lunes, 29 de julio de 2013

Pedrock-AIR (AVE-II, microrrelatos)


El jovencísimo piloto, muy apuesto y dicharachero, se afanaba en explicar en las plataformas de la nave –junto a su androide gemelo–, las curiosidades del lugar. Aunque el refinado director de la compañía era nativo de Los Pedroches –un celular marginal y minúsculo de la Tierra–, había pasado varios años de estabulación preparatoria en la Plataforma lunar Megalux, y ahora regentaba una empresa de alquiler de naves de Turismos a la carta. Hacía ya varios microlux que se había ocurrido incluir al reducto de sus ancestros entre las panorámicas de la lejana Hispania en el viejo planeta (a pesar de la rareza). En poco más de media hora visitaban todos los resquicios de un mundo ya lejano del sur de España, utilizando microvuelos entre unos y otros puntos de interés. Anthony Cobos comparaba a los expectantes visitantes de Electra, a quienes ahora acompañaba, la realidad virtual de las encinas con muestras reales del antiguo bosque mediterráneo..., y en varios Exposure Sites algunos se atrevieron incluso a tocar aquellas especies que les parecían prehistóricas. En Second stop pudieron observar la reconstrucción virtual de un bonito castillo que les recordaba por su idealidad cuentos de princesas: pues parecía una estampa perfecta de tiempos históricos que les habían reproducido en su infancia en sus procesadores cerebrales; y en estos momentos, a un microtime de la nave revivieron su pasado. Lo más interesante de aquella excursión iba a ser la visita real (¡oh, qué fantástico!) a una pequeñísima Aula Celular de Experimentación con Animales reales: vacas inexistentes desde hacía varias décadas, cuyos ejemplares aún mantenían en régimen de pseudohibernación. La expectación creada era máxima, y Anthoy no escatimaba esfuerzos en crearles mayor intriga: aquellos electroides nunca habían visto nada igual, y esos monstruos que le esperaban les causarían sensación. Antes de penetrar en las cámaras acorazadas perdió varios microseconds enseñándole el edificio, que poseía una historia singular. Al parecer había sido en las primeras décadas del segundo milenio una estación terrícola de un tren avanzado denominado AVE, por el que hubo incluso movimientos grandes de los antiguos habitantes del lugar. Desgraciadamente aquella pequeña Estación se había desvanecido en menos de un año del antiguo cómputo heliocéntrico por falta de funcionalidad. A los encorchetados visitantes de Electra les resultó graciosa la anécdota, observando desde lo alto de la Naveta el perímetro de la reliquia histórica que albergaba ahora uno de los principales centros de conservación y reproducción de especies desaparecidas. ¡Además, era magnífico revivir en el espectro volátil y de forma virtual las instalaciones obsoletas de sus antepasados!

sábado, 27 de julio de 2013

Paradojas de la vida (AVE-I, microrrelatos)

Veronique miraba con ensimismamiento, y no poca admiración,  la exposición fotográfica de la Estación: una panorámica temporal de hacía más de cincuenta años. Eran las cuatro de la mañana y regresaba de vuelta a su querida Neuchatel, henchida de alegría tras un periplo apasionante de cuatro días. Quién le iba a decir a ella que en la década de los sesenta, después de una dilatada espera (desbaratada por los avatares de la vida), iba a conocer la tierra de sus padres. Desde siempre se había imaginado una tierra empobrecida y carente de vida, una panorámica negativa creada al tenor de su madre, huida a Suiza en desazón en la segunda década del siglo (a raíz de aquella crisis vacuna interminable); bueno, de la debacle económica general que le hizo buscar –como a tantos otros– nuevos horizontes en los verdes campos de Europa; aunque siempre al lado de la naturaleza y de la vacas, aunque fuera en los silentes susurros del Laboratorio. Ahora, sin embargo, ante sus ojos había aparecido una estampa floreciente de sus orígenes, bien distinta de lo que pensaba. En un lapsus del tiempo se había trasportado al relumbrante aspecto de estos pueblecitos del llano de Los Pedroches en España: lugares tranquilos y de ensoñación, adecentados a las formas del pasado y viviendo del turismo; con magníficas rutas de senderismo extraordinariamente organizadas, en las que aún se podían ver y tocar encinas de verdad (¡qué sorpresa!); simpáticos enlaces tradicionales de comunicación entre unos y otros pueblos (con coches de ruedas); así como pequeñas fábricas de industria alimentaria –como le había comentado su madre– con refinado marketing, y típicas vaquerizas de postal aplicadas en la didáctica infantil de autosuficiencia ecológica. Un primor que a la pelirroja (que también fue a su pueblo de origen) se le antojaba un tanto enlatado, pero bonito. Además de un completísimo programa Culturel del todo original, con graciosas actuaciones de las que había oído hablar toda la vida. Una comarca viva, como un pequeño paraíso de ocio a muy pocos minutos del mundanal ruido de las grandes españolas que conocía. Ahora en su partida, un tanto teñida de nostalgia irracional, observaba la cuarentona las fotografías de una larga pugna de hace décadas. Resulta que el mismo año que partió su madre, desvencijada de ánimos y esperanza, los pedrocheños habían realizado una gran manifestación para pedir que se abriera aquella estación del Ave en que se encontraba, en cuyas fotografías aún se podía ver el evento -curiosamente- en papel y en la vieja técnica digital en antiquísimas pantallas de la exposición. Qué tiempos.  

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva