miércoles, 30 de mayo de 2012

BLOGUEROS de Los Pedroches...Varius


Para gustos hizo Dios los colores, dicen. Pues sí. En esa guisa de varietés parece que nos movemos los internautas de Los Pedroches. Con una alargadísima lista de difusores etéreos, cada día mayor e inabarcable, en la que abunda ciertamente de todo, pero con ausencias muy marcadas que ensombrecen un tanto el panorama. En esta viña del Señor (es un decir, que nada hay de pasión en la expresión) puede una encontrar mucho por los recovecos del espacio, no sé si malo o bueno, teniendo en cuenta que la mayoría se me escapan en la profanidad del oficio. Que una no tiene tiempo apenas y el ganado tasa los minutos con avaricia. No así para otros, a quienes Cronos gratifica, al parecer, con prebendas de la diosa fortuna, posibilitándoles ingenios y dislates que engalanan la macromedia de la que hablamos. En el submundo de la red pedrocheña se proyecta un tanto, creo, la diversidad del bloguerío del mundo mundial: mucho ruido y pocas nueces en lo más grueso; aventureros a ultranza por doquier (como una servidora); arribistas denostados de otros mundos; pendencieros y canallas, que no faltan; amigables círculos de la amistad y del palo del senderismo; cualquier asociación que se precie; culturetas defensores del polvo, y también de la progresía; carteleros políticos, con crestas de colores y gallitos postineros; Ilusionistas de la pluma y facinerosos del talento, esperanzados algunos y afortunados los otros; trotamundos de corta pedalada, pero con mucho ahinco y aficción, con arrestos de Indurain; capillitas, meapilas y cofradieros de devoción acendrada (tal vez); escaparatistas del tedio y muñidores de tradición, que nos endulzan la fiesta enhebrando los flecos tambaleantes de nuestros abuelos. Me encanta este caleidoscopio tan nuestro. No faltan los profesionales de la palabra y la tinta que ponen seriedad en la casa; los constantes y contumaces (muy pocos) que desgastan el tiempo de sus vidas con el paladeo de la gloria y de la fama, con quienes la mayor parte estamos en deuda. Y las ventanas entornadas y apocadas del bloguerío localista institucional que apenas se inmuta con pasos de paquidermo adormecido. Todo un mundo de colores. Toda una panoplia de saltimbanquis (somos, con perdón) y funambulistas de cuerda floja que miramos el horizonte inmenso con sonrisas y silencios, tristezas y alegrías, miserías y cobardías, esperanzas e indiferencias. En esta inmensidad del firmamento internauta de Los Pedroches observo, no obstante, poca sustancia y mucha superficialidad, como la vida misma (estoy depre), y a diario transita sonámbulo el tedio entre un mar de eventos festeros que han de alegrarnos la vida. Y acaso lo hagan en la monotonía del tiempo. Siempre queda, a la poquedad de nuestro pequeño cielo, la inmensidad de mar allá a lo lejos, que presume de oleaje en demasía, y no es más que agua igual que la nuestra del botijo. Y no tan sana. Si me quejo de verdad, si es que pudiera yo hacerlo, es porque en nuestro cosmos de blogueros hay carencias graves de algunos segmentos muy importantes de la población: No veo realmente mujeres destacando..., no veo jóvenes emitiendo; no veo tampoco mayores opinando. Tal vez sea la vista la que engañe, tal vez la amplitud del evento me despiste, pero echo de menos esos segmentos de gentes tan calladas. Desgraciadamente no es singularidad nuestra, pues basta mirar alrededor (tele, prensa...) para apreciar fácilmente que los jóvenes no existimos (en las grandes decisiones, acontecimientos, política...), los mayores son ignorados totalmente (excepto para los votos...) y las mujeres ganamos prestancia como objetos decorativos, simplemente utilizadas en las cuotas de género pactadas por los varones. Lo dicho, el bloguerío como la vida misma.

lunes, 28 de mayo de 2012

Villaduquear


A esto nos invitan los amables villaduqueños, que esta semana celebran por todo lo alto una nueva edición del turismo rural. Gracias. A estas alturas, la verdad, estamos ya bien colmados de romerías, tradiciones y fiestas de carácter local. Que hay que tener cuerpo para aguantar tanto y trabajar a diario (lo digo por mí). Bien es verdad que los del Duque ponen todo su esmero y han conseguido, a mi parecer, una festolina con tintes muy singulares y un planteamiento bastante diferente al de otros pueblos. En varias ediciones he visitado con algunas amigas la Semana Cultural de Turismo Rural, y me ha dejado buen sabor de boca: no por la sempiterna y atragantada vorágine de las cuitas tradicionales, que me las conozco al dedillo porque yo aún vivo de eso (y con esos recursos agrarios), sino por la manera de vivir el evento con muchísima fraternidad y alegría; disfrute del pueblo por calles y barrios; implicación amplia en una preparación que, dicho sea de paso, excede con mucho el simple carácter expositorio (si se puede decir). Villanueva, la chica, es muy grande en humildad y sobrelleva bien sus limitaciones, pero explota de forma extraordinaria las posibilidades que tiene, que no son pocas. La Virgen de Guía y su ermita, como su nombre indica, es según dice mi hermana Vero un puntazo de mucho calado que ya miraba la comarca con altivez cuando aún estaban los alrededores vacíos. Y eso se nota. Tengo tres amigas que llevan en su onomástica la devoción centenaria de este pueblo. Hace muy poco visité con mi amigo P. Notario el Cerco del Soldado y las minas de las Morras y alrededores, disfrutando como una enana de campo y de conocimiento del pasado, porque hay que ver como tienen impregnada hasta la médula los villaduqueños la experiencia vital de las minas de principios del s. XX. Recorrerlas con ellos te deja un sabor agridulce, pues te hablan de experiencias vitales muy reales sobre un mundo desaparecido, fantasmal, que te pone los pelos de punta. Aunque para ellos es parte de su vida. Aún resuenan los ecos callados del viejo cuartel, los cuartelillos, la tienda de ultramarinos de Antonio Fernández, y las voces ebrias de los mineros en los ventorros en el camino de Las Morras; la excitación incontenida y peleona de los mineros reivindicando sus derechos, y los chalets de los ingenieros arriba en lo alto marchando su estatus postinero en las terrazas, troneando el horizonte inmenso. En el pueblo, Villanueva tiene muchos rincones y calles con sabor y dolor (de lo bueno y de lo malo, que también lo hubo, dicen), pero solo los viejos te lo cuentan en el susurro de su compañía a corazón abierto y en confianza. Esa solamente la pude ganar con la ayuda de mi Verónica del Alma y María de Guía, que les debo un mundo. Parece mentira cuánto desconocemos de esta vecindad que derrocha ánimo y fuerza con muchísima intensid. Le gusta la fiesta y no hay quien les gane en levantar un escaparate de postín. A su manera, que es muy buena. Villanueva del Duque no necesita estrellas blancas de apariencia ilusoria (enanas blancas), porque brilla con luz propia. Y Con mucha fuer

sábado, 26 de mayo de 2012

Mujeres de Los Pedroches


No me había enterado de que existía una Federación Comarcal de Mujeres de Los Pedroches. Eso me deja un sabor agridulce, la verdad, pues si viviendo aquí y preocupada por el tema me entero de soslayo, eso quiere decir que bien poco impacto tiene la cosa. He reiterado hasta la saciedad, aunque parezca paradójico, que no me gustan mucho los planteamientos feministas de pacotilla, ni esa defensa de posiciones unilaterales que no hacen más que secundar los principios machistas tradicionales (pero del otro lado). Sin embargo, resulta imprescindible luchar por los derechos de la mujer a diario y apostar por principios de igualdad y no discriminación en la sociedad actual, a pesar de las apariencias de igualdad y la irrisoria evanescencia de la igualdad jurídica. Que no real. Las cifras de la desigualdad entre hombres y mujeres son contundentes, pero de poco sirven: que sea una mayoría la que acceda a la Universidad y en los estudios universitarios (54, 1 %); que el rendimiento sea superior al de los hombres; que haya ya más tesis doctorales realizadas, etc. Pero la realidad se impone viendo catedráticos varones, ministros, alcaldes, desempleadas, deportistas siempre en segunda fila (detrás de los deportes mediáticos de varones), sufridoras de la violencia de género...Es evidente que algo falla, y de forma grave. Y más tristeza ocasiona el saber que la situación tiene difícil enderezamiento, pues los cauces legales no son suficientes para acabar con esta lacra. Bajo este panorama –de todos conocido– no puedo comprender cómo las mujeres de Los Pedroches seguimos aún en la sombra. Cómo nuestra presencia no es contundente en la vida pública, en las nuevas tecnologías, en la sociedad en general. El descubrimiento de la Confederación de mujeres me deja un tanto desconcertada por su escasa difusión, no solo de esa conformación de escaparate, sino de la escasa repercusión de las asociaciones que la integran. De sus escasas actividades de impacto y sus aspiraciones morigeradas. Seguro que merece una reflexión profunda que una servidora no sabe hacer, pero alguien la tendrá que plantear a nivel individual o colectivo. ¿Cómo es posible que tantos grupos de mujeres no sean capaces de tener más que una resonancia local? Habría que atinar muy fino en las esencias de esos grupos (naturaleza), sus motivaciones y aspiraciones, y tan vez sus frustraciones y limitaciones. Tal vez más que movimientos de lucha y esperanza son recovecos de indefensión. Seguramente peco de incauta y desconsiderada, pero ¿cómo es posible que en la cotidianidad no tengan una mayor resonancia (y a veces negativa, incluso)? Acaso son grupúsculos de miradas alicortas y faltas de confianza en sí mismas, sin implicación de hombres, jóvenes o sectores amplios de la población. Tal vez estén sustentadas en falsas apoyaturas institucionales y no hacen otra cosa que acreditar las limitaciones de las mujeres: un triste consuelo. A veces parecen tenera actitudes serviles y mendicantes, faltas de una auténtiva vindicación social. Carentes de una auténtica sensibilización hacia el tema de la mujer. Qué fácil es hablar. Seguramente la pugna por la igualdad no se deba plantear desde plataformas unilaterales..., no sé. En todo caso, me parece que sus impulsos deben de ser más fuertes, su presencia más contundente y variada en sus objetivos; sus horizontes más amplios, sus esperanzas más grandes y con implicaciones sociales más contundentes. Seguro que la igualdad nos llegará desde los principios educativos de las nuevas generaciones con el tiempo (espero); desde las individualidades y transformación de bases morales, desde una formación y educación sana, pero eso no es óbice para que se aguijoné a las asociaciones a tener un mayor dinamismo y proyección social. Saliendo sobre todo de sus pequeños reductos e implicando mayores actividades con mayor dimensionalidad. No basta el consuelo en la soledad.

domingo, 20 de mayo de 2012

Fotografías


Ya no son lo que eran. Observando algunas de las fotografías antiguas de mis abuelos y bisabuelos se me alcanza una reflexión de cierta hondura, porque las nuevas tecnologías nos han cambiado el mundo de forma muy sustancial. No sé si para bien o para mal, pero en todo caso nos alejan hacia una percepción distinta y distante de aquélla de hace unos años. En los retratos que miro con detenimiento de hace un siglo observo la abismal diferencia con nuestros caretos digitalizados de la actualidad. Hoy día las cámaras digitales y las gigantescas memorias han convertido a la fotografía y los vídeos en representaciones vacuas de la realidad, completamente insulsas e insustanciales. No dicen nada. O dicen tanto que ya no interpretamos nada. Cuestión de percepción. A pesar de tener millones de fotogramas de toda nuestra existencia. Todas ellas en su conjunto a penas si alcanzan en apuntar una miseria frente a una fotografía de nuestros antepasados en su único retrato de boda, de la mili de nuestros abuelos o la esporádica e inusual fotografía que se pudo tomar con la llegada de un tío o primo de la capital. En las imágines antiguas todo es sorprendente y todo está cargado de significados (lógicamente), pues no se contaba con el bagaje informativo ni tecnológico que poseemos actualmente de todas las cosas. Entre las miles de reflexiones que se pueden hacer (y qué estarán hechas en sesudos estudios, no me cabe la menor duda), me resultan llamativas algunas cosas en lo que veo: como la excepcionalidad de ser fotografiados les conminaba a que sus actitudes fueran siempre de pose y revestidos formalmente con lo mejor. En todas las fotos que tengo de mis bisabuelos –y me lo dice Manuel con toda su seriedad– están con la muda de domingo (como él dice), puestos para un acto excepcional: la boda, fiesta local de mucho postín, en Cuba, etcétera. Parece que hasta huelen a limpios y a colonia. Los rostros no portan ni una pizca de naturalidad ni espontaneidad, duros e inhiestos, circunspectos casi siempre, con expresiones ajenas a sus verdades (aunque paradójicamente las trasmitan), posando para el infinito como faraones de Egipto que esperan la eternidad inmutable. Miran la sustancialidad de un misterio (que para ellos lo era) que se les escapa de las entendederas. Y así era efectivamente para ellos, pues se iban a convertir en iconos únicos, congelados en el tiempo sin variación alguna para las siguientes generaciones, que simplemente tendrá de ellos una imagen insustituible. De esa forma inamovible veo yo a mis antepasados, y me cuesta un mundo imaginarlos de otra manera (bailando, alegres, distendidos...). El abuelo me cuenta que sus padres eran muy reacios a ser fotografiados, pues más allá de las fotografías típicas de sus existencias (una o dos), poseían un sentido negativo de ellas ante la muerte. No es fácil de entender, pero creo que se refiere a que hacerles una fotografía representaba ya la última memoria (acaso). Me recuerda mucho a ese sentimiento, casi ancestral, que tenían los romanos (y otros anteriores) cuando realizaban las Maiorum imagines sobre los difuntos para su recuerdo, sacándoles un vaciado en cera cuando habían expirado. No sé si tiene algo que ver. Lo cierto es que las fotografías antiguas te trasladan a ese mundo de hace más de un siglo en el que nuestros antepasados adulteran la realidad ante las nuevas técnicas, con ánimo de transformación de su presente. Hoy día pasa lo mismo, con otras tecnologías más avanzadas, pero sin damos cuenta siquiera de las verdades que queremos captar con nuestros artilugios. La vida es así de simple y compleja. Como decía el poeta, todo pasa y todo queda..., pero lo nuestro es pasar....

jueves, 17 de mayo de 2012

La Beauvoir rebelde


A veces, las mujeres altisonantes de la historia son denostadas por exceso. Es verdad. Eso le ha pasado a algunas feministas que, sin mucha razón, han recibido el azote de la crítica al tenor de sus vivencias personales extremas, que se han tomado al hilo de la argumentación detractora inconsistente. Beauvoir es un buen ejemplo de una mujer con mucho valor e inteligencia, que aún procediendo de un medio burgués arriostrado de una moral cristiana tradicional, desemboca en una existencia plagada de aristas cortantes. Con fuertes pilares de sustentación que la propulsaron: como la Sorbona, su dilata vida y viajes (Rusia, Cuba, EE.UU, China), activismo político y acontecimientos de primera línea, etcétera. En lo personal alcanzó la gloria y la miseria a un mismo tiempo (creo), la infelicidad y el infortunio, junto al afamado filósofo existencialista (Jean Paul Sartre). Sus análisis profundos sobre la mujer me encantan, cuando traza las líneas maestras de la verdad histórica desde todos los puntos de vista (biología, antropología, psicología...); y define muy bien esa inferioridad construida desde la percepción machista del mundo (economía, institución familiar...), y la desgraciada internalización de la propia incapacidad por parte de la mujer. Como bien decía –con mente muy abierta– no se nace mujer, se llega a serlo. Su altura intelectual es indiscutible. Inevitablemente sus escritos están improntados con el cuño existencialista, como no podía ser de otra manera. El trabajo del Segundo Sexo tiene muy poca pega desde un punto de vista objetivo, a pesar del la aviesa crítica –plagada de acritud– de Mauriac, (que decía, después del leer el libro, que sabía todo sobre la vagina de la escritora) de la que se debe hacer una lectura tamizada en sus justos términos. La vida apasionada y tumultuosa de la francesa, y su liberalidad sin recato alguno, le han granjeado grandes detractores y agridulces aquiescencias. Bien sabemos que la filosofa era contradicción pura, rebelde en la cama, pero sumisa, doméstica y celosa fuera de ella. Esa vida desordenada sobre los valores aquilatados de la tradición, los (y esas) amantes sin remilgo de contención y la independencia de pensamiento a espuertas la ha tenido que pagar muy cara; sobre todo con la mirada cínica, despótica y conservadora de muchos adláteres, filósofos y críticos machistas abrigados en la barrera de su posición de género preferente (varones). Así que bien se habla. Con lengua viperina, pero con el cuerpo de serpiente bien protegido por las escamas de acero del acendrado machismo y la irónica conformidad con el pataleo feminista. La Beauvoir ha tenido que pagar un peaje muy caro, pues por encima de la comprensión de sus verdades los malévolos han ensalzado perspectivas personales, del todo legítimas, que en forma alguna pueden desautorizar su coraje y cabal percepción de las desigualdades de la mujer. Eso pienso yo al menos.

lunes, 14 de mayo de 2012

Pipiolando

Cuando llega el tiempo festero del Santo labrador, con la primavera bien alzada, lo mejor es pasear por Dos Torres. Es pueblo altivo que guarda ínfulas del ayer, y no le faltan motivos. En las calles quedan muchas esencias de ese pasado en que las demás villas le rendían pleitesía (aunque hoy haya muchos vaqueros), y dice mi hermana Vero que de ahí le viene ese talante altanero que mantienen en la guardarropía. Mamá lo conoce muy bien, por buenos motivos, y los abuelos y bisabuelos le contaban muchas cosas que explican bien lo empingorotados que se sienten de su pasado y de lo que fueron algunos (al parecer). La verdad es que por ese origen duplo que tuvieron poseían las cosas a pares: dos torres, dos San Roques, dos San Isidros..., y hasta dos gentilicios (pipiolos y usías). Caminando hoy por sus calles y escuchándoles con cuidado a los mayores siento aún muy cerca los cuentos y verdades de los abuelos: el sentimiento tan hondo por San Roque y Santa Ana (hoy Loreto); la Virgen de agosto; las antiguas parroquias (que tenían dos); y su fraternidad a ultranza teñida del sinvivir de antaño, que al decir de los más antiguos del lugar fue bastante duro. Me encanta callejear en este villorrio arracimado al costado del arroyo, con calles alargadísimas, de fachadas muy blancas y homogéneas en sus tejados; un tanto estrechas en este tiempo, pero seguramente muy anchas y amplias en su origen; con casas que rezuman un lenguaje muy claro de otros tiempos; viviendas vetustas en las que no faltan (en algunas) en sus puertas cartas de presentación de los amos hidalgos, que aún en el silencio explican el tratamiento de los Usías. El abuelo Manuel quiere recordarme en la lejanía de sus años de infancia, ya perdida la retina de su mirada, aquellas fiestas grandes de San Isidro en la plaza de Torrefranca, con vaquillas, al lado del ayuntamiento y del Palacio; el jolgorio de la música doméstica del tamborilero, y el postín del Hermano Mayor con la Junta visitando en la víspera las casas, haciendo los cobros de las cuotas anuales. Aún sigue siendo grande la fiesta, pero ni estampa de lo que fue –me dice enfandado–, pues ahora todo es artificio y se ha perdido la esencia, que era la verdadera devoción al Santo por aquellos a quienes le tocaba el condumio, que eran los labradores, que sentían muy adentro el culto al madrileño y la prebenda incierta de sus milagros. Con todo, aún se percibe bien el calor de esta fiesta, en su romería a la ermita, en la víspera, y las cosas que hacen con tanto sabor. El abuelo venía mucho de joven a este pueblo y lo conoce como el suyo, pero lo que dice tiene la bondad de ser una mirada desde fuera, distinta a los de dentro, que sin querer arrastran el hilillo de la vanidad de ese legado agridulce que tuvo (lo que son las cosas) a sus antepasados al servicio de los Usías.

Amigos fieles


La mayor parte de los ganaderos que se precien hablarán bien de los perros. Aparte de su buen oficio, son animales fieles y muy discretos, acomodaticios y de buena presencia en general. En casa tenemos dos ejemplares de talante y porte bien distinto, y cada cual tiene un lugar y un territorio de dominio, como debe de ser. Zarandal es un pastor alemán de buena corpulencia y cabeza altiva desafiante; con mucha autoridad entre las vacas, y que nadie desdiga sus movimientos. Es inteligente y servicial, recto y taxativo en lo que se le manda. Cuando en la dehesa le conmino a poner en orden la vacada de campo lo hace con celeridad y es un primor. Las cosas como son. Cuando descansa recostado a mi lado me mira con impaciencia, ojo avizor y orejas tiesas que escrutan cualquier ruido a dos kilómetros a la redonda. Le caricias y refunfuña como un niño malo, y no se deja aunque le gusta; cabecea y hasta se enfada de forma cariñosa hasta que abandonas el intento. Es una pizca tozudo y tiene genio. La Morita es otra cosa. Pasea por sus fueros de la vivienda como un ama de casa amable que sabe y conoce bien su terreno. No tiene el carácter fuerte de Zarandal ni su autoridad en el campo, pero en lo doméstico es mandona en sus adentros. Con su abultada corpulencia no se puede amedrentar y tiene mucha presencia, pero es mansita y diligente como una cordera. Anda y vaga por la casa y el corralón con la parsimonia de un paquidermo, sin prisa y midiendo bien sus pasos. Siempre con ojos dormilones propinándote unos lametones zalameros que convencen a cualquiera. Servicial y compañera de tareas domésticas, quieta y conforme siempre a tu lado sin engañifas ni disimulo. Te escucha y remira sin gesto avieso, acaso un tanto retozona en sus inquietudes internas, pero atenta a todo cuanto le dices. Cuando la miro de frente, parece un filósofo redomón que está meditando tus parlamentas, masticando en lo más sesudo, y finalmente tuerce la cabeza y te desatiende en disconformidad. Casi siempre tiene razón en lo que piensa y no dice. Y muy pocas veces se equivoca. Sin estos amigos no andaría igual ni la casa, ni la vaqueriza, ni las otras vacas inquietas de la Dehesa.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Villaralteando


Cuando llego a Villaralto me lo encuentro con la resaca de la fiesta grande, que es tanto como tener adormecido el cuerpo, y hasta un poco ida el alma y el espíritu. A este pueblo tan nuestro, y a veces tan denostado, se llega con voluntad; pues solamente queriendo conocerlo de verdad te llevan los caminos a las puertas de San Pedro. Es cierto que tiene un halo de misterio, que no sé porqué, tal vez por ese silencio con que se prodiga escondido en ese recoveco que dejan las grandes poblaciones de Villaduqueños, usías y viseños. El topónimo tiene ciertos aires rumbosos y esclarecedores, aunque a mí nunca me ha parecido estar especialmente en alto ni en posición prominente, pero no seré yo quien discuta la sabiduría popular. Que habla y dicta siempre con verdad. Aquí tengo dos buenas amigas del Instituto (de hace algunos años), y en ellas percibo la misma sensación que en algunos vecinos en el trato y la parlanda en que me entretengo: son pedrocheños de hondo orgullo y afirmación de su terruño, pero también despliegan esa contención de conciencia de ser de un pueblo de mínimo porte o notoriedad, como si ello fuera una indignidad o conato de maldad. Tal vez sea simple impresión mía. Por las calles se anda de maravilla y charlas a tus anchas en el Parque, en la plazoleta y tienda de la Real, o la Iglesia y el Ayuntamiento, que tiene el halo de institución. Hace años que el pueblo viene fijando impronta (con su museo), por la cosa turística, de los ancestros pastoriles, y algo moverá las voluntades con ese cebo de tantas esencias en todos nuestros pueblos. Porque pastores..., haberlos haylos a la redonda (dice Manuel). Vero me dice, y de eso sabe bastante, que más que otra cosa estas gentes fueron fieles del terruño de la cofradía de Baco, y supongo que de todo habrá un tanto de verdad. A mí me gusta mucho este resguardo tan coqueto de Los Pedroches, que no tiene gran cosa pero es muy grande por dentro, y en galas nadie les gana con su Divina Pastora, por la que se beben los vientos; y las carrozas de ayer dictan el magisterio de sus manos. También con el jolgorio de las fiestas de agosto, que conozco bien y doy fe de ellas. Pero no hay nada como tomarse una buena Coca-Cola en el silencio de la fatiga festera (de ellos), sin agobios, bien acompañada y viendo el desperezo del personal. Para algunos pareciera que Vulcano les atenaza con mirada de la indiscreción y el tempero candente de la fragua (cosas mías). Para la mayoría sano descanso y la placidez de la cotidiana vida en este refugio de calma de Los Pedroches, que convida siempre a su visita sin estridencias de reclamo de turistas acuciantes; ni arqueólogos ya denostados. A veces su entusiasmo por el amarillo se enarbola –más que en lo común– hasta lo más alto con gestos sorprendentes, como el reclamo de Cuéntame, para volver a la rutina y a la pasión contenida. Por la amplia y adecentada calle me marcho con mi amiga Toñi después de visitar la iglesia y recordar esos vestigios olvidados de arqueología, que más de cuatro no saben que existen. Villaralto tiene siempre para mí un hueco en mi corazoncito. Y no digo porqué.

martes, 8 de mayo de 2012

La abuela

(Fotografía de Ismael Sánchez. Paisaje en el tiempo).
Viendo la fotografía de la abuela (mi tatara..., no esta) y lo que cuenta mi abuelo sufro mucho. Porque casi siempre, cuando escribo de las mujeres beligerantes de la historia, ejemplifico con eminencias de la ciencia y la literatura; y la verdad está sembrada de requiebros, injusticias y no pocas puntualizaciones. Claro que son destacables las féminas que lucharon por nuestra causa, corajudas y valentonas –que no lo dudo–, pero también es muy subrayable que lo hicieron desde pedestales sociales, aristocráticos burladeros o inteligencias superiores. Es verdad. Pero la vida no se cifra para todo el mundo con las mismas varas de medir, ni es adecuado tampoco ensombrecer a tantas mujeres que en silencio supieron llevar el yugo de la desigualdad y la discriminación; el menosprecio a diario y la desconsideración continua; e incluso esa violencia que hoy día está tipificada en el código civil bajo los parámetros actuales de moralidad. La realidad fue muy diferente durante cientos de años, siglos y milenios para millones de mujeres. Solamente una escuálida nómina de mujeres fue capaz de levantar la testuz (con perdón) en nuestra historia, arropada de buenos blindajes, pero la mayoría... ¡Ay, la mayoría!, únicamente pudieron sobrellevar con dignidad el abultado fardo de su condición de género. La mirada profunda de la abuela (con ojos quedos y rostro inhiesto) habla muy claro de su dolor y la asunción de su papel, pero también de su dignidad y entereza moral en lo más hondo. ¿Cómo luchar a solas contra mundo?, ¿cómo avanzar en el camino sin posibles?, ¿cómo alterar el destino en el desierto de la incultura?, ¿cómo abrazar una esperanza, cuando estás sumida en un pozo de luces mortecinas? Qué fácil se escribe desde arriba..., que fácil se habla en la diáspora del tiempo. Solo el susurro del silencio de la foto te explica aquellos gritos del combate; y la estirpe larga de un género infinitamente denostado. Aquella lucha interminable por no perder la vida; aquella trágala indecente por no alcanzar la muerte. Manuel me cuenta con ojos desvaídos, y prieto el corazón y aún desbocado, los duros hitos de un destino. Era su abuela mujer fuerte y de corazón templado, mano dura y aviesa voz de mando: en casa cumplidora de oficios y matrona de un tropel de niños de cuidado; viandera y garrobera; segadora de mies dorada y ecónoma en ciernes; educadora y tañedora en las discordias; lavandera, planchadora y zurzidora; ganadera y sembradora... ¡y sufridora! ¿Quién puede decir que nuestras abuelas no pelearon como jabatas? ¿quién se atreve a dudar que no elevaron la condición de la mujer a lo más alto? ¿quién disputa su dignidad en mayor grado? Claro que no. Es cierto que no contaron con la aquiescencia de la fortuna, ni de una sociedad de mente abierta, ni una moral equilibrada. Pero fueron valientes como nadie, fuertes y aventajadas en la vida. Solo ellas pudieron sostener un edificio tan grueso (familia) en sus espaldas, soportar una mentalidad tan arcaica y una moralidad tan malvada. La abuela también lucho por la causa. A su manera, pues no tuvo otra.

sábado, 5 de mayo de 2012

Sueños de tul


Hoy no duerme tampoco la veinteañera de ojos celestes. Enredada en la inquietud vibrante, sin el mínimo ápice de encontrar a Morfeo, gira como un torbellino la melena pelirroja sobre la almohada, cual rodillo de panadero en ciernes. Hace ya varias semanas, e incluso meses, que la madrugada ha sido aliño de ensueño para el prodigioso engendro. Porque el silencio de la noche acuna, siempre, las mejores ideas y los grandes proyectos; porque se afina el intelecto y se conciben formas increíbles, ajenas ya al burdo trajín manido de otros años; se atan cabos sueltos y hasta las cosas más oscuras se ven con claridad. Micaela maquina en duermevela disponiendo los tules y rasos con cuidado, señalando alturas y cosiendo atados; ¡Qué allí le faltan alfileres y aquí le sobran florecillas! ¡Qué hay que hacer más cintas de menudo y sobran tramos de pared! ¡Qué dolor..., que hacen falta más tiras, sedas y piqués! Ya es esfuerzo y desazón que en veinte días no damos acabado. La trajinera inmensa de la noche, en devaneo constante, sumerge a la chiquilla en complacida elevación a lomos de angelotes, mirando y remirando la proeza, desde dentro y hacia afuera del telamen; desde lo alto a lo bajo del velón. Entre ese universo de textiles de grata galanura le brillan los ojos como estrellas..., y muestra una sonrisa picarona de cuidado. Ya está al fin la armadura conseguida, como dosel de emperadores. Repleto de colgaduras y finos velos, cortinajes y trasparencias que solo saben hacer las abuelas con el sabor de antaño –piensa Miki atribulada–, mostrando el alegre jugueteo de repliegues armónicamente orquestados. Qué blancor y qué irradiante belleza sostenida en un instante. Despuntando ya la aurora, solazada con tímida compaña de un hostil Apolo ensombrecido, Miky observa anonadada ese remate magistral de aquel evento, admirando esa hermosa cruz del centro con los abolorios más ricos y la tradición más fuerte de la tierra; y con la velocidad de un rayo pasan por su mente las manos de la Tía Catalina y la Severiana, las hermanas Claudias y la Antonia del Reventón, que hace más de medio siglo que están presentes en esta trajinera. A los últimos resquicios de su ensoñación llegan los olores ensalmados de cariño de las hojuelas, los borrachuelos y la tarta de fideos puestos en la camilla; que tanto gustan a los forasteros. Entre aquella perfecta arquitectura de belleza incomparable, y originalidad al trote, resuenan entre la organza y el piqué almidonado los primeros sones de los mayos y sus jotas, el ajetreo convulso de las alegrías de los corros y las miradas satisfechas de las abuelas. ¡Cuanta sabiduría en sus manos y qué complacencia en la mirada!. La tradición se ha cumplido. Mañana mostrarán al universo la cruz más bonita de Añora. La pequeña crucera ha cuidado este año de que se confirme la tradición.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mester de hortelanía


Acunado bajo la farula –que dicen los argentinos arrabaleros, tan denostados hoy en día– del papel impreso, ha salido a luz la última obra de Pérez Zarco. Como dice el propio autor es un recopilatorio misceláneo de las eventualidades del espíritu escrituradas (cual agente fedatario del alma de hortelano) en el Pisapapeles de Karlsbad. A menudo leo esos desquites de la cotidianidad hortelanil en beneficio de la pluma, que me parecen interesantes y muy sujetos a ese mester que al autor enreda de cuidado. Zarco no es simple escribiente y mucho menos marchante; es tozudo amante de una literatura en desuso, de convicción firme y de templado talante, que le deja en todo caso fuera de los círculos de los literatos al uso. Fuera por lo tanto, también, de las opciones de ese mundo tan manido de groserías. El torrecampeño de adopción no vende su alma al diablo, y escribe lo que quiere y como quiere. Es muy suyo. En este Mester que nos presenta, de hortalizas bien variadas, se aprecia bien lo que le gusta y abomina, aquello que le encanta y sublimina: un palimsesto de aforismos bien pensados; mucho de sus adentros bien masticados en el escardeo; fina crítica literaria en puntilla de canela y algún que otro relato de varietés (filosóficas, éticas o estéticas) que están sembradas en un nutricio vivero y van más allá de inocentes expansiones. A mí me gusta bastante lo que escribe, aunque teñido a veces con ese velo de plañidera de convicción. Pero lo encuentro fino y muy preciso en el lenguaje, atinado en la reflexión y el pensamiento quedo (con mucha memoria, por ventura), y no exento de esa pizca (mucho más) de rebeldía que antaño fuera ilusión transida (ay, esos sesenta...). Creo que es más poeta que otra cosa, y en aquel aliño hace proezas..., el resto se mueve mucho en asideros firmes y en canteros muy medidos. No es tanto el riego suelto que presume, ni vemos planteras con desmán. Poco y bien vale más que mucho y mal; y el cordobés camina plácido y gozoso en la carreta cargada del helo bien encalcado. Tal vez esa es la crítica más fuerte se le puede hacer. Uno es libre de sembrar siempre lo que quiera (faltaría más...), pero como dice el hortelano sabio, hay que tentar siempre al terreno y hacerle nacer hasta el verdín de colores (que dice mi abuelo). Hasta en La Gavia transida de cultivos ciertos se pueden sembrar nuevas verduras y hasta cambiar el horizonte si es preciso. A veces no se atreve. Creo que ha sido buena idea poner en letra de molde y al papel los artificios del espacio etéreo. Porque yo pienso también que el libro clásico tiene su lugar. Y esta obra merece tener un sitio en el anaquel de Los Pedroches, aunque como bien se anota en ella, los escritores tienen como los toreros sus tardes. Y aquí se ve bien.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Cortijeando


A poco más de tres leguas de la serrezuela, donde el horizonte lame el cielo, se encuentra el cortijo de La Venteruela. No niego que me gusta pasar buenos ratos caminando a lo largo y ancho del carrascal de la vieja alquería, ascendiendo los picachos, pero le tengo un apego muy grande a caserón de Juani. Quedan ya muy pocos cortijos de antaño que guarden toda su esencia, sin el remozo injurioso de esos caricatos insufribles del turismo rural; que conforman románticas voluntades con muy poca verdad y vaporosos ensalmos de engañifa. Claro que entiendo que el turismo y su mundo de mercaduría exige ciertas cotas (de medias verdades), que son inevitables (acomodos, añadir sistemas modernos de calefacción..., higiene), pero con ello se pierde también la autenticidad de las casas de campo. Como dice el refrán, no se puede tener costal y castañas a un mismo tiempo. El viejo cortijo de mi amiga guarda celosamente lo que a mí me encanta, porque me gusta el campo y no me importa que falten los cachivaches de conexión al mundo mundial..., ¡Que no me muero! Aquí se disfruta a lo grande y se tienta la vida del pasado en lo más sano y natural. No es por supuesto de una cortijada grande, de esas de la Campiña que son construcciones de alto copete y mucho porte en el inmenso latifundio. Los cortijos de nuestro terruño de Los Pedroches son comedidos, austeros y con mucha sobriedad, pues respondían simplemente al trajín del laboreo del un campo empobrecido y del olivo sin excesos (la mayoría). Lo que más admiro es la simbiosis tan grande entre todos los elementos que integran el cortijo y el paisaje: el caserón envuelto en el entorno; con la economía agraria productiva y las necesidades de subsistencia resueltas; con el orden social que dominaba (desgraciadamente); con los animales que tan fácilmente se integraban en el conjunto. Qué manera de aprovechar los medios y recursos de la naturaleza, y qué habilidad tan grande en no perder ni un tanto de ese generoso medio. La piedra del caserón se mezcla con el roquedo circundante y la madera se hace fuerte en las cubiertas hechas con mente de arquitectos de primera. Las cuadras de las caballerías en la trasera de la vivienda dejando óptimas aberturas para el calor y el confort del interior. La convivencia como eje esencial de supervivencia, que se pregona a gritos con esa impresionante campana de una chimenea que anodada y entrecorta la respiración a un tiempo; pues yo no había visto cosa igual, aunque la primera vez que la vi comprendí bien el sentido y la necesidad. Hasta un puerco podemos asar aquí a lo ancho si queremos, me dijo Juani entonces, y me reí de forma ingenua y atontada; lástima que entonces casi nunca lo tenían ni para hacer la broma –me respondió después–, pero sí buenos tarugos de encina y leña para calentar la casa durante toda la jornada. Era una necesidad. La casa tiene porte de cuidado, y no le faltan apaños para las bestias, y cuenta al lado con cuadras y zahúrdas, parideras y nidales dignísimos de ver, que son construcciones de postín. Claro que los distingos sociales se grabaron también en la argamasa de la piedra cortijera, porque aquí hay casa de amo y de criados, gañanía y hasta casetón de los porqueros. Que antaño no se andaban con bromas. En la cámara aún quedan los aperos que mantienen vivo el quehacer del laboreo; y se respira aún la esencia de la mies en las paredes, y el polvo habita en las sacas cosidas de nostalgia. En el robusto tejado se abre una claraboya impresionante, acristalada, que envidia sería de astrónomos en ciernes. Desde esta recóndita guarida me encanta mirar de noche el cielo allá a lo alto; porque la tierra nuestra nos regala poder mirar de abajo arriba, y a diario. Y en la soledad de la noche, cuando el tiempo pace dormido y sin aprieto, observo el gigantesco dosel del firmamento sembrado con florecillas de pedrería. Todo un lujo.

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES

QUE PARE EL TREN EN LOS PEDROCHES
Vista Parcial de la Manifestación en la Estación de Villanueva