domingo, 4 de mayo de 2008
Cruces de Añora: la tradición del Mayo
Un año más la tradición del Mayo se ha cumplido en Añora, a pesar de las desgraciadas incidencias (apagón de luz durante varias horas). Y las cruces se han vestido con el redaño de las cruceras, que aún guardan en las llemas de sus dedos y en la mirada profunda el resabio de los ancestros. Las mieles de Apolo endulzan ya, con suavidad infinita, esos pétalos de ilusión que han sido durante la madrugada el cetro más vivo de Los Pedroches. Y es que Añora celebraba sus cruces de Mayo, artificios efímeros de las gentes llanas; plegarías ancestrales de flores que buscan la seducción del infinito, fijando la mirada y conmoviendo los espíritus; lluvia de ilusión que se desvanece y declina cuando la Aurora se despereza en el horizonte. Nada como Añora, en su noche de Mayo, para mirar al fondo de los hombres: esas miradas fijas que trascienden los oropeles del tul y del raso; esa quietud y silencio de las cruceras, a la espera de un juicio hermoso de su trabajo; y por supuesto, la belleza inmensa de un pueblo que vive y siente la tradición, como una novia de blanco que se ha enamorado y se siente bonita; sobre todo por dentro, porque el bello adorno y los refajos, los broqueles y los bordados son solamente el arropamiento del Alma. Nada como una noche en Añora para pisar fondo en las entrañas de nuestros pueblos (a pesar de los imponderables, repito), en la mirada lúcida y trasparente de los hombres de bien; en la ilusión de los niños y en la grandeza de las calles que, esta noche, han vivido y han sufrido de lleno las esperanzas de la vida. Nada como Añora para que el corazón golpee con fuerza la sangre del sentimiento más puro y nos creamos vivos, en un instante, ante un mirada de las cruces.
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