sábado, 3 de agosto de 2013

BANDOLEREANDO (microrrelato)

Al arrimo de unos riscos la cuadrilla desmotó las alforjas. La media docena de hombres y mocetones venían sudorosos y sucios hasta las cejas, porque no habían tenido más horizonte que los penachos de Sierra Morena, cabalgando sin tregua hasta los límites de sus fuerzas. Ahora,  oteando aquel poblacho que llamaban El Lanchar, tocaba descansar, y en el bajuelo del arroyo Guadamatilla abrevaban las caballerías exhaustas. Había sido una dura jornada de galope constante desde el despuntar del sol, ascendiendo más de cuatro leguas de aquel secarral inhóspito. Diego miraba al frente con cierta inquietud, pero con aquiescencia, porque sabía que tras una corta espera de descanso, con el sol en lo más alto del cielo, se cumplirían sus esperanzas. Mientras tanto, en la orilla del arroyuelo sus hombres se desfogaban entre risas, desarmados de chaquetilla y camisa con los pies en el agua; chapurreando y bromeando entre ellos como puercos en lodazal. El silencio del contorno era por el contrario gélido  como el hielo, y Padilla sabía muy bien que en muy pocas horas la tensión se iba a disparar; que lo que ahora era solaz y diversión se convertiría en dolor y sangre. Las cosas no iban a transitar por la senda del conformismo y el apaciguamiento. Hacía más de dos años que conocía a la rubia del valle y la quería para sí: no porque le faltara el cariño ni la diversión con ella, sino porque a Juan Palomo nadie le ponía un dedo encima. Ni límite alguno a sus anhelos. Con no poco sarcasmo y fijación decía constantemente a la cuadrilla aquello de que somos hijos de Dios y honrados; y a la zagala de la Sierra la tenía que convertir en su mujer. Una causa tan justa y honesta a los ojos del bandolero se había puesto bastante turbia, y hasta negra –de forma inconcebible – por la oposición de un curita de aldea, bajito y rechonchón. Hasta ahora nadie había dicho ni mu, y la vecindad no vio con malos ojos que el hacedor de Justicia en los montes y caminos se divirtiera con María, que más que doncella en ciernes era desde bien joven ávida mesonera, mujer servicial y soldadera ocasional. Pero el señor cura había elevado el grito a las alturas cuando la cosa fue a más: pues Dios no iba a consentir que él uniera en sagrado matrimonio una hija del pueblo, honrada y honesta con un botarate que actuaba fuera de la ley y el orden. Padilla mascullaba en silencio, y se reía en sus adentros, por la osadía de aquel cuervo graznando impedimentos. Si había que matarlo lo mataba. La desgracia vendría por la camarilla de adláteres que se habían alzado en armas en loor de la decencia, después de haber tenido durante años el contento del Palomo para tranquilidad de sus almas y haciendas, por eso de la vecindad. Cuando sonaron las campanas en la lejanía, el bandolero más apuesto de Sierra Morena saboreaba ya en sus labios el beso de la que en muy poco tiempo sería su mujer.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva