miércoles, 31 de octubre de 2007

La Festividad de Los Santos en Los Pedroches

Un año más, en las vísperas de Los Santos, se repite de nuevo el ir y venir de las gentes que con inercia instintiva hacia al cenmenterio con los trastes de la limpieza. Mañana toca ya la obligada visita y la afección más intensa delante de las tumbas. Sobra señalar que estamos ante uno de los ritos más añejos de la humanidad, que con formulaciones distintas (incineración, sepultura, etc.) rinde culto a los muertos, que es mucho decir: a los antepasados, a sus recuerdos, a sus existencias, a sus ideas, a sus legados..., y a la humanidad entera; sobre todo, a la conciencia del ser como tal, que nos da la plataforma más clara para definir la existencia humana. Casi nada. La rememoración de los muertos, bajo el prisma cristiano, tiene además un cúmulo de significados impresionantes; todo un conjunto de símbolos que difícilmente se pueden apreciar a primera vista, ni tampoco entender con una lectura superficial de esas simples visitas al cementerio. Bastaría una simple referencia respecto a ello: de entrada, tendríamos que recordar que la festividad (en apariencia completamente religiosa) está muy vinculada también al agro. Recuérdese en este sentido que Noviembre es el mes en el que empieza de lleno el mal tiempo (o bueno), se preparan las tierras para la siembra (o ya se ha acabado de hacerlo), se renuevan los contratos de arrendamiento y aparcería, etc. Y se plantea ya la preparación de la matanza de los cerdos, que abastecía las despensas en viandas en un tanto por ciento muy elevado. El otoño está sentenciado y la naturaleza claudica con las hojas de los árboles, pues el estío ha llegado definitivamente a su fin. No resulta extraño que se entendiera como el periplo anual más apropiado para reflexionar sobre la muerte. Es simplemente una vertiende para profundizar, pues no es el caso ahora (en esta ligera disertación) de ahondar en el asunto por la limitación del artículo. En cuanto al culto y el cementerio, sobra señalar los circunloquios de las religiónes, empeñadas en disimular la muerte con áureas plataformas de vidas eternas. Todo el protocolo funerario incide, de maneras muy complejas, en esa compleja perspectiva de querer alargar la vida y la existencia de los muertos (que inevitablemente, muertos son y muertos están). Una extraordinaria paradoja, que sea festividad para los muertos, cuando son los vivos quienes la celebran y necesitan. El miedo es libre, y en el ser humano mucho, e imposible de disimular, al menos en lo más grave de nuestra existencia. Ahí queda para el consuelo indisimulado de los vivos esos jardines paradisiacos que se levantan, llenos de colorismo y escenografía sagrada, en los cementerios de nuestros pueblos y ciudades. A fin de cuentas, una tradición ancestral, un rito sagrado y una conmemoración humana que trasciende a lo más hondo del ser. Y en el espectro literario, ahí tenemos de nuevo a Zorrilla con su Don Juan Tenorio a toda vela, que en idéndica y análoga conntotatio reviste la existencia humana en el espectro de la teatralidad más honda.

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QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

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Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva