viernes, 27 de septiembre de 2013

Agua

Ya llega el agua. Hace mucho tiempo que el campo la está necesitando, y será bienvenida. Desgraciadamente a algunos les va a aguar la fiesta, pero como dice el abuelo, no es posible costal y castañas. Creo que se pueden compaginar bien ambas cosas, porque al ferial de la capitalita se puede ir con paraguas y bailar al son de la música. Si bien es verdad que lo siento por toda esa gente negociante que han puesto su dinero para vender en la calle y no lo podrán hacer. Ahí sí que lo lamento. También por el deslucimiento que sufre la fiesta de los vecinos, pero quienes vivimos del campo estamos asfixiados y el ciclo del tiempo tiene que seguir su ruta. Bueno, a ver si se pueden compaginar todas estas cosillas y quedamos todos contentos. En el medio está la virtud, dice el abuelo.

martes, 24 de septiembre de 2013

TARUGolandia en Ferias

Hoy se viste de gala la capitalita con su fiesta grande. Añoche estuvimos las amigas dando un paseíto, y ya se olía en el ambiente ese sabor de la alegría contenida que tienen las vísperas; ese rumor callado que está pronto a explotar, y esa espera incontenida que se proyecta en cantidad de gente que observas con mucho más bulto que de costumbre. Esta tarde con la cabalgata, y por la noche con los fuegos, romperá de lleno aguas el ferial y el poblachón pozoblanquero presumirá como nunca de grande y de bonito; de suelto, amable y hospitalario, tirando la casa por la ventana y presumiendo de ciudad en dispendio con el concurso de los pedrocheños. Grandes y pequeños se lanzan en esta semana al solaz de las alegrías, de los fuegos y concursos, aparcerías interminables y carteles culturales avalados por la casa grande (ayuntamiento). Hay para todos, dicen, y será verdad. Los últimos años me ha parecido contemplar un nuevo fenómeno (visto de lejos, claro, porque yo no vivo allí), como es retrotraer de la feria cierto ambiente hacia el pueblo en las aparcerías, dando ambientillo al centro y calles limítrofes. Y ahí vaya si se nota que están de fiesta. Pozoblanco y su feria son para todos nosotros una referencia comarcal, anual y estacional (fin de...), porque marca un punto de diferencia por su volumen, aunque lo pierde en intensidad y la hermandad que tenemos en los pueblos. También se pierde en disparidad de ofertas festeras, que tiene su punto bueno y malo, aunque parece que también andan comedidos con el euro y le miran hasta el canto. Aparte de la parafernalia, que es mucha, lo cierto es que ha perdido bastante según dice el abuelo Manuel en personalidad; a él le escucho hablar del ayer y me quedo un poco anonadada..., cuando me dice aquéllo de que los espectáculos taurinos movían masas ingentes, muchísimo más que ahora, y eso que aún les queda un rintintín; también con esos espectáculos musicales, teatrales y de otros géneros, pues venían (según él) los más nombrados del panorama nacional, y conocías a las primeras figuras del cante y de la escena (no sé si no serán exageraciones...). Claro que lo que me cuenta de antaño, cuando no había fiestas y juergas diarias bien lo entiendo: porque entonces sí que me creo que la ilusión de la feria era infinitamente mayor; la espera desasosegante; y los ojos de los chavalillos brillarían como estrellas con todo su fulgor cuando vieran aquel ambiente que no conocían apenas. Hoy solo nos queda el manido botellón, la masa boba y la madrugada sin descanso (cuando vamos). Y eso luego el cuerpo lo paga de verdad en el trabajo de la vaqueriza. Pero bueno, demos la bienvenida y enhorabuena a los tarugos, porque ha llegado su fiesta. A disfrutar de lo lindo.

domingo, 22 de septiembre de 2013

OTOÑEANDO

(fotografía Moises Vargas) Abocados estamos ya, de forma inminente, hacia el otoño. Van quedando ya lejos las alegrías del verano (en todos los sentidos) y las ráfagas de fuego que el tempero nos regaló este año con escatimo y tacañería, aunque no han faltado requiebros buenos de sudor en la vaqueriza. Ahora toca el solaz del apaciguamiento otoñal, con esas aguas ansiadas para nosotros que parece que ya están a la vuelta de la esquina; aunque suframos aquí dentro el fragor del estiércol y la suciedad envenenada que genera el líquido elemento. Volveremos al temple del refresco y a la hojarasca, al cielo limpio y a la amenazante oscuridad de la tarde. Y el campo marcará el ritmo de vida como nunca cuando la luna esconda allá en lo alto su blanquísima túnica de fiesta. En los pueblos la zozobra del verano tiene ya las horas contadas, y el trasiego de la normalidad se impone por encima de todo, y el silencio gana a la estridencia. Todo esto parece invadirnos el ánimo, y en cierta forma es así, pero a mí me gusta y me contenta este ritmo calmo que se impone, con el tenue declinar hacia el ocaso del estío después de un exabrupto de explosiones variopintas de ajetreo. Creo que es bueno que se avance hacia el otoño, y el susurro del agua nos caliente los oídos, y el suelo mojado nos avive el olfato..., y respiremos aire limpio. Hace falta. A mí me encanta saborear los cambios del campo en lo más hondo; tocar los ciclos de la vida con las yemas de los dedos y saber que la rueda de la tierra y del cielo siguen por sus fueros. El patio de la abuela va marcando el finiquito del verano: con el parral agostado ya de vida descargando el fruto sempiterno, que este año es más bien malo y de poca calidad; y a la zaga le anda el peral adormecido de bondades, y el ciruelo nos regala sin codicia y mucha merma; y el membrillo se pierde en sueños de esperanza pasajeros. ¡Ay, que el huerto está mirando ya los horizontes del mañana, con ansias de espera y otro tiempo! Por lo demás, solamente queda seguir el día sembrado de colores..., y el disfrute del verdín que ha de venir, del frescor que ha de llegar, y del sabor bueno y hondo del otoño.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Pedrocheando


fotografía: Moises V.



Hay cosas que no se pueden explicar fácilmente. Con asiduidad asistimos y celebramos fiestas, saraos y botellones de todo tipo, pero ninguno es como nuestra fiesta grande del pueblo. No basta con salir a la calle, beber y despotricar por todo lo alto, que eso lo hacemos de continuo y hasta nos sentimos alegres y dicharacheros. Pero la Fiesta de verdad, la de todos, la que nos llena hasta el fondo y donde nos desfogamos de alegría es en Los Piostros. Creo que se juntan todos los ingredientes posibles para que sea un disfrute colectivo, y eso solo lo da la tradición, la espera, la familia, el pueblo y los que vienen del pueblo, los allegados, y hasta los turistas (últimamente). Los signos de identidad más nuestros salen a flote con el agua del otoño en ciernes, y la devoción a la Virgen de Piedrasantas se enciende hasta en los que no pisan nunca los umbrales de la iglesia. Hay que ver cómo hasta en un Estado laico se tambalean hasta las piedras del ayuntamiento para ensalzar a la Virgen, que es la estampa insustituible de la fiesta (aunque no mueva ya voluntades de mayordomía); como los piostros, que embargan nuestros corazones de alegría cuando los vemos y sentimos cabalgar desaforados por la cuesta del molar hirviéndonos la sangre. Año tras año revivimos la tradición como un rito que traduce nuestra identidad; con una solemnidad que, aunque esté revestida de elementos obsoletos, y ajenos a nuestras creencias actuales (tal como las tenemos y vivimos), las sentimos en lo más hondo y hasta el corazón y la garganta se nos cuaja. Esto es la fiesta en el sentido más profundo y verdadero, y la corriente sigue por sus cauces. La fiesta se vive. No estás en ella desganada y mortecina, sino contenta y alegre con los tuyos, con las amigas tildadas de jinetas y con todo el pueblo echando la casa por la ventana; viviendo con una intensidad inefable, como si el mundo se acabara y quedara fuera de nosotros. Difícilmente podría expresar el orgullo de las pedrocheñas subidas en las jamugas señoreando su alegría y contento, porque eso se lleva en la sangre. Pedroche vive ahora su fiesta grande.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva