sábado, 23 de noviembre de 2013
CHORIZOS
No quiero referirme en esta ocasión al producto culinario de la matanza, que el abuelo me recuerda a estas alturas y con estos fríos, en que el tiempo está ya matancero. De ello hablaré en otra ocasión. Con el citado término me refiero ahora a esa otra acepción que tanto reitera padre cuando se enfada por la cosa política, y lo hace mucho a diario, sobre todo cuando nos matamos a trabajar en la vaqueriza, haciéndolo con honradez y honestidad para sacar la hacienda adelante. Otros en este país, al parecer, encontraron durante décadas otros derroteros para enriquecerse y mofarse de los demás. La cosa no sería grave si no fuera tan abultada la empresa, tan extendida y derramada hasta en las altas instancias. Pues aquí parece que no libra nadie, desde el Rey hasta el último mochuelo. Bueno, quien escuche los medios de comunicación estará bien saciado de esta plétora de indignos, y hasta se enfadará como lo hace mi progenitor sin medida. Para nada. A mí no me gusta ni la política ni oír hablar siquiera de esa corte de impresentables que te cortan el aliento..., y hasta la vida. Desgraciadamente contra ello se puede hacer poco, aunque algunos se empeñen en sentenciar que el ciudadano tiene la solución en las urnas. Ya sabemos que no. Seriedades aparte, continuamente le digo a padre que no se enfade de esa manera, y me río recordándole (llorando para adentro) que España es el país de la Picaresca: de los Lazarillo y los Guzmanes, rinconetes, cortadillos y monipodios..., y no sé muy bien porqué nos enfadamos tanto. Bien es cierto que el trasfondo social de aquella época estaba sembrado con crisis económicas, miseria social y podredumbre moral, que eran argumentos más que sobrados para justificar aquellas prendas. Ahora, las premisas de fondo son las mismas o parecidas, y muchos de los latrocinios siguen las mismas sendas aunque estén disfrazados con ropajes de nuestros tiempos. Hablo, claro está, de los estratos más bajos, que hacen sus fechorías en la sombra y no salen en la tele (a veces se nos olvida mirar al rededor), pero con sus mismas maneras de hacer en la sombra (no trabajar como deben; cobrar y falsificar...) podrían fácilmente pertenecer a la cofradía de Monipodio. Estos se nos olvidan a diario. Otra cosilla de igual gravedad son los jefilates de la política, los partidos, la corrupción y el dinero: esos son pícaros de alta esfota que revisten sus cuerpos con trajes de postín, palabrería, engaño, manipulación y cinismo. Tienen un código ético y moral putrefacto y pestilente. Viven en la mentira y el engaño y no se inmutan, conviviendo a diario con sus ingenuas presas, que pastorean al arrullo del arroyo que tintinea cantos de sirena. Andan a sus anchas y ni siquiera -como dictara el genio universal- tributan a su conciencia: con el robo por montera, con oficio de robo libre, horro de pecho y alcabala. A diferencia de los pobres pícaros de antaño, éstos de hoy en día (disfrazados de chaqueta de seda) también sirven a Dios y a la buena gente. Lo malo del panorama es que aquí y ahora esta cofradía del robo se encuentra tamizada de honradez, y ni siquiera en sus adentros se sienten verdaderos, porque la engañifa y la mezquindad la entienden como bonanza y cosa fina. Sus atropellos no son hurtos ni floreo de feria, ni ellos cuatreros, ladrones, tahúres, rufianes de baja estofa, sino que pertenecen a esa otra escuela de la honestidad y honorabilidad comprobada, que nadie logrará enturbiar porque tienen siglos de aprendizaje. Los jueces no verán en ellos ni la mínima mácula.... Y si la ven será porque -como dice el abuelo- son la última sardina de la banasta.