Hace tiempo que leí este libro del novel pozoalbense, y ahora que se alza como candidato al premio Solienses me apetece comentar algo sobre él (el libro). Sobre el premio tengo poco que decir, porque me parece bien que se promocione la cultura de cualquier manera, y muy especialmente a través de la literatura.
La ópera prima del autor se presenta al lector con los oropeles del prologuista –Sánchez Dragó– y de los correspondientes reclamos de las subsiguientes presentaciones. La obra de Redondo Jordán se plantea en principio, desde su formato y propio título, como un cuaderno de viaje, con un presumible contenido que avalará el viejo género literario. Lo empecé a leer desde que tuve noticias de la obra, sobre todo por los exornos y las prédicas tan positivas que dimanaban del autor novel. Realmente lo hubiera leído de todas formas, porque me interesa saber qué y cómo se escribe en nuestra comarca (aunque mis apetencias son plurales); las inquietudes y la creatividad que despliega nuestra tierra en tantísima gente que proyecta, hace, escribe, lee, pinta, etc. (que creo que es mucho más de lo que en realidad emerge a la superficie, y que desconocemos). Con este libro me ha pasado lo que suele ocurrir con las obras (de cine, literatura, etc.)que se encumbran en demasía y en los que estás condicionada para esperar grandes resultados. Pues bien, a veces a realidad es otra, o en todo caso no es lo que una presumía. En esta hay de todo, bueno y menos bueno, certezas en los halagos pretéritos y esperanzas defraudadas. Jordán se esfuerza por perseguir los tópicos del viajero solitario, asocial, introspectivo, bohemio, reflexivo y meditabundo, afecto a la muerte y comprensivo con el viaje de la vida..,etc. Esta perspectiva me agobia de verdad, sobre todo por ese esfuerzo tan cargado de voluntad por parecer raro, distinto y distante..., y creérselo. En cuanto al género está claro que no es solamente un libro de viaje, sino que hay más y menos en cuanto a ello se refiere. Mirada la obra en conjunto a nadie le pasa desapercibida la mezcolanza (Madrid, Burgos..), porque sí es verdad que hay viajes, pero también otras muchas cosas. La trama me parece un tanto deshilachada, porque el hilo quiebra en numerosas ocasiones; y el lector a veces (muchas) tiene la sensación de que son historias trabadas y urdidas con una artificiosa unidad. El propio género (literatura de viaje) se pierde desde el inicio, porque el autor nos sumerge en un Madrid que el viajero conoce de cabo a rabo, y está desencantado con sus miserías, cotidianidad, el desengaño del que lo conoce bien, etc. Como lectora (de un viaje de otros) me gusta que el viajero se sorprenda, que descubra realidades, que se deslumbre (o lo contrario) con razones y verdades inéditas; aquí no hay perplejidad que valga, porque lo que se traduce es el desencanto de una mirada sedimentada en las percepciones diarias (no de un viajero). En su descargo está, tal vez, que el viaje aún no había comenzado. Bueno. El viaje propiamente dicho no desdice para nada lo anterior, porque el París que nos retrata poco tiene de novedoso, ni de sorprendente más allá de los cuatro tópicos; tampoco entiendo muy bien la insistencia por sumirnos en el romanticismo al ultranza de visitar varios cementerios a pesar de sus atinadas reflexiones; vaya dispendio necrológico. Igualmente me parece Benarés, con la traducción simple y llana de la visión estereotipada del turista trasnochado, de las estampas tan reiteradas de una civilización tan alejada de la nuestra (pero de todos conocidas).
Los últimos capítulos me parecen un añadido sin argamasa al proyecto del libro, y no dejan de ser reflexiones interesantes –que lo son–, aunque para mí acaban siendo una pesada losa con cierta carga de culpabilidad. El escritor puede escribir lo que quiera (y así lo hace, sin discusión), pero no debe de olvidar (porque también lo hace) que luego entrega sus reflexiones a la imprenta, y el fin último somos los lectores.
Bueno, que tal vez me exceda, pero me ha parecido un poco desfragmentada y tópica la percepción del viajero, y muy severa y desmedida la adscripción al tópico literario (en muchos aspectos) sin necesidad.
Lo mejor también se percibe a distancia, porque Redondo escribe con calidad y pulcritud, tiene una pluma ágil y un lenguaje cuidado. También un contenido preciso (aunque no me guste) y dice lo que quiere decir, sin ambages; en todo eso sí que tiene bastante razón Dragó (persona non grata, por otras razones...), porque el lenguaje hay que saberlo utilizar, y Javier lo domina con suficiencia.
Para ser una ópera prima no tiene tacha la obra, sobre todo porque con lo anteriormente dicho está más que claro que tiene todo un futuro por delante para deleitarnos, y los pedrocheños estaremos encantados de leer y verle madurar en su obra.Enhorabuena.
viernes, 4 de febrero de 2011
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Laila Escartín Hamarinen
Javier Redondo Jordán publica su primer libro; un viaje interior y exterior por tres ciudades que guardan magia en el universo del escritor: Pozoblanco, París, Benarés
Javier Redondo Jordán (Pozoblanco, Córdoba, 1982), ingeniero de telecomunicaciones de formación pero poeta y músico en el alma, es una persona excepcional, de las que no se encuentran en cualquier esquina; siempre que tengo la suerte de compartir con él unas horas de conversación me siento inmersa en un agradable, calmo y cálido atardecer de verano andaluz. La discreción y la delicadeza de su persona son bálsamo para su interlocutor (yo en este caso), y la alegría es grande al descubrir que esas mismas cualidades impregnan sus páginas literarias.
Leyendo el texto de Javier no puedo sino deducir que este joven autor escribe por necesidad interior, nunca para obtener el frívolo éxito o los aplausos, y ello en mi opinión es señal de que me encuentro ante un escritor puro, o de raza, como dicen.
Bella es indudablemente uno de los adjetivos más adecuados para describir la literatura de Redondo Jordán… una suerte de manto de encaje antiguo hecho con gran esmero y talento; o un floreciente y cuidadísimo rosal de rosa chinensis; o un césped pulcramente cortado y salpicado de gotas de rocío a primera hora del alba. Laboriosa, también me viene a la boca al interrumpir un momento la lectura para pintar la prosa de Javier, que se me muestra tan trabajada y pulida con admirable dedicación, exigencia e inteligencia; Javier se reconoce perfeccionista, y estoy segura de que no miente.
‘Todo sucedió durante los meses que circunscribieron mi vigesimoquinto cumpleaños. Después de años bregando, logré pagar el precio vital que se me exigía por mi liberación. Saldadas las deudas con mis mayores, con todo aquél que hubiera confiado en mis aptitudes y con el resto de la sociedad, salí un buen día, muy de mañana, de la casa de mis padres hacia destino incierto.’
Así se abre la aventura que nos brinda Redondo Jordán con su pluma, y que estuvo escribiendo y puliendo durante cuatro años; el material inicial es sacado de sus cuadernos de viajes y de los laberintos de su memoria, la alquimia de su inteligencia y sus horas literarias configuran el resultado final que ahora cae en nuestras ávidas manos.
Ante los ojos del lector flotan visiones físicas de mundos nuevos, y visiones de los paisajes del alma inalcanzables con el cuerpo, vestidas siempre con esos trajes tan deslumbrantes y llenos de detalles que invitan a pasear por ellos muy despacio para no perder nada, y todo creado por las manos hábiles del sastre-literario que es Javier. Un soñador que nos lanza sueños desde estas páginas color crema. Pero inútil hablar de ello, lean y sueñen.
‘Había de reconocer que un viaje de tal envergadura me imponía, en la medida en que escapaba a mi control y me dejaba inerme e indefenso en medio de la nada, de espaldas al vacío. Pero el miedo es y debe ser al mismo tiempo enemigo y consejero del guerrero. Es lícito y loable que las pruebas le infundan a uno temor, de modo que aprenda a respetar a su adversario y no caiga nunca en el error de infravalorarlo. Este temor, no obstante, ha de servir a su vez para azuzar el valor del guerrero en la lucha propia. Y esa lucha tiene un escenario externo, que es el viaje, y otro interno, el propio corazón.’
Las Ciudades de la luz. De París a la India con billete de vuelta, de Javier Redondo Jordán ( Ed. Cuadernos del Gallo, 2010).
http://www.revistamu.com/index.php?s=404&a=788
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