sábado, 10 de enero de 2009
Frío en Los Pedroches
Esta semana ha sido, y especialmente los últimos días, una de las más frías del invierno, alcanzándose temperaturas verdaderamente significativas para esta comarca en los tiempos que corren. Algunas mañanas se han superado los 3º y 4º grados bajo cero. Claro que media España estaba sumergida en la nieve, con el mercurio a mucha distancia de nuestra comarca. En nuestra tierra, muy hostil para la lluvia, no ha podido este año fructificar la nieve, que la hemos visto de largo en la pequeña pantalla. No obstante, bien se ha notado esta ola de frío que me ha hecho recordar en algunos momentos los inviernos de infancia, con los charcos y pilas congelados,y los pingajos de los tejados que nos alegraban la brutaña en aquellos años. Con mucha frecuencia se dice que ya no hace el tiempo de antes, y más allá de la superficialidad de los comentarios (totalmente ajena a los parámetros de registro científico y sistemático), bien se comprueba que en el globo algo está pasando, pues este frío que hoy nos hiere como hoja de cuchillo lo recuerdo como algo bastante cotidiano en aquellos inviernos de antaño. El andar por encima de las charcas y tirarle piedras a los carámbanos no era algo extraordinario, más bien el juego usual y ordinario de los chavales en todo el invierno; las manoplas constantemente en las manos y los sabañones acribillándote la moral, que hoy me parece que los chicos no saben ni qué son los susodichos sabañones. Aún recuerdo los infernales dolores de mi hermana Paqui, que una y otra mañana (y noche, y a todas horas) tenía que meter las manos en la palangana de agua con apio, que al parecer era un buen remedio para subsanar la epidermis. También me vienen a la memoria aquellas camisetas gordas y calzones que se ponía la mayor parte de los mayores y niños, y claro está que se necesitaban, pues hoy basta con prendas de mala calidad y más bien poco protectoras. Cierto, también, que las tuberías y canales no se obstaculizaban tanto (que también), sobre todo por que generalmente no existían, y en casa simplemente había un grifo gordo; que lógicamente, claro está, se encontraba siempre helado y había que calentarle agua todos los días a la candela para descongerlarlo. La salida diaria al campo era terrorífica, porque un día sí y otro también estaba la sábana blanca de hielo que congelaba el espíritu con solo mirarla; pero andavamos inevitablemente toda la mañana helados de allá para acá para poder buscar al ganado y darle de comer, que con tales espectáculos visuales se quedaba siempre a dos velas, y como la cosa duraba era de mucho peligro para las añojas y las eralas más jóvenes; eso sí, los pobres animalitos siempre estaban en lo más protegido del monte,en las encinas más señeras cubiertas con grandes copas, y no hay nada como mirarlos cuando estás en campo abierto ante la intemperie para saber dónde te tienes que proteger. Dios..., ¡qué tiempos aquellos que me vienen a la memoria!
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1 comentario:
claro que sí, estoy totalmente de acuerdo
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