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Hoy es uno de esos días que regurgitan
los sentidos (con perdón). Cuando llegas a la vaqueriza se te hiela
el aliento y se solidifican las palabras. ¡Cómo estaba esta mañana
a las seis la hacienda y Los Pedroches! Un inmenso manto blanco
cubría toda la planicie como ondulante sábana de cristales, perdida
al infinito. El espectáculo fue maravilloso cuando el horizonte
abrió brecha de luz reflejando al cielo en el armiño estridente de
la noche. En estas ocasiones la vista bota de alegría y las miradas
se prodigan por doquier. Todo es bello en rededor. Y hasta el hielo
que se te cala en los dedos y en lo más hondo del alma te resulta
grato: porque la naturaleza te vuelve a la vida azuzándote el
espíritu y la esperanza. Hay un momento de clímax en toda esta
estampa que te deja quieta. Admirando y escrutando este paisaje que,
aunque monótono en su esencia, te regala momentos bellos como
estos. Es verdad que pasas frío y te tiembla hasta la mirada, pero
te reconforta comprobando que la vida sigue su ciclo: que hace hielo
por la noche (pelona dice el abuelo) y a las pocas horas Apolo templará su mano con
suavidad, dejándonos un día claro y luminoso. Es la vida. Las vacas
me esperaban ateridas como mascarones de tramoya, como estatuas,
inmovilizadas en esa sempiterna quietud que parecen diosas griegas
que traspasan el tiempo y el espacio. Cuando te ven entrar..., cabecean
con la seguridad de que tu estás allí como siempre, para darles el
alimento de cada día. En estos días de rigor el silencio parece
que es más silencio entre la estampa blanca, y el ganado más
candoroso y sufrido. Parece mentira, pero el tiempo templa mucho los
afectos hasta con los animales. Me gusta observar su comportamiento,
y esa sabiduría natural que tienen para escoger los rincones más
cándidos; los recovecos más escondidos donde el resguardo es pleno, sin
concesión alguna al venticello gélido de la noche. En días como
estos, digo, caminan a un mismo paso el esplendor del invierno y el
sacrificio de quienes trabajamos al albur del tiempo, que lo hacemos
siempre como el ánimo alto de estar vivos sintiendo la normalidad de
la vida.