viernes, 31 de enero de 2014

Obsesión


La semana pasada estuve de compras en la capital, acompañándome amablemente mi amigo Rafa. No voy a decir que no me guste comprar, que lo hago como todo el mundo, pero soy bastante reacia a embargarme en estas cuitas promovidas por las grandes compañías para fortalecer sus intereses. Bueno. Más que nada me gusta mirar qué se lleva y pasar un rato de distracción, quitándome de la vaqueriza, respirando un poco del solaz de la capital. Y de paso..., pues también pico un poco en todo esto que nos ofrece el mundo del consumo. Por supuesto que no soy ingenua y comprendo más o menos como funciona este tinglado de la sociedad de consumo, y de las Rebajas, pero mi compi, que me acompañó toda la jornada, me hizo al final una síntesis estremecedora. Ya me lo esperaba, pues en las últimas tiendas y almacenes –que eran de varias plantas, y acristaladas en las planas superiores– se encaramó en una de las esquinas de la parte superior, y estuvo quieto  durante mucho tiempo apreciando en fino  el espectáculo, bien pertrechado con una observación detenida y una manera de escrutar lo que veía con fricción. Primero no me dijo nada, pero luego en el coche soltó todo aquel vómito que le corrompía el estómago con lo que había visto. De entrada me entretuvo bien y me soltó la sonrisa floja y la carcajada, pero sus verdades se me clavaron en lo más hondo por lo grotesco, inconsciente y malvado del aquel escaparate inmenso que son las compras.  Metido ya en materia me soltó aquello de que ¡vosotras estáis ciegas y taradas...!, no os habéis visto ni de cerca ni de lejos; ¡y me quedé estupecfacta., por su brusquedad! Sí Susana, parecéis unas energúmenas cogiendo trapitos y mirándolos con obsesión; como si se fuera a acabar el mundo y hubiera que recabar los últimos alimentos de la tierra; y seguía, y seguía diciendo: deberías miraros al espejo las mujeres, porque sois esencialmente vosotras (pobrecillos de los cuatro que estábamos mirando), pues es una imagen bochornosa y ridícula: ensimismadas en la ropa, escrutando etiquetas, soltando, cogiendo, tirando, cambiando de sitio..., apresuradas y agónicas por encontrar no se qué. Da risa, o pena, gemía ya enfadado de verdad. Rafa es de normal bien sereno y sensato, pero estaba después de todo el día completamente enojado (creo). Desesperado. Pero me decía verdades como puños. ¿Cómo se puede ser tan anormal y con un comportamiento tan animal y desquiciado? –decía, despachando su berrón por la boca–. Miraros a vosotras es como ver un teatro de marionetas alocadas, avivadas por cuerdas y con movimientos autómatas; sin pizca de sensatez ni racionalidad: como máquinas que hubieran puesto en movimiento desde arriba que son incapaces de pararse...; como los muñecos de pilas de los anuncios..., que siguen y siguen. Da miedo veros, de verdad. La cosa  empezaba a ponerse ya seria (en el coche), porque hablaba con enfado..., y yo no veía ya la charla tan graciosa.  Pensándolo bien, tenía toda la razón, porque yo en el fondo pienso lo mismo. Le había dado tiempo más que sobrado para observar el ridículo comportamiento que tenemos; la incapacidad para negarnos a entrar en este mundillo de vano mercadeo del trapillo que no se sabe muy bien a que responde (lo malo es que lo sabemos); la vergonzosa situación y el espectáculo mirando como posesas las trampas de la sociedad y de la economía. Comprar por comprar. Claro que habrá opiniones para todos los gustos, lo sé. Pero sí que pienso con él que mirado fríamente desde arriba este espectáculo es un poco vergonzoso. Rafa es insistente y me lo dice a menudo, porque cuando vamos por las calles comerciales (de la capitalita) me conmina que mire a las chicas como yo y nuestra inercia completa hacia los escaparates y tiendas. Él me señala con claridad: ¡vés..., no hay otra cosa..., parece que la vida se sustenta en comprar y figurar! Tiene razón. Es un poco triste que no seamos capaces de entender lo que nos pasa.

jueves, 30 de enero de 2014

Manto Blanco


-->
Hoy es uno de esos días que regurgitan los sentidos (con perdón). Cuando llegas a la vaqueriza se te hiela el aliento y se solidifican las palabras. ¡Cómo estaba esta mañana a las seis la hacienda y Los Pedroches! Un inmenso manto blanco cubría toda la planicie como ondulante sábana de cristales, perdida al infinito. El espectáculo fue maravilloso cuando el horizonte abrió brecha de luz reflejando al cielo en el armiño estridente de la noche. En estas ocasiones la vista bota de alegría y las miradas se prodigan por doquier. Todo es bello en rededor. Y hasta el hielo que se te cala en los dedos y en lo más hondo del alma te resulta grato: porque la naturaleza te vuelve a la vida azuzándote el espíritu y la esperanza. Hay un momento de clímax en toda esta estampa que te deja quieta. Admirando y escrutando este paisaje que, aunque monótono en su esencia, te regala momentos bellos como estos. Es verdad que pasas frío y te tiembla hasta la mirada, pero te reconforta comprobando que la vida sigue su ciclo: que hace hielo por la noche (pelona dice el abuelo) y a las pocas horas Apolo templará su mano con suavidad, dejándonos un día claro y luminoso. Es la vida. Las vacas me esperaban ateridas como mascarones de tramoya, como estatuas, inmovilizadas en esa sempiterna quietud que parecen diosas griegas que traspasan el tiempo y el espacio. Cuando te ven entrar..., cabecean con la seguridad de que tu estás allí como siempre, para darles el alimento de cada día. En estos días de rigor el silencio parece que es más silencio entre la estampa blanca, y el ganado más candoroso y sufrido. Parece mentira, pero el tiempo templa mucho los afectos hasta con los animales. Me gusta observar su comportamiento, y esa sabiduría natural que tienen para escoger los rincones más cándidos; los recovecos más escondidos donde el resguardo es pleno, sin concesión alguna al venticello gélido de la noche. En días como estos, digo, caminan a un mismo paso el esplendor del invierno y el sacrificio de quienes trabajamos al albur del tiempo, que lo hacemos siempre como el ánimo alto de estar vivos sintiendo la normalidad de la vida.

jueves, 23 de enero de 2014

La Matanza


De la matanza de verdad, la que se hacía antaño en todos los hogares, solamente quedan vestigios testimoniales; que además no guardan ni la esencia de lo que era aquéllo. Cuando el abuelo me habla sobre ello se le iluminan los ojos como chiribitas. Parece que revive un recuerdo lejano que va mucho más allá de una actividad de matar los cochinos para alimentarse durante el año. No era simplemente un acto profesional de carnicería o despiece (por decirlo de alguna manera), sino un evento social y festero de gran trascendencia; entendiendo lo social y lúdico en un sentido tradicional, que nada tiene que ver con nuestras celebraciones prefabricadas, insulsas e insustanciales. Esto era improvisado y salía de natural Las jornadas de la matanza conjuntaban elementos que las hacían especiales frente a otras reuniones familiares con diferente sentido y naturaleza. Manuel me describe infinidad de detalles que darían muy bien para cientos de páginas, pues algo que le ha quedado en la cabeza tan grabado no puede ser insignificante: actividades específicas (matar, embuar, desgordar, descarnar, chamuscar…), comilonas del día, dichos, afectos y desafectos (con puyas y discordias), chismes para viejas y jóvenes, oficios y maestros, división de trabajos…Nada me extraña que en dicho día se cocieran cosas tan importantes, toda vez que era algo trascendental para la economía familiar que se hacía con el  mayor celo del mundo. Las familias arracimadas en un evento tan grande ofreciendo las dosis extraordinarias de solidaridad y ayuda; la vecindad implicada también al arrimo y auxilio en lo más prosaico y doméstico, y también en lo sustancial (conocedores de todo); y la convivencia completa durante varias jornadas que durante tantas horas obligaban a proyectarse con sus verdades, sin las veladuras cotidianas ni los recatos que diariamente nos convierten en mascarones. El abuelo me dice que era una fiesta de verdad, y que en muy pocas se ha divertido tanto como en las matanzas. Había que trabajar y duro, claro que sí –dice encendido–, pero madrugabas con alegría…, comías y bebías en el tajo con los demás; escuchabas a los mayores con interés por su sabiduría, y te enterabas de los entresijos de todo. Más que tomarlo como una obligación sembrada de esfuerzo…, aquello se realizaba como una empresa funcionando al cien por cien; donde todo un colectivo se movía como un engranaje perfecto, pues cada cual sabía lo que tenía que hacer: ¡y el maestro (matancero) era el maestro, y los pinches los pinches! Al abuelo se le pierde la mirada al infinito recordando las abuelas realizando las faenas al lado de la candela (pelando patas, orejas y rabo…), ¡qué candelorio!, y las más jóvenes lavando las tripas y embuando. Mañana, tarde y noche progresando en la tarea. La matanza tenía sus tiempos  y tareas, y –como dice Manuel– ahí sí que había cosas de hombres y mujeres…, y se ríe socarronamente (y me mira, mira…). El encuentro de viejos y jóvenes daba también, al parecer, su juego: porque era una escuela de picardeo y arrimo; de encender caras como cerezas a los más jóvenes y soltar la lengua de esos pensamientos prohibidos; y los desmanes de más viejos reverdecidos en un día grande. Qué cosas me dice Manuel para ruborizarme ahora…, a mí. Tampoco faltaba el contrapunto de rezos y recuerdo para los mayores, los dichos de tal o cual pariente o las fechas y  eventos destacados de sus vidas. Servía para hacer una retrospectiva importante de la familia que les daba identidad, que les hacía a todos partícipes de una familia y de un proyecto de vida. Infinidad de detalles que se alejan sobremanera sobre esos simulacros (de museo) que –aunque lo intenten– quedan tan lejos de una realidad que solamente nos la pueden trasmitir nuestros mayores. En muy poco años las nuevas generaciones verán simplemente la matanza como algo esperpéntico, un espectáculo grosero teñido de contrariedades y crudezas, que en absoluto les puede trasmitir la hondura del día de la matanza. Creo que habría que ser muy celosos recopilando miradas. Quede aquí mi recuerdo para ese sacrificio anual de antaño que, por la sabia naturaleza, quedaba revestido de fiesta y alegría.

 

martes, 21 de enero de 2014

El héroe discreto

Hace tiempo que el nobel peruano sacó la novelita del Héroe Dicreto, que conviene leer y es recomendable para disfrutar y reflexionar. No solamente por la buena Literatura, sino porque el argumento tiene su interés. Vargas Llosa nos trae de nuevo una novela asentada de su tierra. Sencillas tramas que arrastran al lector por un hilo narrativo fuerte, fijando muy bien el argumento (chantaje) y creando elementos de intriga suficientes; solucionando los conflictos finalmente de forma satisfactoria. Un poco a título de lección magistral o moraleja tradicional. Los cánones ante todo. Lo más interesante es el lenguaje de este nobel y la contextualización de la obra. De nuevo salen por todos los poros los personajes y esa América Lantina tan singular en el lenguaje y en la mentalidad, que poco a poco se va destilando en todos los extremos. Además de los protagonistas, aparece la Bruja o Santera Adelaida que me encanta, esa mulata e inspiradora y visionaria de los desaliños humanos que aglutina tan bien ese mundo  americano plagado de misterios y creencias tradicionales, apegadas a la sociedad tradicional latina. La trama se centra en un tema cotidiano sin más, pero el autor sabe encontrar en ello mucha sustancia; y eso es lo bueno de estos maestros, que partiendo que la pura realidad, glorias y miserias, sabe dar lecciones a lo grande. De esas que calan hondo, porque dicen mucho con bastante poco. Eso sí, nadie como estos autores americanos para traducir la cultura del otro lado del charco con tanta precisión y contundencia. Y por supuesto que me encanta la caracterización tan nítida de Don Felícito, que conmueve por captar tan bien con hondura a todas esas personas a las que retrata, sus heroicidades en la vida y esa manera de asumir las groserías de tantas existencias. Dicen que esta novela no es precisamente una obra maestra, y que el autor tiene el  listón más alto..., y es cierto seguramente, pero la pluma de un maestro siempre es magistral (o casi siempre), porque es él mismo en su esencia. La recomiendo.
 
 

viernes, 17 de enero de 2014

Repugnancia (Violencia de Género)


Hay temas de los que tenemos que hablar seriamente, y con reposo.  No podemos atenderlos con la exasperación del espíritu ni la convulsión del corazón desbocado.  Pero sí es preciso abordarlos con el subsiguiente sosiego después de pasados los hechos desgraciados (las muertes reiterativas de mujeres). La cuestión de la Violencia de Género (arraigada esencialmente en la mujer, dicho sea de paso) requiere de una reflexión más profunda de lo que se hace ordinariamente, que tiene que ir mucho más allá de la consternación, el enojo y los gritos al infinito (pataletas, a fin de cuentas). Todo esto es un sentimiento noble, pero no  son más que actitudes y manifestaciones personales (o sociales) que se pierden en el desierto de la ineficacia. Realmente pienso que hay que ahondar mucho más en análisis del fondo de la cuestión y en la toma de decisiones. Podemos decir que es lamentable que a la altura incipiente del año en que nos encontramos (2014) se hayan producido ya cuatro muertes de mujeres por violencia de género, pero realmente se trata de un fenómeno grave de extraordinarias dimensiones. La Sociedad (¡vamos, todos nosotros!) tiene que tomar cartas en el asunto y comprender dónde está el quid de la cuestión. Eso es vital (y nunca mejor dicho). Parece que no basta con tener sentimientos de aflicción cuando se mata una mujer en la casa de al lado, y pensar de forma irracional en las motivaciones de otros (analfabetos, brutos, maleducados, asesinos, enfermos, asesinos…). Seamos sensatos. La violencia de género no es (como se demuestra) un fenómeno esporádico que aparece a salto de mata, como una aguja en un pajar; es algo constante (diario), arraigado y extendido en nuestra sociedad, que tiene firmes raíces en el machismo, en las desigualdades existentes y en una mentalidad tradicional vigente en buena parte de la población. Desgraciadamente yo no soy socióloga para analizar pormenorizadamente los parámetros en que se desenvuelve este fenómeno…, ni tengo completas las referencias estadísticas de los fatídicos asesinatos, pero creo que una incidencia tan grande proyecta mucha podredumbre en la sociedad…, y en nuestras cabecitas, pues está bien asentada. El machismo no es fruto de un día. Nuestra sociedad sigue siendo machista en lo más hondo, y hasta en superficie, pero no lo queremos ver; lo ignoramos, ocultamos y hasta nos envanecemos de ello: ahí está la publicidad considerando a la mujer como un objeto, aunque se disfrace la cosa de una femineidad mal interpretada (neomachismo); ahí están los deportes sempiternos dominados por varones (y lo vemos normal, pero eso tiene mensajes subliminales de superioridad, desigualdad, discriminación…); ahí están los desvaríos del lenguaje que dicen muy claramente que la sociedad es machista (y doctores tiene la iglesia); ahí está la Iglesia (precisamente, también) y el Papa (que no es Mama); ahí están las actitudes machistas en nuestro comportamiento diario (¡qué guapísima vienes hoy…,! y Papá nunca viene guapo…), etcétera, etcétera. Todas estas referencias de la vida diaria son los materiales que constituyen la esencia de la moralidad, de la igualdad y la vida. Esos desequilibrios aparentes y admitidos son la esencia de lo que pasa después, y nos lamentamos como si la cosa viniera del cielo. Quien mata a otra persona tiene en su cabecita un concepto de la vida muy parecido a otros, la indignidad y la desigualdad penetrada hasta en las venas; aunque luego acabe suicidándose, que es un peaje que  no sirve para nada ni consuela a nadie: porque lo hecho, hecho está, y ha tenido un soporte mental para hacerlo. Es precisamente esa estructura mental la que pone en evidencia que la Sociedad debe reeducarse en valores profundos desde lo más básico, y  eso, lamentablemente no es cosa de un día. Las mujeres sufrimos la peor parte (en su mayoría), pero es toda la Sociedad la que sangra, porque se pone en evidencia que  no están entendidos ni asumidos los conceptos de dignidad, igualdad y respeto a todos los individuos del colectivo. Lo dicho. El tema no debe ser fruto de una simple reflexión. Es tiempo de empezar.

 

 

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva