lunes, 5 de abril de 2010

Un dibujo en el Viento

Por fin he leído, aprovechando el cuidado de mi ganado en el campo, el último libro de A. López Andrada. En primer lugar, mi enhorabuena por esta nueva obra, porque la escritura siempre exige un esfuerzo..., y como decía Plinio el Viejo, todos los libros tienen algo bueno. Sin embargo, ello no es óbice para que realice algún comentario al respecto, después de una lectura detenida y un análisis madurado. Siempre, claro está, bajo mi prisma personal y mis gustos literarios (que no son en absoluto los de otros).

Es cierto que Andrada va ganando un tanto en la construcción del discurso narrativo, que no le resulta fácil en ninguna de sus obras, pero va aprendiendo lentamente. En esta obra Andrada vuelve a plantear de forma manida una retrospectiva en Veredas Blancas, con los recuerdos de infancia y sus reiterados amigos, sobre el telón de fondo oscuro que representa la represión franquista hacia el bando vencido de los rojos. Las durísimas condiciones de convivencia, las vejaciones y humillaciones de unos hombres del Régimen que no supieron superar su triunfo sobre la legitimidad de la República. Aparte de la argumentación de fondo, el autor plantea una trama poco lucida entorno a un dibujo en el aire del padre como huérfano de madre, así como una relación difícil con el padre y la madre, que resulta bastante mal caracterizada. Sin motivaciones racionales se enfrenta el protagonista a su madre, por el simple hecho de ir a Pozodulce a cuidar a su madre. Me resulta un argumento bastante pobre, con una trama insulsa,bastante esquelética y ridícula. Tampoco es nada imaginativo el detalle argumental de Cristino, ese niño apocado y excesivamente afectivo que tiene poderes de telequinesia; resulta chirriante, cuanto menos, en una novela de corte realista de postguerra, cuyo detalle sirve para desvirtual la realidad más que favorecer la comprensión del personaje. Ese punto de alucinado del protagonista resta verosimilitud al dramático papel y su contexto.

El autor vuelve de nuevo por sus fueros con una novela de posguerra, que si bien es cierto que se sale un tanto del formato de diario fragmentario a que tiene acostumbrados, no articula bien una argumentación de fuste. La nostalgia del pasado y la amistad de unos pocos se confunde con ese clima pernicioso que resultó en las décadas de postguerra. De nuevo nos aturde y marea Andrada con la utilización abusiva de adjetivos y una lírica-poética abrumadora que nada ayuda a la lectura; renglón a renglón y hoja a hoja abusa de figuras irrisorias. Una sarta de metáforas que son indigestas y que no se construyen siempre con racionalidad. No sé como alguien no le dice que ese planteamiento no es de recibo, por lo menos con ese abuso que hace de forma despiadada. Una vez más quiero señalar que en la Literatura no todo vale ni está permitido todo; hay una lógica y una estética (y la lógica compasión por el lector) que aquí se rompe con demasiada frecuencia en aras de la creación literaria.

La obra está cargada de reseñas autobiográficas, pues se reiteran con frecuencia en sus libros: sus amigos (Lalo, Queco, Toño, Bernardino), las referencias físicas de Villanueva del Duque; su niñez difícil de hombre amedrentado, etc. Tampoco se realizan descripciones atinadas (a mi entender) del paisaje villaduqueño, y no se eligen de forma creativa los toponímicos de la comarca (por ridículos): Veredas Blancas (Villanueva), Pozodulce (Pozoblanco), comarca de los Pedriles, etc.

Igualmente resulta ilógica la relación del niño con su madre, que parece un tanto irracional y de poca credibilidad (aunque el escritor diga que es lo que quería). La madre y las abuelas (Eduviges y Gertrudis) no se resuelven como personajes bien caracterizados, a los que se les pudiera haber sacado más punta con mejores definiciones.

En definitiva, un nuevo libro al uso del autor con su marchamo poético indigesto, con su insoslayable mirada a las décadas de la posguerra (que en este caso retratan bien la represión franquista) y esa nostalgia edulcorada de un ambiente idílico de amistades autobiográficas. Más de lo mismo. Tal vez podría intentar otros argumentos, otras vías de experimentación..., etc.; porque el lector parece que siempre lee la misma obra, a los mismos protagonistas e idéntica angustia vital (aunque esté cargada de verdad). Claro que, con el apoyo de la crítica paniaguada y el sostén editorial, para qué va a cambiar. Enhorabuena al autor, y a los lectores, pues lo dicho.

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