sábado, 23 de mayo de 2009

El óxido del cielo


Hoy he acabado de leer el último libro de López Andrada, y he realizado como siempre una pequeña valoración personal de lo que me parece. El autor sigue en esta obra por sus fueros, con una metodología idéntica de entrevistas a hombres de la tierra que rememoran su pasado. En este caso los herreros. El texto redunda de nuevo en un aparato lirista cansino, en el que Andrada abusa de forma desconsiderada de la adjetivación, haciéndolo de una manera inmisericorde, con desaliños conceptuales e incongruencias semánticas de gravedad; pero el autor entiende que el poeta tiene licencia para todo, y carta blanca en aras de la creatividad y patente de corso. Al lector le agobia este despropósito de lirismo incontenido, pródigo de incoherencias e invenciones metafóricas (por llamarlas de alguna manera)sin desmán. Tampoco sabe substraerse el autor de ese enfoque nostálgico arrebatador en el que siempre navega, procurando una crítica de ese mundo trágico de posguerra, al tiempo que da cobertura antagónica a un mundo idílico de valores humanos del pasado. Tiene el texto el valor, en cierto modo, de testimoniar el espectro profesional y el legado de estos hombres de Los Pedroches (los herreros), si bien redundando siempre en enfoques y reiterando una y otra vez los mismos escenarios (consabidos de las otras obras). El ámbito literario es de escasa calidad, sin ninguna creatividad en los enfoques (de tema y contenido), ni en las formulaciones narrativas ni en los discursos de los entrevistados. Todos discurren por las mismas sendas de una memoria que se hace reiterativa, porque el autor los lleva siempre por los mismos derroteros. No se retratan, y hay oportunidad para ello, los diferentes escenarios de los distintos pueblos (Torrecampo, Hinojosa, Fuente la Lancha, etc.), ni los rasgos de singularidad ni la idiosincrasia diferencial de las gentes. Monotonía tras monotonía, aún siendo una realidad cierta y cruda. Tampoco es capaz el autor de ofrecer una estructuración armónica de la obra, realizando indefiniciones de cuerpo literario, sin capítulos claros y con intromisiones de intitulaciones mal definidas. Es agobiante esa esfera bucólica de espiritualidad y bonanza, bonhomía y nostalgia que resulta cansina, a pesar de entender bien el lector –repetimos– las difíciles circunstancias de las pasadas décadas.

Algo puede tener de testimonial la obra, con muy poco fruto, pero menos jugo encontramos en lo estrictamente literario. Claro que empezamos a entender eso de los poderes mediáticos, del renombre del autor en la comarca y en los mass media (el nombre suena, etc.), que difunden obras con escaso fuste literario. Tal vez se vendan libros y ganen premios, pero a una servidora se le escapan entre las mientes los valores de esta obra, que difiere muy poco (o nada) de las otras en forma y en contenido, a pesar de haber leído una y otra vez con verdadero interés; y de tener una magnífica disposición por encontrar a ese baluarte de la Literatura que se ensalza en las Ferias de Libros, Jornadas Literarias, etc.

No seré yo quien detracte las esencias líricas del autor, pero digo con sinceridad y contundencia que no me gustan. Enhorabuena, en todo caso, por esas críticas favorables que recibe y por las ventas que obtiene, que como otras cosas de este mundo no entiendo.

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QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

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