sábado, 2 de junio de 2012
Miradas...
Ya me ha ocurrido en otras ocasiones, y acaso tenga la cosa alguna curiosidad. Esta mañana cuando llevaba una novilla al tropel, de la corrala de la vaqueriza hacia la era con mi traje de faena (porque no trabajo con taconazo ni de pitiminí), unos chicos jóvenes de Pozoblanco –que venían de festolina (tal vez del instituto) y estaban de diáspora pueblerina por los alrededores– me miraron de esa forma queda y contenida que deja el alma en ascuas. Creo que no es malicia ni mala intención, más bien involuntaria contención cargada de viejos prejuicios o deshabituación a que las mujeres trabajemos en el campo y con el ganado en los mismos términos que los hombres. En esa inspección contenida, que se nota mucho, plagada de intriga e incredulidad encuentro ramalazos de no sé qué..., tal vez residuos de machismo ancestral o una incomprensión que no entiendo en absoluto. Claro que la situación es un tanto grosera, desconsiderada y de bufa; sobre todo cuando observas un respeto devenido de la cuestión de género. Todo Dios puede mirar lo que quiera, faltaría más, y yo lo hago sin comedimiento sobre lo que me interesa, pero cuando te miran (mira..., mira...) como un bicho raro, cuando menos te sorprende. Aunque yo me río y sigo con mi tarea, tan alegre y campechana. Puedo decir bien alto y claro que trabajo en lo que quiero y como quiero, en contacto siempre con el campo y los animales, al lado de mi familia y sin privarme de nada de lo que me interesa. No sé porqué el trabajo del campo y de quienes nos dedicamos a ello deja siempre en los urbanitas (de pacotilla) y en mucha población un rescoldo de denostación, cuando esta comarca es esencialmente, y lo ha sido siempre, agrícola y ganadera. Nuestros padres, abuelos y antepasados han vivido de este oficio dignamente (en la entereza del término), y no tenemos nada que ocultar ni de lo que avergonzarnos. Entiendo que a algunos yogurines les llame la atención que siga habiendo gente que vive del agro (curiosamente), como en los ancestros de la humanidad), pero me cuesta entender por qué llamamos la atención las mujeres (que también han estado siempre en el tajo del oficio), y mucho más las jóvenes que nos dedicamos a esto. La cuestión tiene miga, pero de muy mala estofa. En mi entorno deben de estar ya acostumbrados y no suscita la mínima curiosidad, aunque para otros parece que sí. Tal vez se deba tal denostación a los sacrificios inmundos de antaño en el oficio, a la suciedad y su dureza (igual para hombres que para mujeres), que en parte prevalecen en la actualidad (no iguales) frente a otras profesiones, pero nada hay de indigno ni de miserable. Más bien todo lo contrario. Mucho orgullo y normalidad completa en lo que hacemos. Buscando el progreso y decencia en nuestra tierra con todos los mecanismos que tenemos a nuestro alcance (maquinaria, informatización, estadísticas...). Seguramente una buena mayoría de esos jovencitos (algunos años más pequeños que yo) que se admiran y prevalecen quedos no tendrán siquiera, para su desgracia, el aliento ni la magnífica posibilidad de trabajar en el campo ni con las vaquerizas.