La semana pasada estuve de compras
en la capital, acompañándome amablemente mi amigo Rafa. No voy a decir que no
me guste comprar, que lo hago como todo el mundo, pero soy bastante reacia a
embargarme en estas cuitas promovidas por las grandes compañías para fortalecer
sus intereses. Bueno. Más que nada me gusta mirar qué se lleva y pasar un rato
de distracción, quitándome de la vaqueriza, respirando un poco del solaz de la
capital. Y de paso..., pues también pico un poco en todo esto que nos ofrece el
mundo del consumo. Por supuesto que no soy ingenua y comprendo más o menos como
funciona este tinglado de la sociedad de consumo, y de las Rebajas, pero mi
compi, que me acompañó toda la jornada, me hizo al final una síntesis
estremecedora. Ya me lo esperaba, pues en las últimas tiendas y almacenes –que
eran de varias plantas, y acristaladas en las planas superiores– se encaramó en
una de las esquinas de la parte superior, y estuvo quieto durante mucho tiempo apreciando en fino el espectáculo, bien pertrechado con una
observación detenida y una manera de escrutar lo que veía con fricción. Primero
no me dijo nada, pero luego en el coche soltó todo aquel vómito que le corrompía
el estómago con lo que había visto. De entrada me entretuvo bien y me soltó la
sonrisa floja y la carcajada, pero sus verdades se me clavaron en lo más hondo
por lo grotesco, inconsciente y malvado del aquel escaparate inmenso que son
las compras. Metido ya en materia me
soltó aquello de que ¡vosotras estáis ciegas y taradas...!, no os habéis visto
ni de cerca ni de lejos; ¡y me quedé estupecfacta., por su brusquedad! Sí
Susana, parecéis unas energúmenas cogiendo trapitos y mirándolos con obsesión;
como si se fuera a acabar el mundo y hubiera que recabar los últimos alimentos
de la tierra; y seguía, y seguía diciendo: deberías miraros al espejo las
mujeres, porque sois esencialmente vosotras (pobrecillos de los cuatro que
estábamos mirando), pues es una imagen bochornosa y ridícula: ensimismadas en
la ropa, escrutando etiquetas, soltando, cogiendo, tirando, cambiando de
sitio..., apresuradas y agónicas por encontrar no se qué. Da risa, o pena,
gemía ya enfadado de verdad. Rafa es de normal bien sereno y sensato, pero estaba
después de todo el día completamente enojado (creo). Desesperado. Pero me decía
verdades como puños. ¿Cómo se puede ser tan anormal y con un comportamiento tan
animal y desquiciado? –decía, despachando su berrón por la boca–. Miraros a
vosotras es como ver un teatro de marionetas alocadas, avivadas por cuerdas y
con movimientos autómatas; sin pizca de sensatez ni racionalidad: como máquinas
que hubieran puesto en movimiento desde arriba que son incapaces de pararse...;
como los muñecos de pilas de los anuncios..., que siguen y siguen. Da miedo
veros, de verdad. La cosa empezaba a
ponerse ya seria (en el coche), porque hablaba con enfado..., y yo no veía ya
la charla tan graciosa. Pensándolo bien,
tenía toda la razón, porque yo en el fondo pienso lo mismo. Le había dado
tiempo más que sobrado para observar el ridículo comportamiento que tenemos; la
incapacidad para negarnos a entrar en este mundillo de vano mercadeo del
trapillo que no se sabe muy bien a que responde (lo malo es que lo sabemos); la
vergonzosa situación y el espectáculo mirando como posesas las trampas de la
sociedad y de la economía. Comprar por comprar. Claro que habrá opiniones para
todos los gustos, lo sé. Pero sí que pienso con él que mirado fríamente desde
arriba este espectáculo es un poco vergonzoso. Rafa es insistente y me lo dice
a menudo, porque cuando vamos por las calles comerciales (de la capitalita) me conmina
que mire a las chicas como yo y nuestra inercia completa hacia los escaparates
y tiendas. Él me señala con claridad: ¡vés..., no hay otra cosa..., parece que
la vida se sustenta en comprar y figurar! Tiene razón. Es un poco triste que no
seamos capaces de entender lo que nos pasa.
viernes, 31 de enero de 2014
jueves, 30 de enero de 2014
Manto Blanco
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Hoy es uno de esos días que regurgitan
los sentidos (con perdón). Cuando llegas a la vaqueriza se te hiela
el aliento y se solidifican las palabras. ¡Cómo estaba esta mañana
a las seis la hacienda y Los Pedroches! Un inmenso manto blanco
cubría toda la planicie como ondulante sábana de cristales, perdida
al infinito. El espectáculo fue maravilloso cuando el horizonte
abrió brecha de luz reflejando al cielo en el armiño estridente de
la noche. En estas ocasiones la vista bota de alegría y las miradas
se prodigan por doquier. Todo es bello en rededor. Y hasta el hielo
que se te cala en los dedos y en lo más hondo del alma te resulta
grato: porque la naturaleza te vuelve a la vida azuzándote el
espíritu y la esperanza. Hay un momento de clímax en toda esta
estampa que te deja quieta. Admirando y escrutando este paisaje que,
aunque monótono en su esencia, te regala momentos bellos como
estos. Es verdad que pasas frío y te tiembla hasta la mirada, pero
te reconforta comprobando que la vida sigue su ciclo: que hace hielo
por la noche (pelona dice el abuelo) y a las pocas horas Apolo templará su mano con
suavidad, dejándonos un día claro y luminoso. Es la vida. Las vacas
me esperaban ateridas como mascarones de tramoya, como estatuas,
inmovilizadas en esa sempiterna quietud que parecen diosas griegas
que traspasan el tiempo y el espacio. Cuando te ven entrar..., cabecean
con la seguridad de que tu estás allí como siempre, para darles el
alimento de cada día. En estos días de rigor el silencio parece
que es más silencio entre la estampa blanca, y el ganado más
candoroso y sufrido. Parece mentira, pero el tiempo templa mucho los
afectos hasta con los animales. Me gusta observar su comportamiento,
y esa sabiduría natural que tienen para escoger los rincones más
cándidos; los recovecos más escondidos donde el resguardo es pleno, sin
concesión alguna al venticello gélido de la noche. En días como
estos, digo, caminan a un mismo paso el esplendor del invierno y el
sacrificio de quienes trabajamos al albur del tiempo, que lo hacemos
siempre como el ánimo alto de estar vivos sintiendo la normalidad de
la vida.
jueves, 23 de enero de 2014
La Matanza
De la matanza de verdad, la que
se hacía antaño en todos los hogares, solamente quedan vestigios testimoniales;
que además no guardan ni la esencia de lo que era aquéllo. Cuando el abuelo me
habla sobre ello se le iluminan los ojos como chiribitas. Parece que revive un
recuerdo lejano que va mucho más allá de una actividad de matar los cochinos
para alimentarse durante el año. No era simplemente un acto profesional de
carnicería o despiece (por decirlo de alguna manera), sino un evento social y
festero de gran trascendencia; entendiendo lo social y lúdico en un sentido
tradicional, que nada tiene que ver con nuestras celebraciones prefabricadas,
insulsas e insustanciales. Esto era improvisado y salía de natural Las jornadas
de la matanza conjuntaban elementos que las hacían especiales frente a otras
reuniones familiares con diferente sentido y naturaleza. Manuel me describe
infinidad de detalles que darían muy bien para cientos de páginas, pues algo
que le ha quedado en la cabeza tan grabado no puede ser insignificante: actividades
específicas (matar, embuar, desgordar, descarnar, chamuscar…), comilonas del día, dichos,
afectos y desafectos (con puyas y discordias), chismes para viejas y jóvenes,
oficios y maestros, división de trabajos…Nada me extraña que en dicho día se
cocieran cosas tan importantes, toda vez que era algo trascendental para la
economía familiar que se hacía con el
mayor celo del mundo. Las familias arracimadas en un evento tan grande
ofreciendo las dosis extraordinarias de solidaridad y ayuda; la vecindad
implicada también al arrimo y auxilio en lo más prosaico y doméstico, y también
en lo sustancial (conocedores de todo); y la convivencia completa durante varias
jornadas que durante tantas horas obligaban a proyectarse con sus verdades, sin
las veladuras cotidianas ni los recatos que diariamente nos convierten en
mascarones. El abuelo me dice que era una fiesta de verdad, y que en muy pocas
se ha divertido tanto como en las matanzas. Había que trabajar y duro, claro
que sí –dice encendido–, pero madrugabas con alegría…, comías y bebías en el
tajo con los demás; escuchabas a los mayores con interés por su sabiduría, y te
enterabas de los entresijos de todo. Más que tomarlo como una obligación sembrada
de esfuerzo…, aquello se realizaba como una empresa funcionando al cien por
cien; donde todo un colectivo se movía como un engranaje perfecto, pues cada
cual sabía lo que tenía que hacer: ¡y el maestro (matancero) era el maestro, y
los pinches los pinches! Al abuelo se le pierde la mirada al infinito
recordando las abuelas realizando las faenas al lado de la candela (pelando
patas, orejas y rabo…), ¡qué candelorio!, y las más jóvenes lavando las tripas y embuando. Mañana, tarde y noche
progresando en la tarea. La matanza tenía sus tiempos y tareas, y –como dice Manuel– ahí sí que
había cosas de hombres y mujeres…, y se ríe socarronamente (y me mira, mira…). El
encuentro de viejos y jóvenes daba también, al parecer, su juego: porque era una
escuela de picardeo y arrimo; de encender caras como cerezas a los más jóvenes
y soltar la lengua de esos pensamientos prohibidos; y los desmanes de más viejos reverdecidos en un día grande. Qué cosas me dice Manuel para
ruborizarme ahora…, a mí. Tampoco faltaba el contrapunto de rezos y recuerdo
para los mayores, los dichos de tal o cual pariente o las fechas y eventos destacados de sus vidas. Servía para
hacer una retrospectiva importante de la familia que les daba identidad, que
les hacía a todos partícipes de una familia y de un proyecto de vida. Infinidad
de detalles que se alejan sobremanera sobre esos simulacros (de museo) que –aunque
lo intenten– quedan tan lejos de una realidad que solamente nos la pueden
trasmitir nuestros mayores. En muy poco años las nuevas generaciones verán simplemente la matanza como algo esperpéntico, un espectáculo grosero teñido de contrariedades y crudezas, que en absoluto les puede trasmitir la hondura del día de la matanza. Creo que habría que ser muy celosos recopilando miradas. Quede aquí mi recuerdo para ese sacrificio anual de antaño que, por la sabia naturaleza, quedaba revestido de fiesta y alegría.
martes, 21 de enero de 2014
El héroe discreto
Hace tiempo que el nobel peruano sacó la novelita del Héroe Dicreto, que conviene leer y es recomendable para disfrutar y reflexionar. No solamente por la buena Literatura, sino porque el argumento tiene su interés. Vargas Llosa nos trae de
nuevo una novela asentada de su tierra. Sencillas tramas que arrastran al
lector por un hilo narrativo fuerte, fijando muy bien el argumento (chantaje) y creando elementos de
intriga suficientes; solucionando los conflictos finalmente de forma satisfactoria. Un poco a título de lección magistral o moraleja tradicional. Los cánones ante todo. Lo
más interesante es el lenguaje de este nobel y la contextualización de la
obra. De nuevo salen por todos los poros los personajes y esa América Lantina
tan singular en el lenguaje y en la mentalidad, que poco a poco se va
destilando en todos los extremos. Además de los protagonistas, aparece la Bruja
o Santera Adelaida que me encanta, esa mulata e inspiradora y visionaria de los desaliños humanos que aglutina tan bien ese
mundo americano plagado de misterios y
creencias tradicionales, apegadas a la sociedad tradicional latina. La trama se centra en un tema cotidiano sin más, pero el autor sabe encontrar en ello mucha sustancia; y eso es lo bueno de estos maestros, que partiendo que la pura realidad, glorias y miserias, sabe dar lecciones a lo grande. De esas que calan hondo, porque dicen mucho con bastante poco. Eso sí, nadie como estos autores americanos para traducir la cultura del otro lado del charco con tanta precisión y contundencia. Y por supuesto que me encanta la caracterización tan nítida de Don Felícito, que conmueve por captar tan bien con hondura a todas esas personas a las que retrata, sus heroicidades en la vida y esa manera de asumir las groserías de tantas existencias. Dicen que esta novela no es precisamente una obra maestra, y que el autor tiene el listón más alto..., y es cierto seguramente, pero la pluma de un maestro siempre es magistral (o casi siempre), porque es él mismo en su esencia. La recomiendo.
viernes, 17 de enero de 2014
Repugnancia (Violencia de Género)
Hay temas de los que tenemos que
hablar seriamente, y con reposo. No podemos
atenderlos con la exasperación del espíritu ni la convulsión del
corazón desbocado. Pero sí es preciso abordarlos
con el subsiguiente sosiego después de pasados los hechos desgraciados (las
muertes reiterativas de mujeres). La cuestión de la Violencia de Género (arraigada esencialmente en la mujer, dicho sea
de paso) requiere de una reflexión más profunda de lo que se hace
ordinariamente, que tiene que ir mucho más allá de la consternación, el enojo y
los gritos al infinito (pataletas, a fin de cuentas). Todo esto es un
sentimiento noble, pero no son más que
actitudes y manifestaciones personales (o sociales) que se pierden en el
desierto de la ineficacia. Realmente pienso que hay que ahondar mucho más en análisis
del fondo de la cuestión y en la toma de decisiones. Podemos decir que es
lamentable que a la altura incipiente del año en que nos encontramos (2014) se
hayan producido ya cuatro muertes de mujeres por violencia de género, pero
realmente se trata de un fenómeno grave de extraordinarias dimensiones. La
Sociedad (¡vamos, todos nosotros!) tiene que tomar cartas en el asunto y
comprender dónde está el quid de la
cuestión. Eso es vital (y nunca mejor dicho). Parece que no basta con tener
sentimientos de aflicción cuando se mata una mujer en la casa de al lado, y
pensar de forma irracional en las motivaciones de otros (analfabetos, brutos,
maleducados, asesinos, enfermos, asesinos…). Seamos sensatos. La violencia de
género no es (como se demuestra) un fenómeno esporádico que aparece a salto de
mata, como una aguja en un pajar; es algo constante (diario), arraigado y
extendido en nuestra sociedad, que tiene firmes raíces en el machismo, en las
desigualdades existentes y en una mentalidad tradicional vigente en buena parte
de la población. Desgraciadamente yo no soy socióloga para analizar pormenorizadamente
los parámetros en que se desenvuelve este fenómeno…, ni tengo completas las
referencias estadísticas de los fatídicos asesinatos, pero creo que una
incidencia tan grande proyecta mucha podredumbre en la sociedad…, y en nuestras
cabecitas, pues está bien asentada. El machismo no es fruto de un día. Nuestra
sociedad sigue siendo machista en lo más hondo, y hasta en superficie, pero no
lo queremos ver; lo ignoramos, ocultamos y hasta nos envanecemos de ello: ahí
está la publicidad considerando a la mujer como un objeto, aunque se disfrace
la cosa de una femineidad mal interpretada (neomachismo); ahí están los deportes
sempiternos dominados por varones (y lo vemos normal, pero eso tiene mensajes
subliminales de superioridad, desigualdad, discriminación…); ahí están los
desvaríos del lenguaje que dicen muy claramente que la sociedad es machista (y
doctores tiene la iglesia); ahí está la Iglesia (precisamente, también) y el
Papa (que no es Mama); ahí están las actitudes machistas en nuestro
comportamiento diario (¡qué guapísima vienes hoy…,! y Papá nunca viene guapo…),
etcétera, etcétera. Todas estas referencias de la vida diaria son los
materiales que constituyen la esencia de la moralidad, de la igualdad y la
vida. Esos desequilibrios aparentes y admitidos son la esencia de lo que pasa
después, y nos lamentamos como si la cosa viniera del cielo. Quien mata a otra
persona tiene en su cabecita un concepto de la vida muy parecido a otros, la indignidad
y la desigualdad penetrada hasta en las venas; aunque luego acabe suicidándose,
que es un peaje que no sirve para nada
ni consuela a nadie: porque lo hecho, hecho está, y ha tenido un soporte mental
para hacerlo. Es precisamente esa estructura mental la que pone en evidencia
que la Sociedad debe reeducarse en valores profundos desde lo más básico,
y eso, lamentablemente no es cosa de un
día. Las mujeres sufrimos la peor parte (en su mayoría), pero es toda la
Sociedad la que sangra, porque se pone en evidencia que no están entendidos ni asumidos los conceptos
de dignidad, igualdad y respeto a todos los individuos del colectivo. Lo dicho.
El tema no debe ser fruto de una simple reflexión. Es tiempo de empezar.
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QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva