lunes, 21 de octubre de 2013

La Cruz...(microrrelato)

[A mi antiguo profe de Historia, que me contó la leyenda; y a mi hermana Vero, siempre] El barbado sesentón observaba los corchos colmeneros con ojo avizor: escrutando la vívida comunidad, ahora en reposo, con el mayor empeño del mundo. Nadie hubiera dicho, en sazón de una ocupación tan doméstica –y de los atavíos que portaba–, que aquel hombrecillo engolado era una eminencia de la ciencia: Reyes y príncipes, papas y cardenales habían escuchado muchas veces sus atinados consejos. Pero ahora, sin la mayor premura, iba de un lado para el otro de los panales pisando como sobre hojuelas, con unos cómodos pantuflos para no molestar a los animalitos. En estas lides mañaneras gustaba de estos melifluos desahogos de mente apreciando la naturaleza, vestido con sayo antiguo, calzas avejentadas y calzón largo poco presentable en sociedad. Aquí, sin embargo, la soledad de su retiro le permitía algunas licencias livianas, sin perder nunca la compostura ante el servicio. La huerta del Señor doctor guardaba las mejores excelencias de la tierra, pues se encontraba en el faldón de la sierra, protegido de los malos vientos y al arrimo de varios arroyos que acunaban un buen surtido de arboleda de todo género: desde los ricos membrillos avezados de fruto en la septembrina a los vistosos granados; la ingente hilera de melocotonares y cerezos, perales, ciruelos y hasta avellanos; y hacia el exterior del campo bravío la gentil prestancia del madroño abundante, del acebuche y del mirto. La guinda a este surtido fruteril la acababa de poner el excelso dueño con una siembra abultada de vides, para colmar en tiempo de ocio las ansias de sed con el sagrado néctar de Baco; y hasta barriles de roble ha tenido que fabricar en tal empeño. Sí, una concesión para el cuerpo a la medida de la decencia y la templanza económica. Un pequeño paraíso alejado de las molestias de la corte y de urbe, a varias leguas de distancia, al son de la naturaleza y al arrullo de la soledad: imprescindible para sus ocupaciones como menestril eminente de la pluma. La pequeña tregua mañanera se tamizaba muy pronto con el frenesí del estudio, pues todo el día habría de prevalecer el enteco caballero enfrascado en los latines; con ligeras ociosidades de entretenimiento epistolar para cumplir con el maestro Oliva, con el viejo Honorato o el señor obispo; o distraerse, por qué no decirlo, con las disputas beligerantes de Cano. Había que estar al tanto de las novedades del Reino, de las escrituras de los colegas o de las ligerezas de los caballeretes (a los que, bien es cierto, les daba poco oído y ningún pábulo). Las cuitas del emperador eran predio de no poca meditación, que por ello excusaba parte de su hacienda, prestigio y cumplido oficio. A su vera, más tarde que pronto, deambularían al retortero la veintena de criados y familiares en apresto de necesidades del prócer, más bien para complacerlo que por servicial empeño: hermanos, sobrinos y capellanes que cumplían sobradamente con el arropamiento necesario para alimentar el cuerpo y el alma del magnate del intelecto. Varios de ellos le acompañarán mañana a primera hora –bien cumplidos los oficios religiosos– hasta el villorrio de Pozoblanco, donde mantiene desencuentros con algunos criados holgazanes e interesados sin decencia. Solo por eso se desplaza de su retiro el anciano. Desgraciadamente, el erudito que antaño trajinara sin desdén por Nápoles, Roma o Bolonia en pos de su más alto señor, ahora tiene ya el cuerpo quebrado y no encuentra satisfacción alguna en el viaje. A escasos quinientos pasos de su pueblo natal le tendrán que detener a descansar para que no desfallezca, y mirará al horizonte de su pueblo y verá la ermita allá en lo alto..., y soñará en esa vieja Europa que es objeto de sus diatribas escribaniles. Pero el viejo doctor, Don Juan Ginés de Sepúlveda, no sabrá nunca –por las cábalas de la Historia (sembrada de verdades y medias verdades)– que en su recuerdo se levantará un día la modesta leyenda de la Cruz del Doctor en su memoria.

viernes, 18 de octubre de 2013

El AVE

La mofa sigue su curso, y los bufones de comparsa. Claro que hay que divertir al personal, aunque sea con groserías y maldades de mal gusto. Hace tiempo que me enerva hablar de temas tan serios sometidos a chufla, que para los que deciden son simplemente chifla, divertimento y pasar el rato cobrando por no hacer nada. No creo que nadie pueda tomar en serio hace mucho tiempo ni a esta gente ni sus gestas; ni sus esfuerzos ímprobos ni sus desvelos por conseguir nuestro bienestar. Les conocemos muy bien y a fondo, su verdadero sentir y servir (que lo tienen que hacer..., está escrito), su pundonor e insistencia en defender lo nuestro. La verdad (con perdón...) es que hoy no estoy muy optimista; una se cansa de tanta zafiedad (en el trato que nos otorgan). Parece mentira que a estas alturas no sepamos que el tren llegará a Los Pedroches; que la comarca conseguirá un sueño largamente perseguido y su estación de ferrocarril será un hito en nuestro desarrollo a corto plazo. La dilación del evento, desde siempre inminente e incuestionable, es simplemente coyuntural, pecata minuta en el desierto de la incomunicación histórica de la comarca. Yo, particularmente, casi nunca he dudado (porque conozco bien la bonhomía y altruismo de nuestros gobernantes) que tendremos el Ave, un artículo determinado (no dos, ni tres...) para nuestra tierra, masculino singular, que andará raudo por los caminos de hierro al tenor de nuestras necesidades. Ellos sabrán bien qué es lo que necesitamos y atenderán de sobra nuestras aspiraciones; son gente sabia y bien dispuesta, atenta siempre (aunque lo disimulen) al ciudadano que honestamente cumple con sus obligaciones políticas. No sé a qué viene tanto cabreo y disconformidad del vulgo (perdonad), cuando la realidad se acaba imponiendo en su extremo más justo, y tendremos nuestro AVE: que no será una bandada ni un nidal; ni un tropel de máquinas con el trajín infernal en el horizonte, sino ese AVE placentero y montaraz, que en solitario tendrá un volar romántico que complacerá nuestras exigencias más acuciantes. No es preciso enfadarse, pues, porque nuestro desarrollo está garantizado y la rentabilidad de los informes decidirá pronto y bien a nuestro favor y el suyo. Otra cosa es la mala leche que se te pone (a mí, claro) cuanto tienes que ordeñar a diario las vacas y no ganas ni para pagar el AVE; no porque no haya AVE, sino porque no ganas ni con la buena leche. Eso es lo que a mí me enfada de verdad.



viernes, 11 de octubre de 2013

La verdad..., la verdad

(A mi hermana Vero..., con rintintín) No sé como hemos podido vivir tantos siglos sin decir verdades. Me parece mentira, y casi no lo creo ni lo comprendo, que la pléyade de literatos de nuestra piel de toro haya levantado ingentes obras de Literatura, como lo han hecho, sin acudir al imprescindible término de la verdad. Es algo increíble, pues en cualquier diálogo se precisa como apoyatura necesaria; cualquier comentario requiere de este cayado para no tambalearse; y es portada de esta o aquella disertación de los más avezados profesores, artistas o políticos. La interminable nómina de hispanoparlantes y lantinoparlantes, presentadores, actores, contertulios y marujería en general necesita de esta apostilla ineludible. Qué sería de nuestra lengua si ahora osara alguien quitarla del mapa a la susodicha palabreja, pues nos quedaríamos con una lengua descarnada y desvalida, desestructurada y sin cohesión; adelgazada de contenido y completamente inconsistente en la forma. Qué horror. Sería una puñalada en lo más hondo de nuestro acervo más reciente en cuestión de comunicación, pues en la evolución del idioma sufriría lo indecible el emisor, el receptor y el mensaje. Y nuestra definición, ya mismo, como lengua. Quizás no se haya valorado en su justa medida al inventor de tamaño descubrimiento (y estamos a tiempo), porque la verdad sea dicha, ha puesto en nuestras manos un instrumento lingüístico de primera magnitud. La amplitud de uso no solamente es abultada, sino variada, geográficamente extensa (sin discriminación de nacionalidades internas) e intensa utilización, y atiende también satisfactoriamente a la diversidad de grupos sociales. Tened en cuenta que en la conversación más liviana tiene un nutrido campo de uso (la verdad; de verdad; es verdad; si te digo la verdad; de verdad de verdad...), pero en los medios de comunicación –tan atentos siempre a la realidad– encuentra no solamente un magnífico auxilio, sino una sincera correspondencia con sus receptores (que entienden mejor la veraz información); y hasta en la Ciencia ya va encontrando su hueco, porque realmente es útil y necesaria: quizás donde más lo sea, porque ahí sí que se habla de verdades bien fundadas. En las tertulias de los abueletes, desgraciadamente, no ha calado mucho, pero ya se sabe que están alejándose de los lenguajes más actuales y punteros, y no cabe reprocharles nada: no van ahora a actualizarse en estos vocablos tan sesudos y polivalentes, semánticamente tan completos, y a veces, tan fáciles de utilizar (aparentemente y erróneamente, pero son difíciles), pues en su estructura interna necesitan en el uso de precisión, rigor y constancia. No, no metamos a nuestros viejos (perdón, mayores de verdad) en esta enjundiosa senda de la semántica y de la sintaxis contemporánea de última fila, que no están para verdades tan fundadas. Otra cosa son los jóvenes, que lo hacemos (y podemos hacer) por nuestra capacidad de asimilación y destreza de las lenguas. Ahí están los informes de la tele para sentenciar evidencias y verdades. La verdad es que el uso del término La verdad nos hace más verdaderos, y de verdades estamos necesitados, porque en verdad en nuestra sociedad no siempre triunfa la verdad más verdadera, aunque detestemos la mentira y apostemos por La Verdad: esa de la que los los filósofos hablan con tanto regodeo.

martes, 8 de octubre de 2013

El Encinar

[Fotografía de Moises Vargas]
Uno de los paisajes más bonitos de nuestra comarca lo tenemos en la dehesa, y como es algo tan nuestro, tan de casa, apenas si lo apreciamos. Curiosamente, lo estimamos simplemente (en teoría) cuando nos lo refriegan en los folletos o en itinerarios de senderistas, que con mucho celo nos recuerdan la belleza de estas formas vegetales y la celosa nómina de aves y especies que nos podemos encontrar. A veces, hasta nos parece un mensaje un tanto pretencioso, discolo y de mentidero, como falseando la realidad. Lo dicen como queriendo justificar de alguna manera el alto valor ecológico, la importancia de la fauna (como si no la conociéramos..., que a veces ni eso) y la flora para aquilatar este entorno para los turistas y visitantes. Bueno. Me parece bien que se le dé esa lectura un tanto folletinesca, pero la dehesa y el encinar son muchas cosas más. No solamente una estampa de un día, de un poema o de una postal. El encinar es y ha sido el sustento de nuestra vida. De nuestra economía ganadera, por supuesto, y la base nutricia de nuestra historia, no solamente en lo económico, sino en otros aspectos que creo fueron importantes (aprovechamientos, control del territorio, etcétera...-según dice Vero). Pero a mí me interesa la dehesa en su totalidad, en su globalidad inmensa (conocer,sentir y vivir), y eso se vive (v.r) desde el diario y de forma completamente normal. Y la gran mayoría, por suerte, podemos disfrutar de ella sin mayores aspavientos. En la dehesa aprecias los colores del verdín al son de las estaciones, y los olores y humedades; y miras las ráfagas de rayos entre las encinas y encuentras la chispa de la mañana: allá de madrugada, cuando los matices son tintes de oro verde entre la hojarasca; y cuando llueve sientes los resudores de las hojas y las ramas, y la rugosidad de los troncos te agrede con aquel estado de saciedad y borrachera que hasta te ensucia por fuera (¡pero qué gusto da a las yemas de los dedos!); y entre las encinas y las vacas descubres el cielo y la tierra, que son el sustento de este bosque, la cuadratura del pentagrama de nuestra vida. A mí me gusta andar sin tino por el encinar a lo ancho y a lo largo (sola y acompañada con el susurro del aire), contemplando la planicie inmensa de copas diseminadas que cubren el terreno como un mar con tonalidades dispares y completamente hermosas (mil verdes en la paleta de un pintor avezado). No hay nada más bello que trajinar durante todas las estaciones para sentir el ciclo de la vida a pleno pulmón: para saciar los sentidos en su plenitud, en su variación constante, y sentirte dueño de tu pequeño universo. En el encinar de nuestros pueblos cumples, entre este bosque, con una existencia infinita que une el presente, el pasado y el futuro. La encina nos vincula en un abrazo apretado a nuestros mayores, que vieron los mismos pies y las mismas copas..., que dejaron sus sudores al arrimo de sus troncos y que soñaron ilusiones de futuro. El encinar es nuestra casa; la de siempre.

domingo, 6 de octubre de 2013

Visionario (microrrelato)

En el risco del Reventón, observando empingorotada la torre de la iglesia a lo lejos, Rafael llenaba la cabeza de su nieto con fantasías que le hacían sonreír; sobre todo por la incredulidad de las falacias. El viejo pastor había pasado su vida trajinando el ganado de un sitio para otro, desgastando las sandalias en mil leguas y apreciando las diferencias de los lugares y de los tiempos; mascullando en sus adentros las novedades técnicas de los castillos y ermitas, las de los puentes y molinos; las portentosas iglesias y las calidades indiscutibles de caminos de piedra..., de aquellos que él bien sabía que tenían cientos de años de antigüedad y habían aguantado hasta sus días. Siendo rabadán había presenciado el riquísimo cortejo del Rey Fernando, ataviado con ropajes de finísimas pieles y carruajes extraordinarios..., armamentos desconocidos y eficaces herramientas para desbrozar el paso de la comitiva abrumadora de forma rapidísima. Siendo zagalete en las tierras del norte había contemplado vestigios de otros pueblos antiguos venidos a menos, pero las monumentales piedras y arcos hablaban otro lenguaje y otras formas a las de la pequeña iglesia de la aldea. Ese tránsito del tiempo y sus cambios le había encendido siempre la curiosidad por aprender y descubrir los vericuetos de los hombres. Sabía de cierto que lo de antaño no era lo mismo que lo de ahora..., y con buen criterio aseguraba que lo de después habría ser también muy distinto a lo que él y su generación había vivido. De esta guisa que en su vejez y con su ceguera, pero con imaginación muy encendida, ilustraba al inquieto Antoñín sobre los misterios del mañana. El imberbe mozuelo, teñido aún de una sana inocencia, escuchaba como lelo mirando al horizonte e imaginando aquellas fantásticas mentiras. Bien sabía él que su abuelo avejentado ya tenía perdido un tanto el sentido, y esbozaba sueños de delirio..., pero eran tan bonitos y creíbles que hasta le parecía que pudieran ser verdades algún día. Ves Toñín, esa torre del Salvador que hace el maestro Hernando para deslumbrarnos algún día será poca cosa; ¿cómo dice, abuelo? Pues eso, que habrá casas más grandes y se levantarán obras que casi lleguen al cielo; y la criatura sonreía por lo bajilis con la ocurrencia descomunal. Habrá un día –le seguía diciendo ensimismado en su interior– que todos nosotros podamos ir a las villas fronteras y a la ciudad en un pis-pas, con carruajes que nos lleven casi volando. ¿Y cómo será eso, abuelo? Pues no lo sé, hijo, pero será así. Y habrá máquinas que suenen más alto que las campanas y se oigan a cien léguas, y burros más ligeros..., y hasta las noticias y chascarrillos del montaraz los sabrá todo el mundo sin necesidad de dar voces. Qué cosas dices, abuelo: ¿pero a que no podremos volar como los pájaros? Pues mira, yo creo que algún día hasta le sacaremos el arte de volar y los dejaremos chicos en cielo....El zagal se desencajaba de risa con tamaña barbaridad. Todo está en saber y conocer lo que nos rodea –le porfiaba un tanto enfadado–, y alcanzaremos a copiar a las aves y los peces, a los cochinos y la fuerza de los bueyes; y si hace falta copiaremos máquinas a su imagen y semejanza: con su cabeza, sus ojos y cuartos traseros de tiro. Ja, jaaaaaa.....Los pájaros que el abuelo tenía en la cabeza entretenían sobremanera al muchacho, que de tanto oír aquellas patrañas e ingeniosas inventivas algunas veces llegaba a sospechar una posible certeza. Aunque muy pronto volvía a la realidad cantoneando con la cabeza y denegando aquellas barbaridades. Cuando se hacía tarde en el horizonte, le ayudaba cariñosamente al viejo a bajar del cerrillo y en broma le decía el socarrón mozuelo: no te preocupes, abuelo, que algún día inventarán una silla que lleve solo hasta casa; aunque han de pensarla muy bien, porque la cuesta de la ermita de Santa María se las trae. ¡Qué diablo de crío! –mascullaba Rafael entre dientes–.

viernes, 4 de octubre de 2013

Seriedades, risas y bromas

Estamos un poco como el tiempo. Tan pronto nos asusta con el otoño, amenazante de aguas que no caen y pronósticos vacuos de esperanza, como nos da largas para mantener las mangas de camisa y seguir con la terraza a pleno pulmón. Así andamos en Los Pedroches, en un sinsabor que ni es dulce ni agridulce, ni ácido ni amargo. La cotidianidad marca una gruesa monotonía que nos lleva por la senda anodina de este ciclo de la vida, y ya no hay ni las chispas bullangueras de feria ni actos de relumbrón en nuestros pueblos: que no sirven para mucho, pero hacen ruido y hasta se pintan con el colorín de los fuegos artificiales, que aunque se desvanecen parecen algo. Bien es verdad, y dicho sea de paso, habría que agradecerle mucho a los munícipes desvelados por nosotros, que siempre están pensando en nuestro bien con frenesí, y no paran de hacernos proposiciones para culturizarnos. Gracias, muchas gracias. Y si la cosa cultural está pendente de un hilo, la política tampoco da para mucho, porque ya no hay ni espectáculos de plenos (en las vecindades de al lado) ni voceríos malsonantes, ni blogs que nos alegren los ojillos con mucha creatividad. Las cosas serias del mundo mundial, como la crisis y los esperpentos de los gobernantes, ni nos conmueven, porque son ya muchos los palos que recibimos a diario desde hace tiempo, y hasta nos hemos hecho a ellos como los burros, en un desconsolador masoquismo, pues ya ni nos duelen los latigazos. Nada de nada. No nos conmueven ni los sismos fantasmales ni las vacas más jaraneras, que hasta están contagiadas de vernos con un no-se-qué que hasta les asquea a ellas. Entre las risas, pues surgen muy pocos motivos también para el divertimento. Lo del AVE y las bufonadas de turno suenan a befa y mofa de mal gusto, pues los políticos no son buenos actores, aunque practiquen a diario el arte de la chufla; pero todo se queda en esperpento de muy grosera escenografía. Así las cosas, me toca como siempre trabajar (¡que me voy...¡) y dejar de hablar cuando no encuentro de qué hacerlo, y a veces hasta me viene la inspiración en el trato con los animales: porque hablar no hablan..., pero me dicen más verdades que los capitalinos que anonadan con el porte y traje de la Corte (pero es porque no mandan nada, creo yo).

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva