apaciguada: con la Reina y la Generala, la Blanca o la Torticera...Las eralas te apremian con su inquietud mañanera, pero es cosa de la edad ¡Que apremio tiene la Sueca, que no me deja libre ni dándole de comer! Son como de familia. En la dehesa las miro con tesón y siempre aprendo, pues en todo lo que hacen hay siempre una lección. Mi abuelo dice que barruntan las tormentas, ¡Y es verdad! Y saben del terreno como nadie: buscan el agostadero y la protección, la brigada y los manaderos. Se respetan como nadie y saben bien quién es primera y segunda..., quién tiene que abrir vereda y quien ha de cerrar la camada. La Manola es mandona de cuidado, y que nadie le pise lo suyo ¡que la tenemos liada! Pero es de ley en el campo; Rosalinda es porfiona y entrometida, y solo se atempera cuando se acerca el Rufian (semental), que es voz de mando entre reses. Andando ayer entre ellas, de nuevo yo me admiré, pues hace diez meses y pico escondí en el riscal un resquicio de pienso, y al caminar hacia allí.., la Pipiola –que es sabuesa– se me adelantó al trotil. Tiene una memoria de escándalo, y es bravucona y mezquina. Yo las trato con cuidado y les conozco el trapío, la dulzura y la malicia con todos los desvaríos. Me gustan con sus cosillas y nos entendemos a un tiempo. El abuelo me enseñó desde pequeñita sus antojos y requiebros: ¡Que te fijes Niña en las orejas, que son el catecismo de las vacas! Vaya que sí. En el campo las reses no te engañan. Son lo que son, y hacen lo que se espera; más bien somos nosotros los que nos mostramos raros y desconcertantes (Que Zarandal –el perro– no le gusta, pues no lo metas en vereda). Cuando vengo del campo ya cumplida respiro fuerte y con sazón, pues disfruto como una enana entre esta familia que me conoce y entiende. Espera y desespera a tiempo..., ni se enfada ni entumece..., ¡y nunca les he oído una mala palabra! Vamos, de familia.

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