viernes, 21 de septiembre de 2007

Feria y Fiestas de Pozoblanco

A un suspiro estamos ya de las fiestas de Pozoblanco. Todo, abosolutamente todo, está a punto para abrazar con fuerza las inminentes fiestas patronales del pueblo que ejerce de capital de Los Pedroches. Los políticos y asociaciones han surtido los programas con amplias actividades para cumplir con el vecindario, y satisfacer plenamente estos días de alegría, ocio y diversión; jornadas repletas de deportes, toros, teatro, espacimiento..., y por supuesto, mucho descanso laboral y fatiga festera, amén de otras muchas cosas subliminales. Y es que la feria es mucho más que todo eso, pues además del ocio, la diversión y el encuentro con nuestros congéneres y vecinos, sustenta y encubre en nuestro imaginario colectivo un substrato social, cultural y económico de no poca profundidad. Solamente habría que remitirse al propio título (Feria y Fiestas) para no olvidar el origen esencialmente económico de estos días, que antaño estaban justificados por el intercambio de ganado, la venta y compra de productos artesanales (ajenos a la cotidianidad) y el comercio de nuestras precarias industrias. Tales actividades comportaban en las pasadas centurias, no cabe duda, una explosión de júbilo y alegría, pues se revitalizaba la precaria economía de subsistencia, viviéndose todo ello en un ambiente pleno de jolgorio y diversión; cuando la cotidianidad a penas si daba más que disgustos y pesadumbres de forma generalizada al común del vecindario. No hace de ello tanto tiempo; basta con la recurrencia simple a la memoria de nuestros mayores, que bien recuerdan este periplo de alegrías económicas y sana diversión en estos días de la Feria que se esperaban con entudiasmo a lo largo del año. Días de riqueza material y espiritual, en que se tiraba la casa por la ventana, pero también en los que el pueblo se transforma en una catarsis colectiva, perdiéndose el norte de la cotidianidad, consintiendo con jaranas y algarabías. Es evidente que las ferias no son solamente esparcimiento sano, sino transgresión permanente de las normas y del quehacer cotidiano. Bien puede decirse que la libertad del vecindario alcanza un grádo óptimo, y si ésta se consigue sin deterioro de los demás se consigue un alto grado de satisfacción. Que es lo que generalmente ha ocurrido. Las fiestas están repletas de ilusión y optimismo, afectividad general y no poca generosidad, y por ello es tiempo de alegría generalizada, donde fuera de lo cotidiano y de los ambientes duros y graves de nuestro diario alcanzamos altas cotas de placer personal y contento general. Todo esto nos espera a los pozoalbenses y a la comarca, que participa también activamente en este dispendio desbordante de fiesta y alegría para todos , con espectáculos y deportes, toros y sana diversión.

Lástima, por ser bastante triste, que se vayan perdiendo todos los rasgos y caracteres tradicionales de la feria y fiestas del pueblo. Nos referimos, claro está, a esos elementos que de una y otra forma daban cierta singularidad y personalidad a la Feria de Pozoblanco, algunos con justificación lógica, otros por simple dejación y abandono. Es evidente que ya no tiene cabida el mundo en el que vivimos al feria de ganado que antaño daba sentido a los festejos, con ese impresionante colorido de las bestias en los llanos del pilar y en el pozo nuevo; sin embargo, también se han perdido otras tradiciones que son más graves, y no tan lógicas, como la despersonalización de la galanura que antaño tenían la carrera de Granada y de Montoro (Calle Feria alta y baja), con sus paseantes, comparsas, sus turroneros, vendedores, etc.; o las subidas de protagonistas para espectáculos (toreros, etc), carretas, etc. Hoy solo van quedando, desgraciadamente, unas fiestas despersonalizadas, completamente idénticas a las de cualquier localidad de Andalucía. Nadie duda de que el recinto ferial es una estructura necesaria, moderna e imprescindible en los tiempos que corren, pero tan descarnada y carente de signos de identidad que bien poco dista del vivir cotidiano, donde la aparcería de feria es poco distante de la rutina diaria. De manera grave se ha conseguido que el pueblo quede al margen de la fiesta en lo material, y si algún foráneo viniera despistado a la capital del Valle, a penas sí apreciaría el ambiente festivo más allá de los oropeles de los políticos (cartelería). Tal vez haya que esperar el paso del tiempo, como le ha ocurrido a otras ciudades, para que se den cuenta de que si no toda la feria (que es imposible), sí que hay que potenciar y desplazar buena parte de las actividades festeras, aparcerías y actos diversos, al casco urbano.

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QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

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